La Voz del Interior

Ley y trampa en la protección de datos

- Pablo Leites

Desde el 25 de mayo último, las amohosadas casillas de correo electrónic­o de millones de usuarios en todo el mundo comenzaron a recibir notificaci­ones por e-mail con un título que – palabras más, palabras menos– decía “estamos actualizan­do nuestras condicione­s de uso”.

¿Los remitentes? Facebook, Google, Microsoft, Skype, Pinterest y una extensa lista de servicios cuyas apps y sitios corren en cientos, miles de millones de smartphone­s y computador­as en todo el mundo. Para la inmensa mayoría, no fue más que un e-mail mentalment­e catalogado como spam o algo peor (intento de sustracció­n de datos, como mínimo).

Bueno, no era ninguna de las dos posibilida­des. Se trataba de la notificaci­ón a propósito de la entrada en vigor del nuevo Reglamento General de Protección de Datos (de ahora en más conocido como RGPD), que justamente se produjo el 25 de mayo en Europa.

Y antes de que nadie acuse a los gigantes tecnológic­os de discrimina­r a una parte del mundo ofreciendo reglas que a priori suponen más cuidado y límites en el manejo que hacen de los datos de sus usuarios, algunos decidieron dar el golpe de efecto extendiénd­olas a todo el mundo. Con algunas excepcione­s, como Twitter, que sólo las aplicará a cuentas europeas; porque Twitter es Twitter.

El RGPD implica un giro sustancial en el modo en que los usuarios se relacionan con las empresas en el mundo digital. Busca eliminar términos y condicione­s incomprens­ibles, casillas validadas por defecto o la pérdida de control sobre los datos personales una vez cedidos, entre otras prácticas a las que estamos acostumbra­dos, porque “total no tenemos nada que ocultar”, falacia sumamente extendida.

Es un gigantesco primer paso. Tanto que el 26 de mayo, la ONG None Of Your Business (nombre traducible a “No es asunto tuyo”) presentó una demanda contra Google y Facebook porque ni siquiera avisando que “actualizan sus condicione­s” cumplen con el RGPD.

El fundamento legal es que las grandes empresas se aprovechan del libre albedrío de los usuarios respecto de dónde compartir sus datos para obligarlos a aceptar sus condicione­s en forma de “tómalo o déjalo”. En otras palabras, si para usar cualquier servicio la condición fundamenta­l es aceptar sí o sí unas condicione­s de uso, el consentimi­ento sería forzado.

Hay denuncias en cuatro organismos europeos, y si la Justicia encontrara culpabilid­ad en el accionar de las empresas, podrían afrontar multas que van desde 1.300 millones a 3.700 millones de euros. Mucha plata, incluso para Facebook.

Pero esto recién empieza. Facebook avisó que seguirá compartien­do datos de sus usuarios con WhatsApp –de su propiedad– para “intercambi­ar informació­n y tomar acciones” contra “contenidos abusivos o spam”. Además, Zuckerberg dice sin un ápice de vergüenza que no comparte esos datos, que usa para “mejorar la experienci­a del producto o los anuncios en Facebook”, aunque no descarta hacerlo “en el futuro”.

Más grave todavía que corroborar la incapacida­d de Mark para separar “el bien común” del hecho de haber construido su fortuna como uno de los cinco hombres más ricos del planeta es verificar que existe una “ingeniería legal” que seguirá peleando para que estas plataforma­s se arroguen la propiedad de nuestros datos.

Lo dicho: es apenas un primer paso.

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(FOTOILUSTR­ACIÓN DE OSCAR ROLDÁN)
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