Viejas peleas que la sociedad rechaza
Guiados más por apetencias electorales lejanas que por la urgencia de dar soluciones a los problemas que inquietan a la mayoría de la gente, la dirigencia política ha vuelto a ventilar el viejo método de la descalificación personal del adversario para hacer valer sus razones.
Situaciones de alto voltaje que se cotejan en casi todos los niveles de la política y que contribuyen a crispar aún más los ánimos. Todo ello en perjuicio de la sana convivencia que debe prevalecer en democracia, aun en un marco de lógicos disensos entre los oficialismos y los opositores.
La repetida escena de los zamarreos verbales entre dirigentes cobró actualidad por estos días con dos contendientes de envergadura: el presidente Mauricio Macri y su antecesora en el cargo, Cristina Fernández.
Alentado por sus estrategas en comunicación, que le aconsejaron retomar el cruce dialéctico con la hoy senadora nacional (una táctica que supuestamente favorecería al gobierno de Cambiemos), Macri instruyó a los senadores y a los gobernadores para que no se dejaran conducir por las “locuras” que propone Cristina, en relación con el proyecto de ley, luego sancionado, para retrotraer el ajuste tarifario.
La expresidenta recogió el guante y abandonó el silencio que se había impuesto hace tiempo para contragolpear vía Twitter: “Tratar de loca a una mujer. Típico de machirulo”.
Cabe preguntarnos: ¿en qué contribuyen estas y otras armas políticas de limitada calidad para que la gente confíe en que la dirigencia política le solucionará las dificultades económicas que debe afrontar en la vida diaria? Son variadas las tribunas a las que se suben los contendientes para intercambiar exabruptos. El Congreso nacional es una de ellas.
Es habitual que las sesiones, tanto en Diputados como en el Senado, se conviertan en un escenario de alboroto y de enconos entre parlamentarios de distinto signo ideológico y partidario.
Muchas veces, con capítulos de escándalos que poco tienen que ver con la misión conferida a los parlamentarios a través del voto popular, que no es otra que aprobar leyes atento al funcionamiento del Estado y al bienestar general.
La población asiste entre azorada e indiferente a este cuadro de conflictividad constante de la que pocos quedan exentos, y que suele alcanzar picos de agresividad en las redes sociales, con epítetos propios de barrabravas.
Es necesario morigerar los ánimos y abocarse a gestionar desde las responsabilidades que a cada uno le tocan. La ciudadanía no admite más pujas de baja especie y demanda gestos esperanzadores para superar un contexto socioeconómico complejo que aflige a miles de hogares.
Las ambiciones políticas y el prematuro brote electoral han empañado el desempeño de muchos dirigentes que querrán revalidar sus cargos en las próximas urnas.