La Voz del Interior

La revelación tardía

- Celeste Giacchetta*

La ley de revelación tardía dice que podés denunciar cuando puedas y lo recuerdes. En la práctica, esta ley genera problemas de interpreta­ción respecto de si hay o no prescripci­ón y desde cuándo.

Pasaron muchos años ya, quizás para algunxs¹ no tenga sentido “revolver el pasado”; pero para mí es más que eso. Escribir esto y que lo lean me da la seguridad de que el silencio no será más la cómoda cuna donde reposan los pesados hechos de culpa y vejaciones.

La casa de mi abuela materna era una de mis visitas favoritas, pues yo vivía en un domicilio rodeado de avenidas, donde jugar en la vereda resultaba muy complicado.

En cambio, la abuela “pelo de conejo” –como me gustaba decirle– vivía en una casa de campo con un terreno que, para mi corta edad, parecía ocupar varias hectáreas.

Los fines de semana, esa casa era el lugar de encuentro obligado de los ocho hermanos de mi madre. Cada uno llegaba con sus respectivo­s hijxs¹, mis primos. Yo era la menor. Corrijo: la menor y la rara.

Durante los largos almuerzos, la abuela cocinaba sus mejores recetas. Mi favorita era arroz con pollo (nunca más probé uno igual), y por ser la menor y la más consentida, ese menú solía repetirse.

Esto me hacía ganar la enemistad de mis primos y propiciaba los comentario­s chicaneros de los adultos: “Siempre taaaaan consentido; después se quejan, y se preguntan por qué es así”. (¿De qué se quejan? y ¿cómo soy?, pensaba yo)

El juego favorito

Fue en una de esas tardes típicas, en las que después del almuerzo venían los juegos de cartas para los grandes y las “indiadas” en el patio para los primos, cuando las cosas sucedieron.

Nos gustaba jugar a la escondida. En el patio había un gran árbol donde uno contaba mientras los demás se escondían. Esa vez me llamaron dos de mis primos mayores. Imagínense: yo me sentía más que halagada, ya que siempre era objeto burla, y ahora los mayores me llamaban con ellos

Corrimos hasta el fondo el terreno, donde la abuela tenía todo un “bosque” de cañas, y rápidament­e llegamos al centro para que no nos encontrara­n.

Yo tenía 8 años; ellos 18. Al principio jadeábamos por la corrida y la emoción, o eso pensaba yo. Porque enseguida uno de ellos se bajó el pantalón y me mostró su genital. El otro lo imitó.

Por supuesto, comenzaron a tocarse, y con un perverso discurso ante mis negativas, me advertían de que si no hacía lo que me pedían iban a contarles a sus padres y a mi mamá: “Como te hacés la nenita, andás provocando que te hagamos esto”.

Me volví a negar. Ellos insistían sugiriéndo­me que imaginara que eran caramelos y que me iban a gustar, pues yo era así porque me gustaban esos “caramelos”.

Desde ese día, jugar a la escondida dejó de ser mi momento favorito. Esperaba a ver hacia dónde corrían ellos para disparar para el lado contrario. Pero, de alguna u otra forma, siempre me encontraba­n.

Pasaron varios años hasta que pude hablar. Tuve que enfrentar además un trauma secundario en la crisis del descubrimi­ento de mi abuso, que fue el de vislumbrar la incredulid­ad, la culpa y el rechazo con que el mundo adulto me miraba. Pero finalmente lo conseguí.

El proceso me tomó 16 años, recién pude hablar a mis 24.

Laculpa

Si debiera empezar por enumerar las cosas que salieron mal desde el principio, diría que nací con pene y me pusieron “varón” en la partida de nacimiento.

Mis padres hicieron lo que se supone que hay que hacer. Cumplieron con el primer desencaden­ante de un sinfín de explotacio­nes a las que el Estado somete a las personas, con la complicida­d de ellas mismas. Y de allí mi niñez, una niñez trans, de nena trans, de una femineidad desafiante, molesta e invisible.

Pero también debo decir que la cultura machista a la que somos arrojados lxs¹ niñxs¹ LGTBIQ (lesbianas, gays, trans, bisexuales, intersexua­les, queer) y las niñas nos pone en riesgo constante, ya que demostrar caracterís­ticas feminizada­s hace pensar al abusador que estás buscando lo que él en realidad quiere hacerte.

Ser LGBTIQ es un agravante en la infancia, porque desde temprana edad te inculcan la culpa de ser quien sos. Y si existe una aliada del silencio cómplice, que te corta la garganta y te saca el aire, es la culpa.

Quiero cerrar dejando un gran abrazo a mi madre, que me defendió a capa y espada cuando quisieron atribuir la culpa de los hechos a mi “amanerada forma de ser”, a la doctora Laura Cantore, a los abogados Elio Céliz y Daniel Bossio y a Ruth Ahrensburg, directora de la Fundación Con Voz. Gracias por los esfuerzos y compromiso­s que tienen con las causas más invisibles.

SER LGBTIQ ES UN AGRAVANTE EN LA INFANCIA, PORQUE DESDE TEMPRANA EDAD TE INCULCAN LA CULPA DE SER QUIEN SOS.

¹ Respetamos la ortografía de la autora.

* Secretaria de Género y Diversidad del Observator­io de Democracia Participat­iva

 ?? ( AP / ARCHIVO) ?? Abusos. La culpa, aliada de un silencio cómplice.
( AP / ARCHIVO) Abusos. La culpa, aliada de un silencio cómplice.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina