La Voz del Interior

Cuando la vida se paga con vida

- Claudio Gleser

Las calles de Córdoba duelen, lastiman. Son calles que indignan, que dan bronca. Son calles que tienen ese barro de impunidade­s que por momentos nos llega a los talones y salpica a la cara.

“Yo acudí a la Justicia. Siempre acudí a la Justicia, me cansé de hacer denuncias. Pero acá nadie hace nada. Parece que esperan que me maten a mí o a mi hija, para que un fiscal reaccione”, se resigna la mujer, mientras cierra la puerta reforzada con rejas de su casa aun más reforzada con rejas.

Zulema Villena habla y no hay forma de que evite las lágrimas.

Hace 17 años que viajó a Córdoba desde el norte del país con el sueño de hacerse un futuro. Vino con estudios universita­rios, ahorros y ganas de trabajar y de progresar.

La vida le pegó una trompada aquel 11 de noviembre de 2016 y nada volvió a ser lo mismo. Esa nefasta madrugada, un ladrón quiso entrar a robar a su casa del barrio San Roque, de la Capital, y se electrocut­ó al tocar un cable perimetral.

Familiares y amigos del delincuent­e entendiero­n, de manera absurda, que Zulema había electrific­ado la vivienda y la sentenciar­on a vivir en el infierno. “La vida se paga con vida”, le gritaron matonas y matones a las pocas horas tras saquearle la casa y destruirla.

“La vida se paga con vida”, le siguen gritando de manera permanente, mientras no cesan de lanzarle cascotazos a cualquier hora. No importa que haya un policía al frente de casa.

Zulema no tiene vida. Con los dientes apretados, se resiste a dejar la casa y mandarse a mudar.

¿Cuántas y cuántos Zulemas venimos viendo todos estos años en Córdoba?

Cuántos casos hemos visto de vecinos que, sin haber hecho nada o habiendo hecho lo correcto, como denunciar a los malos, terminan sufriendo un suplicio en carne propia con forma de aprietes, cascotes, balas o botellas con nafta.

Cuántos casos de víctimas rehenes de mafias de matonzuelo­s en distintas barriadas venimos conociendo en esta provincia, mientras el Estado y el aparato judicial viven en su limbo, bien lejos, claro, del barro.

“Ella sólo quería justicia. Una justicia que nunca llegó. Una justicia que lamentable­mente en este lugar no sirve. Que sólo funciona a favor del maleante”, dijo tiempo atrás la hija de Mónica Torres, aquella otra mujer que vivió su propio infierno en su hogar de barrio Yapeyú, tras denunciar a un manojo de ladrones y narcos.

Ayer fue Mónica. Hoy es Zulema. Mañana vaya a saber uno quién será.

Mientras, la respuesta estatal para estos vecinos rehenes es ponerles un policía como poste frente al hogar por un puñado de días. Un uniformado de custodia que muchas veces debe poner su pellejo bajo techo, para no recibir también un cascotazo.

“La vida se paga con vida”, es la sentencia contra Zulema, que la invita a dejar todo y a escapar. Una sentencia que es contra todos nosotros.

Córdoba tiene esas historias que duelen, que indignan, que despiertan impotencia.

Al ciudadano se le exige de todo: que sobreviva, que se cuide, que cuide a los suyos, que se encierre, que pague para que lo cuiden, que no se arme, que no reaccione, que no haga nada malo y que vaya a la Justicia si algo está mal.

Un gran manual de exigencias que no irritaría tanto si quienes tienen que hacer las cosas no se quedaran en sus oficinas haciendo como que hacen cosas.

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 ?? (FACUNDO LUQUE / ARCHIVO) ?? En el infierno. Así se siente Zulema Villena, hostigada por vecinos que juraron matarla.
(FACUNDO LUQUE / ARCHIVO) En el infierno. Así se siente Zulema Villena, hostigada por vecinos que juraron matarla.
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