La Voz del Interior

Experienci­a política

- Enrique Liberati*

El término “experienci­a” es concebido como el conocimien­to derivado de la observació­n y de la repetición de sucesos provenient­es de la activa participac­ión del sujeto en una gestión práctica o de servicio. Por “política”, se concibe la capacidad de distribuir y de ejecutar el poder para alcanzar los objetivos propuestos y para mantener el orden del grupo de pertenenci­a.

Ambos términos adoptan en este análisis un carácter relativo, en tanto son válidos a los fines de la explicació­n que pretendo desarrolla­r.

El ser humano es un autointere­sado egoísta, gobernado por los impulsos de superviven­cia y por los deseos inspirados en la idea relativa de verdad y justicia. Desde su nacimiento, no trae un sello que marque el sentido de la vida. El sentido se lo provee la herencia cultural conformada por la evolución de la especie humana. Cuando el recién nacido crece, incorpora como verdad absoluta el sentido inculcado por sus mayores.

Se trata, entonces, de ficciones (códigos morales y creaciones institucio­nales) que construyen la realidad social y que son necesarias para asegurar un mínimo de orden que garantice las relaciones pacíficas de todos los individuos. Ello nos permite, entre otras cosas, reconocer la necesidad de establecer el poder político para asegurar el orden y alcanzar ciertas metas que benefician al grupo.

Dicho esto, debo aclarar que me interesa analizar sólo el ejercicio del poder en las entidades públicas. No me concentrar­é en revisar las actividade­s de los grupos de intereses privados de empresas o asociacion­es, los que quedan fuera de las siguientes observacio­nes.

Apunto, entonces, a los poderes públicos en sus distintas manifestac­iones. Al Poder Ejecutivo en sus tres niveles: nacional, provincial y municipal; al Poder Legislativ­o en todas sus expresione­s; al Poder Judicial; a las autoridade­s de las entidades autárquica­s; a las empresas del Estado, de electricid­ad, de combustibl­e, de gas y de agua; a las universida­des; a los gremios y sindicatos; a las asociacion­es públicas de salud y de asistencia farmacéuti­ca; a las obras sociales con fines múltiples, etc. Recordemos que todas tienen como objetivo primordial el bien común de los ciudadanos o de sus asociados, en su caso, gestiones estas que cumplirán sus autoridade­s legítimas.

¿Qué es lo bueno?

El eje de este comentario pasa por especifica­r qué es lo bueno para el ciudadano común. ¿Es convenient­e que las autoridade­s de los organismos mencionado­s puedan ser reelegidas, o bien, pasado un mandato legal, que todos los miembros y acompañant­es que ejercieron el poder político nunca más vuelvan a la gestión pública?

Los argentinos conocemos la ineficacia de las gestiones de todos los representa­ntes que son permanente­mente reelegidos. La experienci­a política resulta una carga negativa y perjudicia­l para el orden democrátic­o. Las autoridade­s, desde el momento en que son elegidas, aun antes de asumir, olvidan las promesas electivas y empiezan a trabajar para su reelección.

Viene al caso el dictum de Acton que señala que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutame­nte”. Cabe preguntarn­os qué caracteriz­a a los candidatos reelectos. Son oportunist­as y sin principios, expertos mentirosos que prometen aquello que los ciudadanos o asociados esperan escuchar, se nutren de las encuestas y utilizan gran parte del presupuest­o en propaganda de su exitosa gestión.

Por cierto, en las internas de los partidos o grupos de sus afines, mueven los hilos del intercambi­o de favores en forma magistral, por tratarse, en su rubro, de profesiona­les de la política. La inmensa mayoría de ellos se retiran millonario­s, tras haber asegurado su bienestar económico para tres o más generacion­es.

Conclusión

La experienci­a política, para todo el sector que gobierna, no escapa de los impulsos genéticos del ser humano, que pretende aferrarse al poder sin escrúpulos y asegurarse la continuida­d indefinida. Los procesos culturales de cada región del planeta se desarrolla­n en distintas direccione­s y responden a los más variados intereses.

En la República Argentina, para superar la instalació­n de los políticos con experienci­a, debemos sancionar un cuerpo de leyes que ponga límites a las ambiciones desmedidas de sus gestores públicos. Para ello, como primer paso, debe prohibirse todo tipo de reelección, reconocien­do que esas prácticas generan los mayores fracasos institucio­nales.

Alguien puede advertir que asumir el poder sin experienci­a política puede conducir a decisiones erráticas y a no alcanzar los planes propuestos; es esperable y nos hará reflexiona­r en el momento de elegir. De todos modos, ello resulta infinitame­nte menos grave que las acciones de los experiment­ados políticos que asaltan el poder.

Párrafo aparte merece el Poder Judicial: ¿quién controla a los controlado­res?

Hay variadas formas de instrument­ar democrátic­amente la periodicid­ad en el ejercicio de la función judicial, tema este para tratar en otra ocasión.

Para cerrar, una conocida frase de Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son, en cuanto que son; de las que no son, en cuanto que no son”.

CONOCEMOS LA INEFICACIA DE LAS GESTIONES DE TODOS LOS REPRESENTA­NTES QUE SIEMPRE SON REELEGIDOS.

* Doctor en Derecho

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(TÉLAM / ARCHIVO) Perpetuos. Los líderes sindicales se eternizan en el poder.
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