La Voz del Interior

La mano mágica de Leonor

Hoy se cumplen 75 años del primer show del Cuarteto Leo. Cómo fue su historia. El estilo de marcar el ritmo de la pianista Leonor Marzano alumbraría el género popular bailable que identifica a Córdoba.

- Alejandro Mareco amareco@lavozdelin­terior.com.ar

Esa música de pulso inquietant­e que cada fin de semana agita las madrugadas bailables, esa pasión cuartetera que, atravesand­o el corazón de los pueblos y las barriadas, tomó una porción de la identidad de Córdoba y la enarboló para todo el país, tuvo en su fuego original la chispa de una mujer: Leonor Marzano.

“Leo”, el sonido en el que se reconoció desde niña, no sólo le daría su nombre a la pequeña orquesta que abrió el camino hace

75 años, cuando el 4 de junio de

1943 debutó en la entonces Radio

LV3 (hoy Cadena 3), sino que sobre todo fue la que sobre el piano gritó ¡eureka!, ha nacido un nuevo género.

En su mano izquierda estaba guardada la magia, el secreto que alumbró la leyenda del “tungatunga”. Su manera de hacer el ritmo echó a rodar una nueva versión de música popular en una tierra que construía su destino y sus novedades alimentánd­ose de la mixtura.

La punta del ovillo sería la vocación de músico de Augusto Marzano, flautista y contrabaji­sta, pero sobre todo un empleado ferroviari­o que llegó trasladado desde Santa Fe junto con su esposa Josefina y la hija de ambos. Leonor tenía ya

13 años cuando arribaron a Córdoba y eligió seguir sus estudios de piano antes que hacer el secundario.

Augusto soñaba con vivir de la música, y mientras tanto tocaba en Los Bohemios. Hasta que, al cerrar otra noche agobiada, se dijo: “¡Basta de tango y de foxtrot!”. Debía intentar camino con otros compases. Al fin y al cabo tenía sangre italiana y el corazón le latía al ritmo de tarantela. Además, “la colonia” (el campo) estaba repleta de gringos y criollos con ganas de bailar, de conocerse, de encontrar una oportunida­d de hacer pareja y luego familia.

“Los bailes de campo eran muy lindos. Hubo una época en que tocábamos de lunes a domingo. Si habremos hecho casar parejas... Después nos venían a saludar con los hijos crecidos. Eran momentos muy hermosos. A nosotros no nos seguía la clase alta. Tocábamos para la familias, gente de trabajo”.

En el invierno de 1989, un departamen­to del Centro, muy cerca de donde hoy está la escultura que la eterniza frente al piano (San Martín al 200), Leonor repasaba aquellos días luminosos.

Pero volvamos a Augusto. Lo primero que hizo fue planear la orquesta: serían cuatro, es decir, un cuarteto, formado por flauta, acordeón, piano y violín. Lo segundo fue contagiarl­e la idea a Miguel Gelfo, acordeonis­ta y joven compañero en Los Bohemios.

Mientras Miguel aceptaba, esa noche, Leonor estaba sola, como lo había estado muchas noches desde que tenía 15 años y desde que había muerto su madre. Tenía casi 20 y daba clases de piano. Al día siguiente, cuando se encontraro­n en la cocina, Augusto le habló de su proyecto y la invitó a sumarse. “No quiero que te sigas quedando sola de noche”, le dijo.

Ella no demoró su “sí” ni un instante, y enseguida preguntó qué nombre le pondría al cuarteto. “Le voy a poner tu nombre, Leo; estoy seguro de que me va a traer suerte”. Augusto pensó que por fin se vendrían días de tarantelas y pasodobles. Pero estaba a punto de ser parte del nacimiento de algo diferente

Proeza de un pequeño gesto

Cuando entre la polvareda y el alboroto los gringos escucharon la música popular italiana que interpreta­ba La Leo, notaron que había algo raro, pero muy contagioso. “Nosotros tocábamos algo distinto que los divertía mucho. El estilo nuestro prendió enseguida y poco después de que salimos se habían formado en Córdoba más de 70 cuartetos que querían hacer lo mismo”.

¿Y cómo fue que Leonor Marzano inventó el tunga-tunga?

Era poco común encontrar un/a pianista que ejerciera una fuerte marcación rítmica con su mano izquierda, ya que para la enseñanza del instrument­o, conservato­rios y profesores seguían los métodos y el estilo de la música europea, que había alcanzado un gran desarrollo en armonía y melodía.

En cuanto al ritmo, la convención indicaba que, de dos tiempos, el primero es débil y el segundo es fuerte, aunque en gran parte de la música del lado americano del mundo la situación se da al revés (por eso es que durante años a los académicos les costó traducir fiel-

mente zambas, gatos y chacareras, el folklore argentino, a una partitura).

Lo que hizo Leonor Marzano fue invertir las cosas: con su mano izquierda golpeó primero fuerte y después, débil, es decir, subrayó el “tun” y suavizó el “ga”. Es decir, le dio a La Leo un pulso americano (incluida la huella africana).

¿Y de dónde sacó Leonor Marzano ese pequeño recurso técnico que se convirtió en una proeza en la música popular?

Pareciera que el cuarteto tuviera un ADN mitocondri­al: hay otra mujer en la historia. “Cuando vine a Córdoba tuve una profesora, Genoveva Medina, que fue quien me enseñó a tocar de esa manera, golpeando con la mano izquierda para marcar el ritmo y acompañar con la mano derecha”, recordaba Leonor.

El estilo también atraía a los músicos. “Mi padre y mi esposo siempre se admiraron de mi manera de tocar. Cuando nos presentába­mos en la radio, muchos pianistas se subían al palco para ver de cerca cómo usaba los dedos. Ese ritmo nadie lo hacía y creo que fue una innovación. Por la forma en que me miraban, era como si se hubiera descubiert­o algo”.

Amor de uñas rotas

Podía el polvo levantarse como un fervoroso respiro de la tierra; el aire caliente hinchar los pulmones de los techos de zinc; la música escapar por las puertas del club y salir a respirar del aire del campo. Cientos de pies podían arrastrars­e en la confusión de gringos y criollos, pero en el escenario, los ojos de Leonor y de Miguel no podían dejar de encontrars­e a lo largo de cien canciones.

Dos años después de ensayos y bailes, se casaron. Cuando llegaron los hijos: Marta y Eduardo (quien heredaría el cuarteto), pensaron que las noches del cuarteto habían terminado para ella. Hasta contrataro­n a otro pianista, pero sucedió que a la hora de su debut no se presentó. Entonces, Miguel llegó urgente y le pidió a Leonor que se vistiera para tocar.

“Los chicos prácticame­nte los criaron los vecinos”, recordaría. En aquel encuentro del invierno de 1989, Marta contaría: “Llegaban casi de día y después volvían a salir con más entusiasmo. No se cansaban nunca. Para nosotros era algo maravillos­o. Se juntaba tanta gente en casa. Siempre hemos amado el cuarteto”,

Durante 25 años, Leonor solía volver a su casa bajo el sol del ama- necer y con las uñas rotas de los dedos pulgar y meñique de la mano izquierda. A veces, también había sangre en las yemas. Marcarles el ritmo a los bailarines toda una noche cobraba su precio.

Pero por más trajinados y sacrificad­os que fueran, ella no quería bajarse de los escenarios. Su presencia de mujer, incluso, generaba sentimient­os especiales entre las mujeres de los bailes.

“Siempre se paraba mucha gente delante del escenario y me decía cosas lindas, me regalaban flores. Una vez fuimos a tocar a Cruz del Eje y fue muy especial: todas las mujeres se me venían encima; me abrazaban, me tocaban. Hacía tanto calor que se me corría la pintura. En el intervalo tuve que esconderme. No sé qué pensarían ellas que era yo, si sólo era una mujer sencilla. ‘¿Creerán que soy Mirtha Legrand?’, le preguntaba a Miguel. Todos los días eran así, no podíamos parar”.

Leonor Marzano murió en 1993, a los 71 años. Hacía unas tres décadas ya que el cuarteto había copado las energías populares de la ciudad. Lo habían asumido por esas inmensas barriadas alimentada­s por los inmigrante­s y sus hijos venidos de la provincian­ía argentina a partir del estallido industrial de mediados del siglo pasado.

Y aquella argamasa genética y cultural afirmaría su ritmo al amparo del contagioso pulso que alumbró la mano izquierda de Leonor Marzano.

MI PADRE Y MI ESPOSO SIEMPRE SE ADMIRARON DE MI MANERA DE TOCAR... MUCHOS PIANISTAS SE SUBÍAN AL PALCO PARA VER CÓMO USABA LOS DEDOS.

Leonor Marzano en 1989

 ?? (LA GACETA.COM) ?? Leonor, en el centro de todo. El Cuarteto Leo abrió la puerta al nuevo género popular.
(LA GACETA.COM) Leonor, en el centro de todo. El Cuarteto Leo abrió la puerta al nuevo género popular.
 ?? (LA VOZ / ARCHIVO) ?? Junto al piano. Eduardo Gelfo, el hijo de Miguel Gelfo y Leonor Marzano, en el piano de su madre.
(LA VOZ / ARCHIVO) Junto al piano. Eduardo Gelfo, el hijo de Miguel Gelfo y Leonor Marzano, en el piano de su madre.

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