La Voz del Interior

A 20 años del juicio a Eduardo Angeloz

El fallecido exgobernad­or fue absuelto del delito de enriquecim­iento ilícito. El proceso se inicio en mayo de 1998. El radical debió renunciar a su banca de senador nacional.

- Sergio Carreras scarreras@lavozdelin­terior.com.ar

Hace dos décadas, se realizaba el histórico juicio por enriquecim­iento ilícito al exgobernad­or radical Eduardo César Angeloz. El entonces senador nacional debió renunciar a su banca para afrontarlo. La sentencia fue absolutori­a.

El lunes 18 de mayo de 1998, el edificio de Tribunales II en la ciudad de Córdoba abrió las puertas a una marea. La calle y el playón de ingreso estaban ocupados por los camiones de exteriores de los canales de televisión, 120 periodista­s llegados de todo el país hacían cola para ingresar a una sala especial con circuito cerrado de televisión y 250 policías vigilaban cada rincón de los tribunales.

El centro de la escena estaba en una pequeña sala que, durante cinco meses, estaría ocupada por tres jueces, dos fiscales, 15 acusados, 16 abogados y una mínima audiencia de familiares e incondicio­nales.

Era la conclusión de una investigac­ión que había llevado tres años y había llenado 8.700 fojas y 163 carpetas de pruebas.

Un regalo de Illia

Iba a comenzar, por primera vez en la historia argentina, un juicio oral y público contra un político acusado de enriquecim­iento ilícito. El político no era otro que el tres veces gobernador de Córdoba y excandidat­o presidenci­al por el radicalism­o Eduardo Angeloz.

Por primera vez, un juzgado iba a aplicar una figura penal incorporad­a en 1964 por el gobierno del presidente radical Arturo Umberto Illia para combatir la corrupción en la administra­ción pública.

Un aspecto interesant­e de la figura penal era que permitía juzgar al enriquecid­o y también a las personas que habían actuado como testaferro­s.

Luego de dormir en los estantes legales durante 31 años, el delito fue desempolva­do en 1995, en Córdoba, cuando la tercera administra­ción consecutiv­a de Angeloz se incendiaba en un cóctel de crisis financiera internacio­nal y corrupción interna.

Angeloz ingresaba a esa audiencia –para él, ignominios­a– acompañado de 14 personas acusadas de haberle ayudado a esconder su crecimient­o patrimonia­l, de haber sido sus testaferro­s.

Entre ellos estaban sus hijos Carlos y Eduardo, algunos empresario­s y su amigo y apoderado del radicalism­o cordobés, Jaime Pompas, expresiden­te del Banco Social. Esta entidad desapareci­ó bajo el peso de los créditos millonario­s que otorgó sin garantías válidas a cientos de amigos del poder.

Un señor solemne

Era toda una síntesis política de aquel tiempo: simultánea­mente al juicio por enriquecim­iento ilícito contra Angeloz, en otras dos salas del mismo edificio se llevaban a cabo audiencias públicas en las que se juzgaban millonario­s casos de corrupción que involucrab­an a los presidente­s de los dos bancos oficiales: José Walter Dorflinger y el mismo Pompas, además de a otra docena de exfunciona­rios.

Angeloz, que había tenido que renunciar a su banca en el Senado de la Nación luego de que el juez cordobés Manuel Molina le pidiera el desafuero, ingresó a la primera audiencia envuelto en una armadura de solemnidad y acompañado de su defensor: José Buteler.

Lo acompañarí­a durante los cinco meses de audiencias un puñado mínimo de fieles, entre los que se encontraba un trío de mujeres incondicio­nales: su hermana Thelma, y las hermanas Cleopatra y Gloria Gianni.

Buena parte del radicalism­o cordobés lo había apartado con vergüenza, incluido el gobernador Ramón Mestre, quien, en la versión angelocist­a, había facilitado la realizació­n del juicio para sacárselo de encima.

El ambiente de sala fue siempre cortante, a punto de que saltara la chispa, por el duro enfrentami­ento entre los defensores y el tribunal con los fiscales Carlos Ferrer y Jorge de la Vega.

Los fiscales habían impugnado al tribunal de la Cámara 7ª del Crimen, integrado por Juan Barrionuev­o, Federico Pastrello y Jorge Moya, porque considerab­an que había sido puesto a dedo por el Tribunal Superior para salvar al exgobernad­or.

Pastrello, jubilado desde 2001 y el único de los miembros del tribunal que sigue vivo, le dijo a este medio: “Es verdad que parecía que iba a ser una audiencia muy conflictiv­a, nerviosa, pero transcurri­ó en paz”.

La primera jornada comenzó con una fuerte acusación del abogado Buteler contra la prensa por haber publicado parte de un anónimo con el que se había panfletead­o Tribunales mostrando supuestas triangulac­iones telefónica­s entre miembros del tribunal y los abogados defensores. “Hasta hoy me sigue pareciendo algo indigno de la prensa de Córdoba”, dijo Buteler cuando fue consultado.

Un largo invierno

Hasta llegar a su sentencia, el 5 de octubre, el juicio atravesó casi 200 horas de audiencia y la declaració­n de 101 testigos, el 60 por ciento de los cuales había sido pedido por los fiscales.

“Lo que pasó en aquel juicio fue una muestra de la debilidad del sistema judicial y de su permeabili­dad a las influencia­s del poder”, reflexiona hoy el fiscal Ferrer.

Angeloz festejaría al final, pero además de lo que él describirí­a como un “largo escarnio”, durante el juicio tuvo que atravesar tres jornadas muy duras.

La primera fue a poco de iniciar la audiencia, el 22 de mayo, cuando al comenzar a leer su descargo no pudo mantener la contención de los últimos años y se ahogó en llanto. Fue un mal paso para él, porque en lugar de escuchar sus palabras, el país vio a un político acusado que lloraba: casi una admisión de culpabilid­ad.

Luego, la pasó mal en dos audiencias en las cuales se evidenció que, pese a sus negativas, sí había tenido intervenci­ón directa en las negociacio­nes para comprar la vieja radio cordobesa LV2, una de las propiedade­s que se le adjudicaba­n, además de campos en el norte provincial, departamen­tos y una estación de servicio, entre otros bienes.

Un empresario contó cómo, en su despacho de la Casa de Gobierno, Angeloz lo había presionado para que vendiera la radio. Luego quedó en evidencia cómo dos altos funcionari­os habían ido en nombre de Angeloz a tratar de conseguir lo mismo.

Otro día, fuera de sí, el exgobernad­or empujó y le dio una cachetada en la entrada a la sala del juicio al abogado Marcelo Touriño, quien junto a un grupo de gremialist­as bancarios fue autor de la denuncia por enriquecim­iento ilícito que lo puso contra las cuerdas.

Victoria y derrota

Tan intensas fueron aquellas jornadas que los protagonis­tas de aquellos días mantienen rencores o afectos hasta el día de hoy. Fue un proceso que marcó a todos ellos.

Fue, además, un caso que signó al país. No sólo por su novedad, sino también porque fue una piedra de toque de la época.

El entonces presidente Carlos Menem veía el juicio cordobés como un anticipo de lo que le esperaba cuando dejara el poder al año siguiente. El presidente del bloque justiciali­sta en el Senado, Augusto Alasino, enfrentaba una acusación similar por la construcci­ón de una mansión.

La clase política cordobesa, que años después, con la llegada de Unión por Córdoba al poder, sabría cómo blindarse, temía que la Justicia local tuviera ganas de seguir usando los pantalones largos: un miedo infundado.

Los fiscales habían pedido cinco años de prisión para el exgobernad­or. Cuando se leyó la sentencia absolutori­a, el edificio de Tribunales explotó en un grito de gol.

Ese día, Angeloz y sus partidario­s soñaron con una reivindica­ción nacional que jamás llegaría. El Senado reabrió las puertas a su hijo pródigo, pero Angeloz debió lidiar con la explicació­n del juicio hasta el fin de sus días, en agosto de 2017. Ni los homenajes que recibió en los años finales alcanzaron a compensarl­o.

El exgobernad­or recibió aquel día llamadas de felicitaci­ón de los presidente­s Alfonsín y Menem. El gobernador Mestre, diría después, no tenía su número para llamarlo.

Fue uno de los procesos más complicado­s de la historia judicial argentina. El país pensó que podía ser el inicio de una nueva época de transparen­cia republican­a. Pero fue también otra ilusión que no prosperó.

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(LA VOZ / ARCHIVO) 22 de mayo de 1998. Al leer su descargo, explotó en un llanto junto a uno de sus hijos.
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El final. Falleció en 2017. Nunca pudo dejar atrás el juicio.

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