La Voz del Interior

Excusa para un mes

- Enrique Orschanski* Pensar la infancia

En lo primero que pensé fue en una gastroente­ritis, de esas que te hacen vomitar a chorros y te dejan sin fuerzas. Podía servir. Yo tuve varias (siempre por comer porquerías) y sabía que la cara de descompues­to me podría salir bien.

Calculé que si los síntomas empezaban el fin de semana, cubría la inauguraci­ón y el primer partido. Pero después me di cuenta de que sería poco tiempo. ¿Y cómo fingir las arcadas y la diarrea? Porque ya saben cómo es mi mamá: controla hasta “eso”.

Entonces cambié la idea por un buen dolor de espaldas. A veces me duele en serio, porque –dice mi abuela– uso una mochila pesada. En primaria llevaba las de carrito y sólo me dolían los brazos, pero ahora en secundaria cargo una toneladaen­loshombros.

Podía ser la excusa ideal, porque ¿cómo puede saber alguien si te duele o no? Segurament­e el médico me iba a recomendar reposo, un calmante y, sobre todo, “nada de colegio hasta que se sienta bien”. Era perfecto: me alcanzaba para Islandia, Croacia y Nigeria.

Peroelmara­villosopla­nseibaa caer rápido. Justo ahora comienzan los cuatrimest­rales, y durante estos días llevo la mochila descargada. No me iban a creer. Tenía que cambiar de excusa; el tiempo corría, y yo sin resolver el problema.

Googleé enfermedad­es que podían durar entre 20 y 30 días. Algunas tienen nombres difíciles de pronunciar; las descarté enseguida. Otras son de bebés, y yo soy grande: tengo 11 años (y medio).

La enfermedad debía ser fácil de simular, porque para algunas hacen falta ronchas o ampollas, ponerme amarillo, bajar de peso otosernoch­eydía.Imposiblec­on esas.

Mi proyecto “Mundial en casa” corría peligro.

Como si fuera poco, encontré mi carné de vacunas y con tristeza comprobé que ¡estoy protegido para un montón de enfermedad­es! ¡No es justo! Eso me pasa por tener padres que se ocupan de mí y que ni me dejan enfermar cuando lo necesito.

Seguía buscando; no me iba a quedar de brazos cruzados esperando otros cuatro años.

¡Hasta que apareció! Una infección que te contagian los amigos a través de un virus de doble apellido y que te tira a la cama un mes entero: ¡la mononucleo­sis!

Tiene nombre raro –impecable para que mis papás se preocupen–, afecta a chicos de mi edad y se cura sin medicament­os. ¡Justazo! Sólo hay que hacer reposo, comer sano y ya está. ¡Tema resuelto!

Quedaban detalles técnicos menores, pero nada me detendría: iba a cubrir no sólo la etapa clasificat­oria, sino los octavos, cuartos, semis y final. Decidido, eraeso.

Tenía que producirme fiebre y manchas blancas en la garganta. Por consejo de mi abuelo, busqué papel secante, algo antiguo que, si te lo ponés en el cuerpo, te eleva la temperatur­a. El problema es que ya no lo venden; entonces cambié por cartones blanditos. Capo el nono para zafar del cole.

Para las manchas blancas –retípicas de la mononucleo­sis–, probé con yogur, pero se disolvía rápido; después con pasta de dientes: lo mismo. Hasta que descubrí la ricota, que tiene granitos duros que duran más. La cara de sufrido la tengo bien ensayada, así que no había que practicar. El plan no tenía fisuras.

Y llegó el día. Dormí con los cartones en los pies y las axilas; incómodo, pero llegué a 37 y medio. Me llené de ricota la boca y arrastrand­o los pies supliqué a mamá que me llevara al médico.

Volvimos enseguida. Mamá sigue enojada por asustarla y hacerle perder tiempo. Papá y el médico no paran de reírse. El abuelo mira para otro lado. Y yo sigo pensando cómo hacer para combinar los partidos durante los días de colegio.

* Pediatra

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