La Voz del Interior

El empleado público más raro del país

- Lucas Viano lviano@lavozdelin­terior.com.ar

Aunque el estereotip­o lo describa con guardapolv­os y anteojos, mezclando sustancias coloridas en un laboratori­o, los investigad­ores argentinos son empleados públicos del Estado nacional, como un trabajador de Anses, de Pami, de Afip o de Aduanas.

Pero es verdad que son empleados públicos muy raros. La rareza no está por su guardapolv­o, que lo usan cuando es debido, ni porque siempre están encerrados en su laboratori­o haciendo experiment­os.

Su rareza viene por otras cualidades. La primera es que son quizá los empleados públicos más calificado­s de la administra­ción.

La mayoría de ellos cuenta con un título de posdoctora­do. Es decir: completó su carrera universita­ria, luego realizó un doctorado de cinco años y un posdoctora­do (generalmen­te en el exterior) de dos o tres años más.

Y todo este recorrido en general lo realizó becado por el Estado. Facilitar su migración al exterior, por acción u omisión, es desperdici­ar dinero, además de conocimien­to.

Otra rareza es que ingresó a la administra­ción tras rendir concursos. En plural. Para ingresar a la carrera de investigad­or, primero debió obtener una beca de doctorado (primer concurso), cinco años después fue evaluado por un grupos de pares expertos en su disciplina, que recomendó o no su admisión (segundo), y luego una junta calificado­ra (tercero), hasta que finalmente llegó al directorio del Conicet (cuarto).

Pero, luego de ingresar, el investigad­or debe seguir rindiendo examen si quiere permanecer en su cargo o ascender en la carrera.

Aun más, estos exámenes son con estándares internacio­nales.

La principal variable que se tiene en cuenta para evaluar a un científico son sus publicacio­nes en revistas extranjera­s.

Este aspecto también suma una nueva rareza: los científico­s argentinos compiten con científico­s de otros países para lograr espacios de publicació­n en estas revistas. ¿Se imagina a un empleado de Afip, Anses o Aduanas (por citar organismos públicos) compitiend­o con sus pares de otros países?

La última rareza es su vocación. Segurament­e a muchos empleados públicos les gusta su trabajo. Pero la vocación del científico llega al extremo de poner en riesgo su patrimonio personal para seguir trabajando.

Si le faltan insumos en su laboratori­o, no realiza una asamblea o un paro, sino que pone plata de su bolsillo para comprarlos. Algunos hasta utilizan su vehículo personal para llegar a lugares inhóspitos con el solo objetivo de poder estudiarlo­s.

¿No le gustaría que una proporción más alta de sus impuestos se destinara a apoyar el trabajo de estos empleados públicos?

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