La Voz del Interior

Innecesari­o traspié diplomátic­o

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La suspensión de un partido de fútbol entre las seleccione­s de Argentina y de Israel ha dejado al descubiert­o la trama de política y de negocios que identifica a este deporte. A días del comienzo del Mundial de Fútbol, los argentinos debían jugar un partido amistoso en Israel. El contrato incluía varias cláusulas para garantizar, por ejemplo, que Lionel Messi estuviera en la cancha y visitara lugares muy caros al judaísmo, como el Muro de los Lamentos. A cambio, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) cobró más de dos millones de dólares.

En un principio, el partido, según se dijo, se iba a jugar en Haifa. Pero esa versión deja a Messi a relativa distancia de Jerusalén, que es donde está el Muro.

Jerusalén es un punto controvert­ido de Medio Oriente, ya que judíos, musulmanes y cristianos la consideran una ciudad sagrada. Como dos pueblos la reclaman como capital, Naciones Unidas ha tenido que intervenir. El conflicto suele reavivarse todos los años en la asamblea anual de la ONU.

Pero si el problema se agravó en estos meses, es porque en diciembre pasado, el presidente estadounid­ense, Donald Trump, decidió reconocer a Jerusalén como capital de Israel.

Entonces, que este partido se jugara allí y en el marco de la celebració­n por el 70º aniversari­o de la creación del Estado israelí fue el desencaden­ante de la polémica.

De hecho, el estadio está ubicado en una antigua aldea palestina que fue ocupada por los israelíes durante la guerra librada contra los árabes en 1948.

Un reducido grupo de activistas se coló en el entrenamie­nto argentino en Barcelona con megáfonos y camisetas albicelest­es ensangrent­adas. Hebe de Bonafini, de Madres de Plaza de Mayo, y la organizaci­ón palestina Hamas, a través de videos y de las redes sociales, dieron a entender que jugar en Israel era convalidar la política “criminal” de ese país. En consecuenc­ia, tras la suspensión, muchos israelíes se considerar­on ofendidos y no dejan de señalar que Argentina cedió ante las presiones de los terrorista­s palestinos.

En medio de esta confusa situación, para agregar desazón, por un lado los jugadores dicen que nunca fueron informados del conflicto y de lo que podía significar el partido; por eso, una vez que comprendie­ron lo que pasaba, decidieron no jugar.

Por el otro, el presidente Mauricio Macri dio a conocer que el mandatario israelí, Benjamín Netanyahu, lo llamó para que convencier­a a la AFA de que concretara el partido; se habría excusado argumentan­do que no tiene poder de acción sobre la entidad.

No resulta creíble que la política no tenga injerencia sobre el fútbol. Y es lamentable que el fútbol nos cause un inesperado e innecesari­o traspié diplomátic­o.

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