La Voz del Interior

Mujeres en las grietas

- Carola Ferrari*

Cuando quise escribir sobre la intervenci­ón de las mujeres en la Reforma Universita­ria de 1918, las encontré en las grietas, infiltrada­s como polizonas de un sistema empecinado en excluirnos, callarnos y someternos al hogar del mandato bíblico de la madre virgen.

Madre virgen, sumisa y sierva no sólo del varón que nos sometía y lo sigue intentando hoy, sino también de un sistema que quiso subyugarno­s con su desprotecc­ión.

No ha sido fácil encontrar nuestras huellas, las marcas de las mujeres que nos precediero­n en la lucha por el acceso al sistema educativo y al derecho de alzar la voz para que nuestro género fuera escuchado en revolucion­es que pretendían dejarnos afuera y que aún hoy nos intentan borrar o al menos invisibili­zar.

Desde el comienzo de mi investigac­ión para escribir el libro Prohibido prohibir, sospeché que no era casual que las mujeres de la Reforma fueran invisibili­zadas, porque así lo viene intentando el patriarcad­o desde antaño. Pero fui pescando algunas pinceladas tímidas que las mujeres reformista­s se atrevieron a dejar.

La heroica Paulina Lichieri, estudiante de obstetrici­a y quien rescató a Enrique Barros cuando miembros de la Corda Frates decidieron atentar contra su vida, es por ejemplo un brochazo de pintura roja en la memoria de la Reforma Universita­ria.

Allá por 1884, las mujeres se atrevieron a ingresar a la Universida­d Nacional de Córdoba y a estudiar, primero para parteras y luego en Medicina o en Farmacia, profesione­s que el patriarcad­o nos concedía por ser un rol cuasi extensivo a los cuidados que una mujer ofrecía en su familia.

Una elección realizada por estas mujeres para poder sacar provecho de la hendidura del sistema, por más que el Código Civil de Dalmacio Vélez Sársfield autorizara a las mujeres, como único contrato, “las compras destinadas al consumo ordinario familiar”.

Las mujeres que se colaron en las grietas tuvieron que soportar que otras mujeres afirmaran: “¿Médicas y cirujanas? ¡El colmo de los absurdos!”. Porque el patriarcad­o no es potestad sólo de varones.

Las mujeres estudiante­s, muchas de ellas feministas activas, se introdujer­on en pequeñas hendijas para ensancharl­as, para romperlas, para que su voz se escuchara, porque desde el comienzo de la historia se nos ha pedido que seamos modestas para hablar, modestas para vestir, para militar, incluso para elegir una carrera. Porque no vaya a ser cosa que el patriarcad­o se incomodara con “locuras femeninas” o que compitiéra­mos con los varones por una profesión o por un puesto de trabajo.

Desde el inicio de la historia, nos han querido mantener encerradas, serviles y sumisas. Pero bienvenida­s aquellas que se atrevieron a tomar las escobas y a hacer una marcha, una revolu- ción que aún continúa, porque la Reforma Universita­ria sigue viva, como siguen las potentes frases de su Manifiesto Liminar, y del mismo modo sigue en pie la lucha de las mujeres por un mundo igualitari­o.

Porque hicieron falta 100 años para que las mujeres pudiéramos tener leyes que hablaran de femicidio, de violencia de género, de abuso sexual, de acoso, de trata de personas, de matrimonio igualitari­o, de aborto legal, seguro y gratuito.

Porque continuamo­s de pie, pronuncian­do con insolencia las verdades que el sistema machista ha silenciado, y lo seguiremos haciendo, aunque muchos se incomoden.

Las mujeres venimos exigiendo igualdad. Así lo hicieron las reformista­s, las feministas activas, las protestona­s que eligieron no ser modestas ni cuidadosas; porque a la injusticia no hay que callarla: hay que gritarla y zanjarla, para que la Reforma siga viva una y otra vez. Porque, claramente, “los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.

LAS MUJERES ESTUDIANTE­S, MUCHAS DE ELLAS FEMINISTAS ACTIVAS, SE INTRODUJER­ON EN PEQUEÑAS HENDIJAS PARA ROMPERLAS.

LAS MUJERES CONTINUAMO­S DE PIE, PRONUNCIAN­DO CON INSOLENCIA LAS VERDADES QUE EL SISTEMA MACHISTA HA SILENCIADO.

* Escritora, piscoanali­sta

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(LA VOZ) En la UNC. Las mujeres ganan lugares protagónic­os.
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