Cerca de la demolición
Tres fotógrafos ingresan a una casona centenaria y registran el paso del tiempo y la calma que precede a la destrucción. Las imágenes podrán verse desde hoy en la muestra “3 ISO”, montada en la sala del Colegio de Arquitectos en Colinas de Vélez Sársfield
Nada es casual. La sala de muestras del Colegio de Arquitectos (Finochietto 240, barrio Colinas de Vélez Sársfield) exhibirá imágenes de una centenaria casa antes de su demolición. Este jueves a las
18 se inaugura allí la muestra “3 ISO. Un espacio”, de Oscar y Lisandro Schebacof, y Jorge Martín, en la que la fotografía extrae el último suspiro de vida de una vivienda centenaria.
Una casa deshabitada durante mucho tiempo, despojada de sus aberturas interiores, con revoques desprendidos, iba a ser demolida para la construcción de un edificio. Cuenta Oscar Schebacof que esto motivó a poner la mirada en esa vieja casona construida en
1915. “Huecos en los techos de las habitaciones más importantes permitían la entrada de una luz muy sugestiva”, afirma, describiendo la escena.
Un hogar de leña terminado con estuque de fuego; cables eléctricos revestidos en tela; y dibujos impresos en los mosaicos calcáreos confirmaban la edad de la casa. Además, destaca el fotógrafo, las flores en las mayólicas del baño y en una vieja bandeja metálica evocaban el gusto y una notoria presencia femenina.
La mecedora de mimbre
Con los planos casi concluidos, el nuevo edificio ya concebido podría comenzar a crecer, relata Oscar. Sin embargo faltaba ese paso decisivo: demoler la antigua vivienda de una de las esquinas de 24 de Septiembre y General Deheza, en el tradicional barrio General Paz. Y en esa espera, entre las cosas que pudo observar había una mecedora de mimbre, un poco desvencijada, en una de las habitaciones, entre los escombros que preanunciaban el derrumbe.
Cuatro o cinco generaciones vivieron en la vieja casa de la esquina, cuenta. De las vivencias de aquellas personas que sufrieron, rieron, lloraron y soñaron y a su tiempo murieron, se pregunta si quedará algún rastro. Y mientras, imagina diálogos de épocas pasadas que se cruzan con otros actuales. “Se superponen espacios y tiempos que resultan por momentos extraños y a la vez reconocibles”, afirma Oscar Schebacof.
Una chimenea
A Lisandro Schebacof le pareció muy interesante la propuesta de tomar fotografías en la casa. Nunca había estado ahí. “Hacía mucho calor en la ciudad, y sin embargo, al pasar la puerta de ingreso, logró transportarme a otro lugar”, cuenta sobre la experiencia.
A pesar de las ruinas, percibió que estaba cargada de historias. “Me focalicé en aquellas habitaciones que, de alguna manera, me llevaban a otro lugar y a otro momento”, dice. Y agrega: “Los cuartos presentaban varias intermitencias de luz, y era maravilloso estar por momentos en la oscuridad”.
En el recorrido descubrió un living que albergaba una chimenea, que para él tenía vida propia, como si fuera “la dueña de la casa”. Le intrigó su historia.
Para Lisandro, a pesar de los años de la casa, y pese al deterioro, percibió que alrededor de aquella imponente chimenea habían sucedido muchas cosas. Sus fotos parecen querer escuchar esas historias.
Volver al pasado
Para Jorge Martín, que realizó en la antigua residencia su Proyecto 24, la invitación era irresistible tanto para él como para su obra, “un regalo y un guiño a la vez para dar y recibir las posibles energías que subyacen en esos espacios despojados de sus habitantes”.
El artista, conocido por su trabajo en lugares que han sido habitados y luego permanecen en silencio, veía a la vivienda “estoicamente de pie, resistiendo los embates del tiempo y el avance de la naturaleza que la empezaba a invadir”.
Jorge sintió que el inexorable final de la casa y el reemplazo funcional (el edificio) era extraño y violento: “Mi propio pasado estaba unido a esa casa, por esa esquina pasé una infinidad de veces en mi adolescencia, transité, esperé, besé, lloré, mentí, prometí”, reflexiona. Después de tanto tiempo volvía en silencio, “a través de una mágica carambola de acontecimientos, y en las vísperas de sus últimos días”. Así, como un artista-arqueólogo, dice, fue a dar testimonio de su existencia, de su esencia, sus energías, de su mirada.
Como un sueño
La intensa experiencia no lo dejó vacilar: “Me adentré en un profundo lugar de ensoñación, en una vigilia del inconsciente, la realidad estaba trastrocada. Veía cosas, sentía una presencia femenina que me susurraba al oído, y me decía lo que tenía que hacer. Ella me guiaba en su recorrido para que pudiera encontrar los últimos destellos de su presencia”. Transformado, Jorge sintió que sólo desde la luz podía rescatar su enigmática belleza.