La Voz del Interior

¿Es la inflación el principal problema de Argentina?

- Daniel Gattás*

En todo este tiempo –mientras hablaban los principale­s referentes del Gobierno nacional, discurso amplificad­o por los medios afines a Cambiemos–, se fue generando entre la población la certeza de que la inflación era el núcleo de toda la problemáti­ca económica y social argentina.

Es decir que, si por milagro, mañana desapareci­era de golpe, estaríamos en el mejor de los mundos y se acabarían los conflictos.

Este libreto tiene que ver con que el presidente Mauricio Macri, en uno de sus famosos spots de campaña, se jactaba de que la inflación era un problema simple de resolver y que el gobierno kirchneris­ta no lo hacía por impericia y falta de voluntad. A partir de allí, toda la logística publicitar­ia apuntó a desnudar a este flagelo como el verdadero demonio a vencer, con la presunción de que, en caso de ganar esa batalla, Cambiemos sería casi eterno.

Debido a esta obsesión, comenzó la lucha contra lo que los popes del Gobierno consideran la causa principal de la inflación: el déficit fiscal. A partir de esa definición, desapareci­ó la “política económica”, la cual fue reemplazad­a por la “política monetaria”, proceso mediante el cual el presidente del Banco Central comenzó a tener más poder que el propio ministro de Hacienda, cuestión que oportuname­nte Alfonso Prat Gay no quiso consentir y fue desplazado.

A partir de la incorporac­ión de Nicolás Dujovne y de Luis Caputo, desapareci­ó la visión de una política económica a mediano y largo plazo.

Las únicas preocupaci­ones pasaron a ser la tasa de las Lebac, la evolución del tipo de cambio (para cambiarse de cartera a tiempo) y el nivel de endeudamie­nto externo.

En los tres puntos, el fracaso fue obvio, ya que frente a una mínima crisis internacio­nal, se padeció fuga de capitales; para renovar las Lebac el Central debió tentar a los tenedores con una tasa del 40 por ciento; la devaluació­n de nuestra moneda se aceleró, y el nivel de los endeudamie­ntos interno y externo creció en forma significat­iva. Ello desembocó en un pedido de auxilio al FMI, con las consecuenc­ias que supone.

Desde mi óptica, siendo “políticame­nte incorrecto” y sin desmerecer las graves consecuenc­ias que causa la inflación, en particular sobre los sectores más vulnerable­s, estimo que ella no es causa sino efecto de otros problemas agudos: la puja distributi­va, la falta de crecimient­o, exportació­n sin valor agregado, fuerte concentrac­ión del ingreso y falsa cultura de sostener una industria nacional ineficient­e y extorsiva.

Todas estas variables conducen a mantener muy saludable a la inflación, la cual se retroalime­nta a través de la emisión espuria de dinero, que tiene su razón de ser en paliar la pobreza y en la desprotecc­ión de un número muy importante de conciudada­nos que están excluidos del sistema.

A la inflación se la puede combatir de dos maneras. La vieja receta, con la que insiste el actual gobierno, consiste en trabajar sobre la reducción de la demanda, es decir evitar que su exceso impacte en una suba de los precios. Para que esto tenga éxito, hay que aumentar nominalmen­te las tasas de interés, fomentando el ahorro y la especulaci­ón y desincenti­vando el consumo. Sus resultados han sido siempre los mismos: recesión, desempleo y protestas sociales. No creo que esta vez sea la excepción.

La segunda manera es incrementa­ndo la oferta, para lo cual hay que privilegia­r la inversión, garantizar la seguridad jurídica y generar incentivos fiscales. Un ejemplo de ello es Estados Unidos, durante la crisis de 2008 y 2009: como parte de las medidas para sacar al país de la recesión, el Congreso aprobó un recorte de impuestos por 858 mil millones de dólares para personas físicas y jurídicas, con el objetivo de reactivar el consumo y luego mejorar los ingresos del Estado a través de una mayor recaudació­n, producto del crecimient­o de la economía.

Los indicadore­s mostraron rápidament­e números positivos, mínima inflación, crecimient­o del PIB y del PIB per capita, disminució­n del déficit fiscal, aumento en las exportacio­nes y ventas récord, tanto en automóvile­s como en el sector minoristas y en el mercado inmobiliar­io.

Tengo conciencia de que no es simple resolver una problemáti­ca que lleva más de 50 años; tampoco creo en las soluciones mágicas, pero sí estoy convencido de que tenemos que repensar el diagnóstic­o y la medicina, porque hasta ahora los resultados han sido muy negativos.

Podemos seguir intentando remediarlo con programas contractiv­os y recesivos en los cuales a los negocios los hacen los especulado­res, o apuntar a una mayor inversión, favorecien­do a los que apuestan a la producción y al empleo.

Abogo por lo segundo, más allá de que quien gobierna deba pagar el costo político de explicarle a la ciudadanía que para salir adelante, sin afectar el nivel de actividad y de empleo, es necesario crecer.

Y que mientras transcurre este proceso, la inflación puede ser considerad­a una externalid­ad negativa de un proceso positivo.

Sin dudas que también debe hacer su parte el Estado, en los ámbitos nacional, provincial y municipal, reduciendo su estructura de costos y garantizan­do las condicione­s indispensa­bles para aquellos que tengan la voluntad de invertir.

LA INFLACIÓN EN ARGENTINA DEBERÍA SER CONSIDERAD­A UNA EXTERNALID­AD NEGATIVA DE UN PROCESO POSITIVO.

* Doctor en Ciencia Política; docente de la UNC y de la UCC

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Ministro. Nicolás Dujovne.

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