La Voz del Interior

Por el mundo junto a Luciano, en una relación conmovedor­a

- Denise Audrito Correspons­alía

RÍO CUARTO. José Alberto Rosso volvió a la Argentina tras jubilarse como músico en Noruega. Nativo de General Cabrera, integró el grupo Los Vagabundos en los años ’70. Su talento lo llevó a tocar en los hoteles y cruceros internacio­nales más lujosos del mundo. Lo que pocos saben es que está a cargo de su hijo, cuadripléj­ico desde que cumplió el año. Luciano tiene ya 24. Ahora, viven en Río Cuarto.

“No debe haber habido una persona más amante de la independen­cia y de la libertad que yo. No me hubiera atado a nada del mundo. Pero de golpe, te cambia el sentido de la vida. Luciano me encarriló. Me costó, pero estoy encanta- do. Muchos me dicen ‘qué bárbaro lo que hacés’. ¡Qué bárbaro él!, todo lo que enseña, todo lo que me da, todo lo que se aprende con él, ser su padre es un privilegio, un regalo”, testimonia.

Vivieron en España y Noruega. Por el trabajo de José, Luciano pasó muchas semanas en cruceros internacio­nales, entre payasos, músicos y entretenim­ientos para turistas en los barcos.

El papá explica: “Luciano no habla, se mueve pero no coordina, sólo una mano puede acercar. Para lo que es su patología, parálisis cerebral cuadripléj­ica espástica, está excelente. No puede caminar, no se puede sentar, no tiene equilibrio. De noche hay que acostarlo y darlo vuelta; a veces una vez, otras 10. Como cualquiera de nosotros, se quiere dar vuelta, pero no puede solo, y hay que ayudarlo. Lo mismo vestirlo, asearlo. Estoy acostumbra­do y me gusta hacerlo”.

Luciano entiende cuando le hablan en español, italiano, noruego, portugués e inglés.

Se muestra feliz en Argentina, donde descubrió las demostraci­ones de afecto, abrazos y mimos de maestras y cuidadoras que no son costumbre en los países nórdicos.

“Luciano es una maravilla por el lado que lo mires, para algunas cosas es un bebé y para otras es un gigante, un genio”, sostiene José. Comenta, por ejemplo, que el joven reconoce a quien llega sólo por el sonido de su auto y que, cuando él se aleja un minuto de la habitación, para ir al baño, lo recibe con una alegría como si hubieran pasado años sin verse.

El profundo amor que los une se palpa en el aire cuando disfrutan de la música, pasión que comparten. Se miran y sonríen. El padre acaricia en el piano alguna melodía y el hijo llora de emoción.

“Algunos dicen que él es un alma en estado puro. No sabe disimular, ni actuar para fingir. Es como es, y te lo muestra. Entiende absolutame­nte todo. Para él no es importante la riqueza, ni la ropa, ni los lujos. Lo que le importa es la compañía y el afecto. Es como si estuviera en otra dimensión”, reflexiona José, acaso sin percatarse de que ambos comparten ese mundo, superior al que todos creemos conocer. con su padre. “Viejo, el riñón empezó a funcionar en el acto”, le dijo Claudio, y se unieron en un abrazo. Aún hoy José se emociona al recordar ese momento. Claudio no pudo estar al momento del encuentro para esta nota.

“No fue fácil, pero el resultado fue hermoso. La relación con él es de amor y cariño mutuo. Ambos llevamos hoy una vida normal y la única recomendac­ión es beber dos litros de agua por día”, resume José.

Ese papá percibe que el gesto y la acción de que un órgano suyo esté funcionand­o en el cuerpo de su hijo le dan mayor volumen a esa paternidad. Casi como que aumenta su significan­cia.

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José y Luciano. Ser músico trotamundo­s y un papá dedicado, la excepciona­l combina
 ??  ?? José, de Pilar. Le donó un riñón a su hijo Claudio, que vivía dependient­e de la diálisis.
José, de Pilar. Le donó un riñón a su hijo Claudio, que vivía dependient­e de la diálisis.

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