El punto medio
Lo esperamos con tantas ganas que cuando nació sabíamos que nuestra principal tarea era mantenerlo sano; que no enfermara. Desde el embarazo, fuimos cuidadosos; mi dieta era impecable, tomaba vitaminas y con mi marido hasta llegamos a suspender reuniones para evitar contagios.
Desde que nació, nos aislamos; recibíamos pocas visitas y para los controles médicos elegíamos el primer turno, para que ninguno le tosiera cerca.
Tomó el pecho un tiempo, y cuando usábamos biberones, los esterilizábamos antes de cada comida. Lo mismo con chupete, cucharas y platos. Para preparar papillas, usábamos guantes.
Pese a todo, tuvo su primera diarrea; la médica diagnosticó virosis, pero nosotros seguimos pensando en unas papas mal lavadas (nunca más le dimos).
De bebé, exploraba todo: tocaba cosas y se chupaba los dedos; eso nos desesperaba. Gastamos toneladas de toallitas desinfectantes. El papá repasaba con lavandina juguetes y muebles, porque dicen que mata todos los virus.
Jamás lo dejamos gatear; tampoco tocar tierra (por las bacterias). ¿Mascotas? ¡Ni locos! De sólo pensar en los lengüetazos que podía darle un perro, nos daba escalofríos.
Postergamos la guardería para cuando fuera obligatorio. ¿Cuál era el apuro? ¿Para que tuviera piojos?
Hoy, con 7 años cumplidos, seguimos lavando su ropa aparte y con jabón especial. Es que averiguamos que se puede contaminar cuando otros lo tocan o lo abrazan. Por suerte, en los cumpleaños nunca se separa de nosotros. Así está más seguro.
Desde hace un tiempo, nos preocupamos: vivía con mocos en la nariz. Consultamos a varios especialistas, y después de muchos estudios le diagnosticaron alergia.
No sabemos cómo ocurrió, qué hicimos mal. Si nosotros salimos poco, lo abrigamos, nunca lo dejamos caminar descalzo... Pero todas las semanas empieza con el mismo cuadro: “velas” transparentes, ojos hinchados y tos que dura días. Mejora, pero en dos semanas todo vuelve a repetirse.
Ya regalamos los peluches, no usamos aerosoles, sellamos las aberturas, tiene vaporizador en la pieza... Pero no, la alergia sigue. ¡Ya ni sale a jugar con su vecino!
Algunos amigos dicen que nos relajemos; que con la edad se va a curar y que hay que tener paciencia. Pero para nosotros es un suplicio.
Si hasta nos quedamos con un solo hijo, por miedo a pasar por esto de nuevo.
Los cuidados durante los primeros dos (fundantes) años de vida constituyen una delicada construcción que debería incluir dosis iguales de precaución y libertad.
La cautela debería ser extrema durante los tres meses iniciales, hasta que la leche materna y las vacunas los inmunicen contra enfermedades severas. Se evitan entonces los contactos innecesarios, las salidas a lugares públicos y el clima agresivo.
Pero luego, cuando crecen, es necesaria la suficiente libertad para que expandan su mundo desarrollando actividades propias de cada edad, ya que el sistema inmune se fortalece también por los contactos con el ambiente.
La “hipótesis de la higiene”, teoría desarrollada hace casi 30 años, explica un fenómeno de proporciones mundiales: el aumento de las enfermedades alérgicas en personas con infancias sobreprotegidas.
La teoría plantea que algunos estados alérgicos serían consecuencia de una inapropiada exposición a microorganismos durante la infancia.
El sistema inmune no se habría desarrollado de modo normal en los primeros años, al no haber sido desafiado con estímulos normales, perdiendo la oportunidad de "afinar" su reacción ante un ataque.
La suciedad normal de un hogar –con sus impurezas y limpiezas habituales– ayuda a madurar dicho sistema, tanto por un estímulo inmune como por facilitar la exploración del entorno, tarea esencial en la infancia.
La tarea es encontrar el punto medio; sin exponerlos a peligros, pero tampoco impidiéndoles conocer el mundo. Porque, en tal caso, el aislamiento no los aleja sólo de bacterias o de virus, sino de quienes construirán su salud integral: los amigos.
* Pediatra