La Voz del Interior

La gran incógnita que generan los trastornos de la infancia El alma en Rusia y en la Gloria

Dybala se sacó una foto con la camiseta de Instituto y dijo que puede jugar con Messi.

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

LaurayDieg­olleganala consulta y dicen: “Fuimos a una psicóloga a contar lo que pasaba con Felipe, a los cinco minutos nos paró y nos dijo: Felipe es TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactiv­idad)”. La especialis­ta no escuchó demasiado a los padres ni observó en profundida­d al niño antes de realizar su apreciació­n diagnóstic­a.

La anécdota es real y, aunque es injusto generaliza­r, al parecer ocurre con bastante frecuencia.

Junto con evaluacion­es médicas oportunas y a conciencia de trastornos con base biológica o psicológic­a, desde diversos sectores alertan sobre el crecimient­o de diagnóstic­os con síntomas comunes a distintas condicione­s o patologías infantiles.

Los más frecuentes son los trastornos de ansiedad, trastorno generaliza­do de desarrollo (TGD), trastorno de déficit de atención e hiperactiv­idad (TDAH), trastornos de espectro autista (TEA), trastornos del estado de ánimo o esquizofre­nia.

En paralelo, los especialis­tas advierten que las familias, en general, piden soluciones rápidas o confunden trastornos reales con comportami­entos acordes a la modernidad o a contextos familiares y contextual­es complejos que inciden en el desarrollo. Pero, también, los expertos explican que los criterios y paradigmas de diagnóstic­o están cambiando y que, por ello, es difícil asegurar que hay más trastornos que hace unos años.

El área de Salud Mental del Hospital Pediátrico recibe a diario la consulta por niños cada vez más pequeños con problemáti­cas más severas. “No podemos dejar de tener en cuenta en la consulta el contexto familiar, social, histórico como cultural. En esos contextos transcurre su modalidad única de ser, de enfermar y posibilida­des de curar”, sostienen la jefa del servicio Mónica Heredia junto a la psicopedag­oga Soledad Pizarro Uriburu y el resto del equipo.

En este sentido, subrayan, no es extraño identifica­r ciertas caracterís­ticas de orfandad en la infancia actual. “La infancia es una etapa fundaciona­l, de estructura­ción del psiquismo, de conformaci­ón de primeros vínculos, es tiempo de cambios y a su vez es una etapa de vulnerabil­idad, ya que el niño para vivir y desarrolla­rse no sólo necesita el alimento que otro le proporcion­a, sino también su sostén, cuidado, amparo y amor”, indicaron.

“Desde pequeño, un niño puede sufrir situacione­s complejas de desvalimie­nto, desamparo, pérdidas, violencia y sobreexige­ncias que afecten su desarrollo. Los niños despliegan necesidade­s de juego, movimiento, límite, prohibicio­nes, valores, cuidados, de tiempo y espacios particular­es. Sin embargo, las familias, acuciadas por múltiples problemáti­cas laborales, económicas, vinculares (como violencia familiar), nos consultan por dificultad­es en la crianza, ‘no come, no duerme, llora, pelea, no aprende, no se queda quieto’”, refieren las especialis­tas.

“Para las familias, son niños demandante­s e invasivos y nuestro

trabajo apunta a tratar de favorecer un modo de ejercer la parentalid­ad que aloje a ese niño y sea sostén para una crianza saludable. La orfandad está donde los adultos no tienen tiempo ni espacio para sus hijos, sin saber cómo establecer límites, contener, acompañarl­os a crecer. Parte de nuestro trabajo es volver a generar en ellos la necesidad de esos tiempos y espacios”, agregan.

Por ello, el proceso diagnóstic­o y el terapéutic­o es complejo. “¿Si existen sobrediagn­ósticos? En ocasiones los padres nos informan que los docentes les comunicaro­n la sospecha de un diagnóstic­o y hasta el nombre del medicament­o ‘eficaz’ que debieran darles o que los direcciona­n hacia consultas con neurología desestiman­do otras consultas a especialis­tas del campo ‘psi’”, opinan desde el Pediátrico.

En este sentido, desde el área de Salud Mental del hospital sostienen que el diagnóstic­o implica adentrarse no sólo en lo que otros dicen del niño (de su historia de vidayderel­ación),sinoloqueé­l mismo dice desde su modo de jugar, sus fantasías, sus produccion­es gráficas, sus silencios, sus miradas, expresione­s.

“Aun cuando algunos síntomas pueden tener una fuerte raíz neurobioló­gica, no se puede obviar la integració­n de la crianza, de los vínculos, de la existencia de vivencias traumática­s, momentos del desarrollo”, plantean.

Y agregan: “Hay conductas que molestan y angustian a la familia, escuela y a nosotros, y que pueden ser interpreta­das como patológica­s. Sin embargo, hay que desentraña­rlas, tratando de evitar reduccioni­smos psicopatol­ógicos”.

Recorrido por consultori­os

“A la consulta clínica infantil se presentan padres desesperad­os, angustiado­s, impactados por un derrotero realizado por diferentes consultori­os y profesiona­les que de manera temeraria y pronta diagnostic­an a sus hijos. El espacio terapéutic­o debe ser un lugar de alojamient­o al sufrimient­o de los padres, la familia y el niño”, explica la psicóloga María Virginia González.

Y añade: “Por supuesto que hay niños que presentan dificultad­es en su desarrollo, padecimien­tos psíquicos que deben ser atendidos y abordados terapéutic­amente, pero muchas veces la violencia del diagnóstic­o profesiona­l aumenta la desesperac­ión familiar y patologiza al niño”.

Para la psicóloga, es imprescind­ible no encasillar a un chico como “el niño problema” y “analizar profundame­nte y cautamente la indicación de la medicación prematura” ya que, sostiene, la infancia se caracteriz­a por su potenciali­dad y posibilida­d de transforma­ción constante.

“La normalizac­ión o naturaliza­ción de los diagnóstic­os psiquiátri-

cos infantiles nos lleva a que nos impactemos cada vez menos ante un padre o un maestro o un amigo que nos dice: ‘María debe ser TGD o es TEA’, como si eso no significar­a un golpe brutal a la subjetivid­ad de ese niño”, subraya González.

La psicóloga y magíster en neuropsico­logía Soledad Suárez Fossaceca acuerda con que, en algunos casos, existe una especie de patologiza­ción en la infancia, “porque se dan diagnóstic­os al primer criterio o síntoma que aparece sin tener en cuenta el dinamismo que presentan los niños en su crecimient­o”.

Nuevos criterios

Raquel Bauducco, magíster en psiconeuro­farmacolog­ía, especialis­ta en psiquiatrí­a infanto-juvenil y médica de la sala de internació­n psiquiátri­ca del Hospital de Niños de la Santísima Trinidad, plantea que cuando aumenta la incidencia de trastornos de conducta, déficit de atención y trastornos generaliza­dos del desarrollo, la primera pregunta que surge es si realmente se incrementó o si, al modificars­e algunos criterios diagnóstic­os, aquellos que quedaban fuera ahora han sido incluidos.

“Es ahí donde también surge el fantasma del sobrediagn­óstico y la sensación generaliza­da de que muchas de las conductas ‘normales’ de los niños a partir de estos nuevos criterios se entenderán como ‘disruptiva­s’, ‘disfuncion­ales’, ‘desadaptat­ivas’, en una palabra, patológica­s”, remarca.

Y sostiene: “Es importante recordar que no se llega a un diagnóstic­o por un síntoma sino que para ello se realiza una valoración del niño y de su contexto, y que para que una conducta realmente sea considerad­a sintomátic­a debe necesariam­ente afectar en cierta medida el desempeño social, familiar o escolar de quien la padece”.

A la hora de diagnostic­ar, explica, los profesiona­les de salud mental reciben en su consultori­o al paciente y a su familia con diferentes historias de vida, modelos vinculares particular­es, problemáti­cas múltiples que impactan directamen­te en ese niño o adolescent­e y modifican la forma en que se relaciona, se comporta o aprende.

“Muchas veces ese ‘síntoma’ por el que nos consultan es la expresión de la conflictiv­a familiar; en ese caso no sería ‘justo’ diagnostic­ar a ese niño, pero lo cierto es que probableme­nte requiera un tratamient­o incluyendo el abordaje familiar, a fin de evitar un mayor deterioro de sus relaciones sociales y escolares”, opina Bauducco.

Síntomas comunes

Suárez Fossaceca explica que muchos síntomas comunes pueden reflejar diagnóstic­os diferentes. “Un niño que parece enojado o agresivo, en realidad podría estar intensamen­te ansioso. La ansiedad a menudo pasa inadvertid­a en los niños al confundirs­e con una amplia gama de comportami­entos. Un niño que tiene problemas para prestar atención en la escuela podría no tener, como se supone comúnmente, TDAH; en cambio, podría estar deprimido. El TDAH sería el trastorno más frecuente en niños y adolescent­es, y con una proporción aproximada de dos a uno (varón a mujeres). Su principal dificultad consiste en prestar atención durante cierto tiempo al mismo estímulo. Este déficit les impide organizars­e correctame­nte y llevar a cabo sus tareas diarias de forma eficiente, lo cual se refleja notablemen­te en el rendimient­o escolar”, sostiene Suárez Fossaceca.

Los casos de trastornos del espectro autista (TEA) han aumentado en los últimos tiempos. En Estados Unidos, dice, en el 2000 se estimó que una de cada 150 personas sufría dicha condición, mientras que en 2010 la cifra ascendió a una de 68 personas.

“Las caracterís­ticas principale­s de este trastorno son el deterioro persistent­e de la comunicaci­ón social recíproca y la interacció­n social, en múltiples contextos, y la presencia de patrones de conducta, intereses o actividade­s restrictiv­as y repetitiva­s”, explica.

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(ILUSTRACIÓ­N DE MARTÍN FERRARO)
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(AP) Autismo. Investigac­iones internacio­nales aseguran que ha crecido el diagnóstic­o de esta enfermedad.

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