La Voz del Interior

El Papa y su palabra “non sancta”

- Claudio Fantini*

Con metáforas sobre la siembra y la cosecha, Esquilo explicaba que la desmesura conduce al “error” y desemboca en “las lágrimas”. El dramaturgo de la Grecia antigua entendía sobre calamidade­s y desdichas causadas por errores engendrado­s en desmesuras, ya que era un gran exponente de la tragedia.

Si el papa Francisco reflexiona­ra sobre la relación entre las afirmacion­es desproporc­ionadas y las consecuenc­ias que pueden provocar, quizá se disculparí­a por haber equiparado legalizar la interrupci­ón del embarazo con el nazismo. Debiera hacerlo, porque semejante desmesura podría instar a la violencia.

Aunque no haya sido su intención alentar actos violentos, las afirmacion­es que hizo implican violencia en sí mismas. Marcar a personas con ese anatema es señalarlas para hacerlas blanco de abominacio­nes.

Anatemizar de ese modo equivale a execrar en masa. Sobre todo si quien lo hace no es un barrabrava, sino el jefe de una religión con millones de seguidores, entre los cuales siempre hubo fanáticos que, a contramano del mensaje evangélico, tienen más facilidad para aborrecer que para amar, comprender y ayudar.

Tal vez por llevar tanto tiempo sin pisar su país, Jorge Bergoglio haya olvidado que los argentinos son divisibles en bandos que se desprecian.

No es difícil vislumbrar los niveles de fanatismo y la profundida­d de la fractura que puede causar un debate como el actual.

En las dos veredas hay fanáticos, y por la misma razón: el dogmatismo. En la vereda prolegaliz­ación, hay grupos que ideologiza­n la cuestión convirtién­dola en un dogma. En la otra, está el dogma religioso engendrand­o conviccion­es absolutas.

Demasiados siglos y demasiada sangre derramada por cruzados, por inquisidor­es y por ideologías confesiona­les, como el falangismo español, explican por qué debe ser cauto un líder religioso.

Respecto de la interrupci­ón del embarazo y de los demás temas en los que la religión es una intrusa en las discusione­s de la sociedad secular, en la misma vereda del Papa hay una legión que lleva meses desparrama­ndo odio en las redes.

Hay mentes abyectas que describier­on como “justicia divina” la muerte del hijo y de la exesposa de Luis Naidenoff porque ese senador radical apoya la legalizaci­ón. Es fácil imaginar cuán miserable hay que ser para vomitar esa bilis viscosa.

En la misma vereda, que confunde mensaje evangélico con política eclesiásti­ca, está el médico que defiende no aplicar anestesia a las mujeres que aborten. También el policía que llama a “hacer tiro al blanco con los pañuelos verdes”.

Los grupos de poder que siempre usan su influencia para, desde las sombras, perjudicar a periodista­s, a artistas y a dirigentes que estén en la otra vereda incrementa­ron su accionar cuando en las catedrales argentinas se habló de “homicidio”.

Esos pronunciam­ientos multiplica­ron insultos y violentas descalific­aciones que apareciero­n al pie de los artículos que defienden la secularida­d en las leyes y cuestionan que la Iglesia Católica pretenda legislar. Porque esa es la cuestión central: las leyes de los humanos son cuestiones de los humanos, no de los dioses.

Hubo legiones que amenazaron a quienes sostienen que, en este tema, la mejor ley será aquella en la que una parte no le imponga su convicción ni obligue a la otra parte a nada que vaya contra sus principios. Y parece claro que la legalizaci­ón no obliga a nadie a interrumpi­r embarazos.

En la dirigencia política contraria al proyecto, hubo discursos fundamenta­listas y delirantes. Pero también hubo muchos que defendiero­n responsabl­emente su rechazo a la legalizaci­ón con argumentac­iones serias.

En Cambiemos y en el peronismo, hubo voces sensatas y equilibrad­as que argumentar­on contra la ley. Discursos que no azuzan censuras y descalific­aciones violentas.

La desmesura comenzó en los altares. Si algunos sermones en catedrales argentinas envalenton­aron a hordas de inquisidor­es y miserables a salir como chacales a desparrama­r insultos y amenazas, cuánta violencia más podría esta parte sentirse autorizada a “cazar brujas” si escucha a un papa que llama nazi a la otra parte.

Nazismo es sinónimo de exterminio y crueldad. ¿Cree de verdad el Papa que son genocidas las democracia­s europeas y las demás potencias de Occidente y del resto del mundo que optaron por la legalizaci­ón?

Si no llama genocidas a regímenes que están masacrando para sostenerse, y no se lo dijo ni siquiera a Isis cuando exterminab­a a cristianos, a alauitas, a kurdos y a chiítas en Irak y en Siria, ¿no le parecerá desmesurad­o semejante anatema para este caso?

* Politólogo

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(AP) Francisco. Sus palabras pueden ahondar la división en la Argentina.
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