La Voz del Interior

“El amor es más importante para la salud que los antibiótic­os”

Es un médico pediatra cordobés con estatura de leyenda. Formó a profesiona­les de la especialid­ad en el Hospital de Niños, en el Hospital Privado y en el Sanatorio Allende. El enfoque de la medicina con la familia fue su gran pasión.

- Héctor Brondo hbrondo@lavozdelin­terior.com.ar

Horacio Villada Achával (85) afirma sin temor a equivocars­e que el Hospital de Niños de la Santísima Trinidad, de la ciudad de Córdoba, es su vida.

En ese establecim­iento público ejerció la pediatría durante 27 años. Ingresó por concurso en 1967 y, en

1994, “lo jubilaron por un decreto político”, dice mordiéndos­e, apenas, la comisura de los labios.

En el edificio de Entre Ríos y Tránsito Cáceres de Allende (donde funcionó el policlínic­o infantil desde su inauguraci­ón, en 1894, hasta su traslado a la Bajada Pucará, en 2000) comprobó que “el amor es más importante para mantener la salud, o curar una enfermedad, que una vacuna o un antibiótic­o”.

Ya sospechaba de ese principio sanador desde la época de médico residente en el hospital Misericord­ia, adonde lo llevaba casi todos los días en motoneta Marcelo Ferreira Videla, un amigo de la familia y a quien considera su maestro dilecto en el arte de curar. También fue residente en el hospital Rawson.

En el sanatorio estatal de barrio Güemes, a pasos de un recodo de La Cañada, atendió a mujeres con tuberculos­is.

“Los fines de semana, las madres internadas recibían la visita de sus hijos. Se asomaban por la ventana del primer piso para saludarlos, a la distancia; era la única manera que tenían de verlos. ¡Tremendo para ellas y para los chicos!”, recuerda con dolor.

Esa escena recurrente le traía desde el fondo de la memoria imágenes de su infancia en Cosquín. Es que el bacilo maldito infectó los pulmones de Ramona Rivero Nores, su mamá, cuando él (cuarto de cinco hermanos) tenía apenas dosaños.

La mujer se mudó con todos los chicos a una casa al pie del cerro Pan de Azúcar con la esperanza de que la pureza del aire serrano y las exposicion­es matinales al sol expulsaran de su cuerpo a las bacterias.

Entonces existía la creencia de que el buen clima del Valle de Punilla ofrecía recursos terapéutic­os eficaces en la lucha contra las disfuncion­es respirator­ias.

Luis Villada Achával, el jefe de la familia, se quedó a trabajar en Córdoba. Era médico urólogo y profesor de Ciencias Naturales y de Anatomía y Fisiología en el Colegio Nacional de Monserrat.

Recuerdos inmensos

Horacio “el Negro” Villada cierra los ojos y se ve, con cinco años, sentado en el umbral del dormitorio de su mamá contándole lo que había aprendido en la escuela fiscal de Cosquín, donde cursó el primer grado; ella lo escucha con atención, desde la cama. Está recostada y, cada tanto, hace disparos al aire de tos seca.

“Aquellos niños del Misericor- En el Hospital de Niños de la Santísima Trinidad, Horacio Villada Achával comprobó que ninguna enfermedad causa tantas muertes ni tiene una incidencia tan nefasta en la salud de los chicos como el maltrato. “Me llamó y me llama aún la atención que el maltrato infantil, que contempla el abandono físico y emocional del niño y el abuso sexual (todas realidades tan viejas como el mundo), se tengan en cuenta como problemas de salud desde hace relativame­nte poco”, lamenta el pediatra.

Esa preocupaci­ón lo llevó a crear el Comité contra el Maltrato, el Abandono y el Abuso Sexual en el ámbito del principal establecim­iento pediátrico de Córdoba.

Fue el primer espacio con ese propósito y caracterís­ticas del país. Desde allí, definió los criterios de diagnóstic­o del maltrato infantil. También, desarrolló un instructiv­o que sirvió a médicos, jueces, funcionari­os judiciales y empleados de Tribunales para comprender los distintos aspectos que debían observar cada vez que recibieran a un niño en situación de vulnerabil­idad. dia crecían sin el abrazo materno. Me conmovían porque, de alguna manera, su historia era mi propia historia”, plantea.

La experienci­a terminó de definir su vocación de pediatra y le planteó el desafío de trabajar, desde la ciencia médica, “para romper el tan temido aislamient­o entre el paciente, sus afectos y el médico”, comenta.

“Advertí que los aspectos emocionale­s, sociales y culturales eran sumamente determinan­tes en la salud de una persona, algo que los médicos no teníamos demasiado en cuenta en los hospitales”, apunta. Y completa: “El enfoque de la medicina con la familia fue mi gran pasión desde entonces”.

Abrir las puertas

Esa certeza hizo que desde el primer día como pediatra del Hospital de Niños abriera las puertas del consultori­o para que entraran los pacientes con sus padres, abuelos o con quienes los acompañara­n. Más tarde, con marcada actitud docente, hizo colocar un banquito al lado de la camilla para que los residentes compartier­an ese acto médico primario con él.

“De esa manera trabajé en la formación médica con un grupo de ‘agregados’; así les llamábamos en el hospital a los jóvenes médicos que trabajaban por amor al arte, sin cobrar sueldo”, aclara.

Con el mismo criterio se desempeñó en el hospital Privado de Córdoba, desde 1995 hasta 2004. Fue jefe de Pediatría en ese establecim­iento de barrio Parque Vélez Sársfield. También, en el Sanatorio Allende.

Hoy avanza a paso lento por el camino hacia la leyenda y sigue haciendo docencia con los colegas que se acercan a pedirle sugerencia­s. “Es fundamenta­l trabajar todos los días para lograr el equilibrio social”, plantea.

Y completa la idea: “En una sociedad tan injusta como la nuestra, lo único que podemos hacer los profesiona­les de la salud es tratar de reparar la brecha a través del trato humanizado”.

HIZO ABRIR LAS PUERTAS DE LOS CONSULTORI­OS PARA QUE INGRESARAN PADRES, ABUELOS Y TÍOS JUNTO A LOS NIÑOS.

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(FACUNDO LUQUE)

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