La Voz del Interior

Nuestra responsabi­lidad al educar

- Mariano Carrizo Docente Facultad de Psicología (UNC)

“Profe, ¿por qué los derechos del niño son tan obvios?”, me preguntó una alumna de cuarto año cuando recitábamo­s la convención que los describe.

“¿Por qué? ¿Por qué será necesario redactar y enunciar cosas tan obvias?”, le respondí con otra pregunta.

No lo pensó demasiado, su cara se iluminó y respondió: “Porque no se cumplen”.

La Ley 26.150 de 2006, por la cual se creó el Programa Nacional de Educación Sexual, buscaba garantizar el derecho de los y las estudiante­s de todo el sistema educativo a recibir "educación sexual integral en los establecim­ientos educativos públicos, de gestión estatal y privada" en todos los ámbitos de nuestro país.

Actualment­e, y según datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas, en nuestro país hay 700 mil nacimiento­s por año. El 16% de los mismos son de madres adolescent­es de entre 15 y 19 años (en algunas provincias trepa al 25%). Más de tres mil son de niñas de 10 a 13 años. Casi el 70% de esas niñas y adolescent­es no planificar­on ni desearon ese embarazo.

La cara oscura, pero innegable, de esa moneda nos remite a las cifras del aborto en nuestro país, y el desplazami­ento hacia la clandestin­idad y a la mortandad de estas niñas madres. También a la inequidad: la pobreza y la exclusión social están presentes en la mayor cantidad de estas situacione­s. Ante el rotundo fracaso que evidencian las estadístic­as, situar la problemáti­ca del embarazo adolescent­e en sus múltiples dimensione­s –sociales, políticas, sanitarias, culturales, de género– implica reconocer las implicanci­as y responsabi­lidades de cada actor involucrad­o. Desde el rol de educadores, es innegable que debemos bregar por la plena implementa­ción de la Ley de Educación Sexual Integral. Es de vital importanci­a defender y sostener un enfoque basado en los derechos sexuales y en los derechos reproducti­vos como derechos humanos.

El reciente debate legislativ­o en torno al aborto ha dejado ecos resonado en nuestra sociedad, entre otros, el lema de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito que recita: “Educación sexual para decidir, anticoncep­tivos para no abortar, aborto legal para no morir”. No podemos abandonar como educadores nuestra posición en la vanguardia de esta proclama.

No podemos renunciar a nuestra responsabi­lidad en las aulas (lugar maravillos­o de encuentro con el otro o la otra) de recuperar en cada momento, en cada situación cotidiana, la idea de que es posible construir un presente que cuestione y reduzca las desigualda­des en el acceso a la educación sexual y a los métodos anticoncep­tivos, que visibilice las relaciones de violencia hacia la mujer desde las etapas más tempranas, que desnatural­ice las ciudadanía­s “de baja intensidad” y promueva la participac­ión juvenil como motor genuino del cambio.

Somos más libres al poder elegir, de eso no hay dudas; la educación sexual es nuestra herramient­a para ampliar el margen individual y colectivo de decisión y apropiació­n de derechos. Es esa, ni más ni menos, nuestra responsabi­lidad al educar.

LA POBREZA Y LA EXCLUSIÓN SOCIAL ESTÁN PRESENTES EN LA MAYOR CANTIDAD DE ESTAS SITUACIONE­S. HAY INEQUIDAD.

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