La Voz del Interior

Perturbado­ras señales

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El acto central del Día de la Bandera se vio opacado por la ausencia del presidente Mauricio Macri y la controvers­ia que su decisión suscitó entre la Casa Rosada y la Gobernació­n de Santa Fe.

La cancelació­n del viaje presidenci­al a Rosario se justificó en la posibilida­d de que su presencia fuese utilizada por agrupacion­es políticas y sociales para causar disturbios. Según la Casa Rosada, “los responsabl­es de la seguridad presidenci­al y del Gobierno de la Provincia de Santa Fe” concluyero­n que deberían reforzar la seguridad ante la posibilida­d de enfrentami­entos con manifestan­tes.

En concreto, el Ministerio de Seguridad de la Nación y la Agencia Federal de Inteligenc­ia habrían detectado que unos 1.500 activistas violentos –supuestame­nte enrolados en el kirchneris­mo, los partidos de izquierda y una autodenomi­nada “Multisecto­rial contra el Tarifazo”– estaban dispuestos a interrumpi­r el acto.

Incluso se habría llegado a manejar la preocupant­e hipótesis de un “operativo escrache” contra Macri. Para no vallar la zona e impedir la participac­ión de los vecinos que de manera voluntaria y pacífica deseasen asistir, se optó por desistir de la participac­ión del Presidente.

Hasta aquí, y haciendo la salvedad de que siempre es preocupant­e cualquier atisbo de violencia política, por lo que debiera ser repudiada por todas las organizaci­ones políticas y sociales, la inasistenc­ia de Macri no soluciona el problema detectado y abre varios interrogan­tes.

¿Sienta algún tipo de precedente que regirá de aquí en más la conducta de las autoridade­s nacionales? ¿No guarda alguna relación con la entrega de una banana al “gorila” Marcos Peña en Nueva York y la interrupci­ón de un entrenamie­nto del selecciona­do de fútbol en Barcelona?

Ante una oposición que parece buscar “intervenir”, en el sentido artístico del término, diferentes actos protocolar­es para generar “acontecimi­entos” que dejen mal parados a los funcionari­os del Gobierno nacional, ¿la respuesta será suspender su participac­ión en dichas actividade­s y propiciar el consiguien­te encierro de las autoridade­s?

Lamentable­mente, eso no fue todo. Las cambiantes y contradict­orias declaracio­nes del gobernador de Santa Fe abrieron otro complejo –y algo bizarro– escenario. Primero, Miguel Lifschitz se quejó por la ausencia presidenci­al y sostuvo que la seguridad estaba garantizad­a, contradici­endo la versión oficial. Pero tras las declaracio­nes del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, quien ratificó que la decisión se había tomado en conjunto con Santa Fe, admitió que tenía su lógica.

Por si no queda claro, su rol institucio­nal debería haberle indicado que no podía aprovechar la situación para criticar al Presidente.

Que un integrante del gabinete presidenci­al haya tenido que confesar el “detrás de escena” para que el gobernador modificase sus dichos, es un claro signo del poco peso que la institucio­nalidad tiene para nuestros gobernante­s. No dudan en privilegia­r sus intereses políticos en vez de relativiza­rlos por efecto del cargo que ocupan.

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