Colombia, un país inmune a la izquierda
Durante el último proceso electoral que se vivió en Colombia, cuyo punto culminante fue el domingo 17 de junio, la izquierda hizo con Gustavo Petro una apuesta histórica para romper el largo hechizo que ahoga sus aspiraciones en las urnas.
Pero a diferencia del comportamiento evidenciado por la mayor parte de los votantes latinoamericanos, hasta aquí los colombianos demostraron ser alérgicos a los virajes bruscos.
El candidato del partido Centro Democrático, Iván Duque, obtuvo en la segunda vuelta 10,3 millones de votos a su favor, mientras el postulante de Colombia Humana logró poco más de ocho millones de sufragios (una diferencia de 12 por ciento, equivalente a casi dos millones de electores).
“La verdad es que yo no me siento derrotado”, exclamó Petro poco antes de reconocer el triunfo de su rival, con la convicción de que tarde o temprano la izquierda llegará al poder.
El exalcalde de Bogotá llegó a liderar las encuestas de preferencia de votos en algún tramo de la carrera electoral, pero no le resultó fácil lidiar con varios factores que le jugaron en contra. Sus antecedentes como militante de la organización guerrillera Movimiento 19 de abril (M-19) y algunas osadías durante su gestión en la capital del país (entre 2012 y 2015) le facilitaron la tarea a sus adversarios.
Durante toda la campaña presidencial sobrevoló entre los colombianos el fantasma de la tragedia que asola a sus vecinos venezolanos: alentar la idea de que el candidato izquierdista podría conducir al país hacia el mismo desastre, por sus ideas más bien cercanas al “castrochavismo”, constituyó una de las principales cartas jugadas por sus rivales.
“Vote para que Colombia no sea otra Venezuela”, fue uno de los eslóganes más repetidos en las calles de las principales ciudades.
Desde luego que no deja de ser toda una hazaña que Petro haya obtenido ocho millones de votos en un país donde la mayoría de los candidatos de izquierda quedaron siempre muy lejos en las preferencias electorales o fueron asesinados toda vez que se volvieron una amenaza para los intereses del orden vigente. A las fuerzas políticas de esa porción del espectro ideológico sólo les está reservado hasta aquí el acceso a gobiernos locales y regionales.
El factor Petro
Las crónicas de campaña suministran algunas pistas para comprender por qué Petro sedujo a una importante porción de la sociedad sensible a las profundas diferencias sociales del país.
En uno de sus actos cubiertos por periodistas de la agencia Reuters, el dirigente instó al magnate azucarero Carlos Ardila Lülle a “vender parte de sus tierras al Estado para que sean entregadas al pueblo campesino”.
En la misma crónica, los periodistas recogen el testimonio de una profesora universitaria que Abogado, escritor y político, ejerció como senador de la República de Colombia desde el 20 de julio de 2014 hasta el 10 de abril de 2018. Trabajó como representante de Colombia ante el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Es autor de los libros Maquiavelo en Colombia, El futuro está en el centro e IndignAcción. Fue columnista del periódico Portafolio, de la casa editorial El Tiempo, en Colombia. pondera el discurso de Petro porque no habla de “quitar tierras”, sino que invita a los latifundistas a “hacerlas más productivas”.
Sin embargo, esa idea no deja de sonar radical para una porción hasta aquí mayoritaria de la sociedad colombiana, más permeable al discurso de los candidatos preocupados por la seguridad y el orden de la economía.
A los observadores internacionales les resulta llamativa la tradición que distingue a Colombia del resto de los países de la región, que en algún momento de su historia allanaron el camino del poder a fuerzas políticas o presidentes de orientación izquierdista.
Distintos politólogos colombianos señalan, de todas maneras, que en los próximos años el voto de izquierda podría experimentar un mayor crecimiento, independientemente de la figura de Petro o del acuerdo de paz con la guerrilla.
En la sociedad colombiana hay sectores que manifiestan un rechazo virulento hacia la izquierda, en particular hacia las versiones más emparentadas con prácticas populistas. En esos espacios se enrola, por ejemplo, el escritor, periodista y diplomático Plinio Apuleyo Mendoza, quien adjudica la buena performance de Petro en las últimas elecciones al inmejorable “nicho electoral” que representa la población rural desplazada masivamente a las ciudades por los grupos armados, sin que el Estado y la clase política tradicional se haga cargo de su situación.
El estigma izquierdista
Una de las características esenciales del régimen político colombiano es el fuerte arraigo en el poder de su tradicional y cerrada élite política, que logró articular desde 1850 uno de los sistemas bipartidistas más longevos y estables de Latinoamérica.
El otro rasgo distintivo, que se desarrolló paralelamente desde mediados del siglo veinte, es la larga guerra declarada contra el Estado por las organizaciones guerrilleras presentes en vastos territorios del país.
Los miedos
Aunque ambas señas particulares de la política colombiana abrieron un nuevo capítulo durante los últimos años, sus marcas en la sociedad son muy profundas. Consultado por la cadena BBC durante la cobertura de la última campaña presidencial, el politólogo colombiano Nicolás Díaz Cruz (director de la plataforma digital Seamos, que promueve la participación ciudadana en políticas públicas) no dudó en afirmar que “Colombia es un país que tiene miedo a la izquierda”.
Desde un enfoque sociológico, no faltan quienes apuntan a la naturaleza conservadora de buena parte de la sociedad colombiana, cualidad que sirvió como garantía para la consolidación de las élites tradicionales en el ejercicio del poder.