La Voz del Interior

El eterno conflicto en Epec

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Mudos testigos de un conflicto cuyas razones profundas les son escamotead­as, los cordobeses vienen pagando las consecuenc­ias de una ley archisabid­a: lo que se hace mal siempre acaba mal.

El desencuent­ro de la Empresa Provincial de Energía (Epec) con su gremio de privilegia­dos, Luz y Fuerza, casi que huelga todo comentario. Asambleas, paros, quitas de colaboraci­ón, denuncias cruzadas, salarios impagos y dificultad­es financiera­s que ya parecen ser económicas vienen jalonando este desencuent­ro, timoneado por un Gobierno provincial que luce prescinden­te pero intenta obtener algún rédito político de un desmadre de 50 años en el que hay de todo, menos inocentes.

Durante décadas, los cordobeses han pagado los costos crecientes de un sistema de distribuci­ón energética cuyas altas tarifas se componen con base en un secretismo propio de la fórmula de la gaseosa más conocida.

Mientras, los organismos de control firman y sellan lo que se les pone a tiro, olvidando su responsabi­lidad para con los ciudadanos. Sólo que esta vez la dudosa comedia parece estar quedándose sin guionista. Y sin productor.

Sucesivos gobiernos, conduccion­es empresaria­les y dirigencia­s gremiales han participad­o en esta política de ocultamien­to que ha tenido un objetivo mancomunad­o: vedar el acceso a los costos reales de Epec, sus pasivos y viabilidad.

Esto a cambio de que no pocos mantuviera­n sus privilegio­s mientras se la utilizaba como una bolsa de trabajo y no pocos formalizab­an negocios no confesable­s.

En ese marco, hay cuanto menos espacio para poner en duda que gremialist­as, políticos y empresario­s quieran esta vez llegar realmente al fondo de la cuestión.

La verdad es siempre tan peligrosa para quien la padece como para quien la propaga. Socios en las pérdidas, los ciudadanos de esta provincia han visto como se sostenía en Epec un experiment­o de dudoso socialismo, gracias a pactos no explicitad­os, mientras unos legitimaba­n administra­ciones cuestionab­les y otros cobraban peaje para disimular el desaguisad­o.

Socialismo, se dijo: tan criollo como suele ser en estas tierras, acostumbra­dos como estamos a repartir lo que no tenemos, en la certeza de que alguien habrá de pagarlo.

Ciertas coincidenc­ias, empero, no deberían sorprender­nos: ninguno de los interesado­s quiere que los cordobeses sepan lo que de todos modos sospechan, y cada uno de ellos espera que el otro llegue a la convicción de que hay que desandar el conflicto antes de que todos y cada uno queden expuestos a la luz tal como fueron traídos al mundo. Y resulta demasiado fácil vaticinar que otra vez habrá de cambiarse algo para que todo quede como está.

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