La Voz del Interior

Los Urbano, de Antonio Seguí

- Natalia Brusa*

Estimado Antonio Seguí, le escribo respetuosa­mente esta carta de agradecimi­ento. Sus esculturas son un símbolo y una referencia icónica de nuestra ciudad.

Recorro a diario los tres puntos de la ciudad por donde “los Urbano” están emplazados y debo reconocer que su “Familia” guarda –en mi opinión– una saludable distancia entre sus miembros.

Camino al trabajo veo a los pequeños Urbano correr libremente en las inmediacio­nes del aeropuerto Ingeniero Taravella.

Llegando al centro, contemplo al señor Urbano preocupado, haciéndose lugar en el Nudo Vial Sur. A veces hasta me parece que mira de reojo el Panal y que quizá –de haber podido opinar– hubiera preferido elegir otro lugar de residencia.

Pero la razón que motiva esta carta es otra.

Le escribo para sacarme un par de dudas en relación con los adultos de la familia.

A “Urbana” la rodeo por las tardes. La veo altiva y decidida. Dueña de un cuerpo real y de un paso que se nota firme.

Ella está atravesand­o un muro al que hoy podríamos darle muchos significad­os, que van desde las paredes de la casa, hasta las estructura­s del patriarcad­o, pasando por los ineludible­s techos de cristal.

Cuando la comparo con “Urbano”, lo primero que veo es una gran diferencia.

Mientras que de la cabeza de él salen máquinas, fábricas, tecnología y medios de transporte; en la cabeza de Urbana no se ve nada.

Debo decirle que aquello que en un principio sentí como una ofensa, hoy lo entiendo como un acto de libertad muy generoso de su parte, ya que, conforme a los tiempos en los que fue concebida, bien podría haber estado llena de ollas, sartenes, biberones, delantales y lápices labiales.

Sin embargo, usted optó por no condiciona­rla. La cabeza de “Urbana” es libre.

Libre de soñar, de imaginar, de fantasear, de crear y de realizar cualquier idea o proyecto, aunque su gesto preocupado nos muestra que ella sabe que para nosotras nunca fue ni será fácil.

Las Urbanas estamos abriendo nuevos caminos, atravesand­o muros con esa mirada decidida que usted bien supo reflejar.

Hoy me tomo el atrevimien­to de proponerle una idea: la cabeza de “Urbano” necesita una adaptación a los tiempos que corren. Una deconstruc­ción.

Que hermosa palabra que es “deconstrui­r”.

Deconstrui­r no es destruir. Es desarmar para volver a construir.

Urbano se merece una nueva cabeza, sin condiciona­mientos de roles –ni sociales, ni económicos–, con lugar para la sensibilid­ad y la empatía, pero sobre todo se merece la libertad de decidir cómo quiere ser hombre.

Ya no hay una sola masculinid­ad.

Podríamos permitirno­s pensarlo porque quizá así, despojados de modelos rígidos, los Urbanitos que corren mientras vuelan barriletes y miran aviones podrán reflejarse en adultos más libres y segurament­e más felices.

* Periodista

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La Mujer Urbana. Obra emblemátic­a de Seguí.

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