La Voz del Interior

Miguel Ángel Solá, el actor desencanta­do con el país

Miguel Ángel Solá pasó por Córdoba invitado por el Centro Cultural Aleph. En su visita, el actor habló de su carrera y su destino itinerante.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Miguel Ángel Solá se sienta a tomar un cafecito en la peatonal de la calle 25 de Mayo para sorpresa de los transeúnte­s que lo miran, lo reconocen, vuelven sobre sus pasos y lo saludan. Al rato, algunas osadas le piden una foto, celular en mano.

El actor pasó por Córdoba invitado por Aleph, Espacio cultural, donde se vio su película El último

traje. En contacto con VOS , cuenta que ha vivido varias crisis en Argentina y que en España se dedica al teatro, además de confesar que desconoce el destino de distribuci­ón de sus películas. De hecho,

El último traje no tiene fecha para Córdoba todavía.

En la película, el actor interpreta a un viejo de 88 años. Abraham Bursztein, un sastre judío al que sus hijas pretenden venderle el departamen­to y enviarlo a un geriátrico, viaja de Buenos Aires a Polonia, donde se propone encontrar un amigo que lo salvó de una muerte segura al final de la Segunda Guerra Mundial y luego lo ayudó a escapar para darle ese último traje al que alude el título.

–¿Qué te atrajo de Abraham como personaje?

–Me gustó el salto al vacío de ese hombre, a esa edad, 88 años, sintiéndos­e despojado de lo que tiene, por segunda vez en la vida, y cómo decide pasar los últimos segundos, días, semanas, años, si es posible, como él quiere. Ese arrojo al sentir que da un paso y no se murió, y empieza a caminar, con todos los problemas que tiene, físicos y anímicos. Aun así sigue adelante. Es un claro ejemplo del planteo de que en cinco minutos vas a morir, lo cual quiere decir que todavía estás vivo. Me interesó eso. Lo demás (el drama de los judíos a través de los siglos) ha sido muy bien narrado en otros filmes y obras de teatro.

Solá cuenta que la primera vez que vio la película no pudo disfrutarl­a, de lo tanto que temblaba y lloraba. “Era el cuerpo que se resistía a ser esa persona, por todo lo que costó hacerlo, por el cansancio”.

–¿Por el esfuerzo físico y el maquillaje?

–No sólo eso. Fue llevar un personaje con esa historia y con ese grado de concentrac­ión. Sentía que era una película útil para la gente, y, a pesar de que no ha sido una película muy acompañada por la mayoría de los productore­s, ganó 12 premios internacio­nales. Viaja sola por el mundo.

–¿Una vez más el cuello de botella es la distribuci­ón?

–No lo sé. Sé que hay películas hechas para ganar, que se distribuye­n con 300 copias, que en dos semanas captan las salas, duran dos o tres semanas y desaparece­n. Pero han juntado los millones que se proponían. Esta es una película modesta, estrenada con 40 copias y dejada a su azar. Estuvo 20 semanas en cartel en Buenos Aires casi sin publicidad, cosa insólita. Se la ve en Montevideo, Colombia, estuvo 16 semanas en Florida (el salto que la llevó al festival de Nueva York).

–Hay destinos ingratos. ¿Qué pasa con las películas que funcionan muy bien en los festivales, pero el gran público no se entera de que existen?

–La gente no se entera y no sé si iría, porque sacarse una foto es mucho más rápido que tener ganas de ir al cine o al teatro y decidir

comprar una entrada. Eso es muy diferente. Estamos en la época de la fotito.

En Netflix se puede ver La

enfermedad del domingo, una película que Solá filmó en España un año y medio atrás.

–¿España es tu tierra prometida?

–No. Yo tuve que irme a los 50 años a empezar de nuevo de cero. Me fui porque mi hija mayor, María Luz, tenía dos años y la habían amenazado tres veces de muerte. Hacíamos radio, teatro, yo hacía cine y no podíamos llevarla con nosotros a todos lados. La situación se tornó incontrola­ble. Nos fuimos en 1998.

–¿Cómo te recibió España?

–Con trabajo. Hice mi primera película allí, Sé quién eres ,que gustó mucho, hice Plenilunio.

Tuve cuatro protagónic­os seguidos, después me dediqué al teatro, además de hacer Desapareci­da , la serie de televisión. Me dieron todos los premios, entre ellos, mejor actor en el Festival de Nueva York.

Después vino la crisis en España y disminuyó el trabajo. “Me separé, perdí todo y volví a empezar acá con 64 años”, dice como si fuera una letanía. Es que la gente lo para por la calle y se sorprende porque cree que vive todavía en España.

–¿Cómo definirías tu relación con nuestro país? Te veo con cierta melancolía.

–Tengo melancolía cuando estoy aquí. Melancolía por el país que fue. En la vida diaria, me llevo como todos, pagando unas tarifas espantosas, servicios insólitame­nte caros porque Buenos Aires no da los servicios por los que cobra tanto, un declive cultural enorme, falta de asistencia al teatro cada vez más alarmante. Lo veo como más de lo mismo. Desde los milicos para acá, pasando por la primavera de Alfonsín.

Miguel Ángel Solá estuvo 17 años afuera. No vivió el periodo del anterior gobierno, no vivió el corralito ni el 2001. “Desde el golpe de Onganía, pasando por el golpe del menemato a Alfonsín, el golpe de los economista­s, los empresario­s, la curia, los sindicatos que lo voltearon, hasta aquí, veo el país patinando en el mismo barro, con las mismas caras, los mismos referentes culturales horribles, que no son exportable­s porque son para consumo interno, para la gilada”.

Un poco de satisfacci­ón

En Buenos Aires sigue con la obra Doble o nada junto a su pareja, la actriz española Paula Cancio.

Aclara que no pueden salir en gira. Recuerda que se jugó la vida cuando salió con El diario de

Adán y Eva, por los costos. En el actual sistema de gira, le parece que dos funciones, como mucho, en cada lugar, es una locura. “Estamos bien en Buenos Aires, en un teatro (La Comedia) al que la gente va a propósito; es decir, no cae en el teatro porque anda caminando por la calle Corrientes. Tenemos público genuino y estamos desde hace año y medio en cartel”.

Tampoco aparecen proyectos importante­s. Lo llamaron para la

segunda temporada de la serie Un

gallo para Esculapio pero no arregló por la cantidad de capítulos que le ofrecieron. “Somos una familia itinerante. Apostamos por Argentina, vinimos y nos encontramo­s con este mal social, la angustia, las tarifas. Nosotros no podemos ahorrar, pero podemos vivir. Las personas que piensan y sienten traen problemas, las que no son almas divididas, tienen problemas. Es decir, las personas que no pensamos una cosa, sentimos otra y decimos otra. Que esta no sea una nota triste, desesperan­zada”, dice sobre el final de la charla. –¿Qué te da alegría?

–Hacer el trabajo bien, a conciencia. La gente sale feliz de ver la obra. Los comentario­s son alucinante­s. Sale siempre como pan recién hecho. La obra es tramposa, retorcida, malvada, llena de comportami­entos tóxicos y mentiras.

En Doble o nada, el director de un importante medio de comunicaci­ón debe dejar su puesto en manos de uno de sus dos subdirecto­res: una mujer y un varón. ¿Qué influirá en esa decisión? ¿La capacidad? ¿El sexo? ¿La experienci­a? ¿La audacia? ¿El engaño? ¿La trampa? “La obra habla del poder que no contempla la diversidad de pensamient­os y sentimient­os de los demás. Nos advierte, indirectam­ente, que estamos aferrados a ciertas cosas y que es complicadí­simo separarse de ellas. Esos ‘malos apegos’ condiciona­n la vida y hacen roñosas las relaciones, hasta el punto de parecer, naturales”, revela.

Además de Doble o nada ,a Miguel Ángel le dan alegría y paz sus hijas: Adriana de tres años, y las mayores que viven en España, María Luz (licenciada en cine con alta puntuación); Cayetana (actriz). “María Luz acaba de editar su libro de poemas. Lo pagó con el dinero que ganó trabajando 12 horas en una zapatería donde no dejaban que se sentara, estoy orgulloso por eso... Cayetana acaba de debutar en teatro, es actriz y lo hace muy bien. Y tengo una mujer con la que nos acompañamo­s y peleamos a la par, con ilusiones, esperanzas y tristezas, todo junto”, concluye.

HAY PELÍCULAS HECHAS PARA GANAR, QUE SE DISTRIBUYE­N CON 300 COPIAS, DURAN DOS O TRES SEMANAS Y DESAPARECE­N.

EN LA VIDA DIARIA, ME LLEVO COMO TODOS, PAGANDO TARIFAS ESPANTOSAS, VIENDO UN DECLIVE CULTURAL ENORME.

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JOSÉ HERNÁNDEZ
 ?? (JOSÉ HERNANDEZ) ?? Nada cambió. Miguel Ángel Solá ve al país “patinando en el mismo barro, con las mismas caras, los mismos referentes culturales horribles”.
(JOSÉ HERNANDEZ) Nada cambió. Miguel Ángel Solá ve al país “patinando en el mismo barro, con las mismas caras, los mismos referentes culturales horribles”.

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