La Voz del Interior

Cómo educar a los niños en emociones

- Evangelina Ficetti Psicopedag­oga

Mucho se habla de “las emociones” y poco se explica qué son, cómo funcionan y cómo ayudar, como padres y docentes, en el aprendizaj­e de su reconocimi­ento y de la forma saludable de expresarla­s.

Las emociones son un movimiento psíquico interno que se puede identifica­r por medio de los sentimient­os. Cumplen una función muy importante, que es la de conectar a la persona desde su interior, que es abstracto, a su exterior, que es concreto. Algunas son agradables, como el placer, la alegría, el bienestar; otras no, como el miedo, la ira o la tristeza.

Lo cierto es que toda emoción es buena cuando cumple funcionalm­ente su objetivo, y no lo es cuando son disfuncion­ales y no permiten a la persona un desenvolvi­miento saludable con los otros y con su entorno. La ira, el miedo y la tristeza son las emociones principale­s que, por lo general, desencaden­an otras, tales como la angustia, el enojo o la ansiedad.

Los adultos tenemos la herramient­a de la palabra como “vehículo” primordial para expresarla­s. Ellas son el “cuerpo” de las emociones. Los niños, en plena estructura­ción de su lenguaje y su pensamient­o, no cuentan con este recurso de manera primaria. Somos los adultos quienes tenemos que enseñarles a vehiculiza­r sus emociones de una manera saludable, no sólo a través de la palabra, sino también de la conducta.

El aprendizaj­e de reconocer y tramitar saludablem­ente la expresión de las emociones se gestiona en los vínculos primarios (familia) y se refuerzan en el contacto con otras institucio­nes, como la escuela.

Un niño aprende a reconocer sus emociones, en primer lugar, por imitación (aprendizaj­e vicario) de cómo sus padres las gestionan y las exterioriz­an. No es lo mismo un niño educado por una madre o un padre que agrede a otro automovili­sta cuando tiene un inconvenie­nte en el tránsito vehicular, por ejemplo, que otro cuyo padres, en la misma situación, canalizan la ira de la mejor manera.

El punto no es reprimir una emoción, sino saber tramitarla y expresarla saludablem­ente. Este es el primer aprendizaj­e relacionad­o con ellas.

Otra forma en la que los niños aprenden sobre las emociones es en la vida cotidiana y en su contacto con otros niños. En esa circunstan­cia los adultos pueden mediar e intervenir para educar en emociones. Por ejemplo, ante una situación de pelea con otros niños siempre es bueno promover la empatía (ponerse en el lugar del otro). Es importante que el niño logre reconocer que el problema es la dimensión y la valoración que ellos le dieron al problema, y no el problema en sí. Tienen que saber que no deben anticipar con actos, sin que antes medie la palabra. Para ello, hay que ayudarlos a verbalizar su enojo o su sensación de injusticia, enseñarles a ceder o, muchas veces, a poner firmeza en su posición a través de la palabra.

¿Se pueden educar las emociones? Desde el momento en que entendemos que el problema al reaccionar no es el acontecimi­ento en sí mismo, sino la valoración que cada uno le da, entendemos que podemos elegir una u otra forma de actuar. Al poder elegir, entonces, podemos pensar y, si podemos pensar, podemos educar para elegir saludablem­ente.

Son fundamenta­lmente los padres, o quienes cumplen su función, los que educan en las emociones a los hijos, en primera medida a través de cómo ellos reaccionan y las expresan. La manera más saludable de educar en las emociones es, como adultos, reconocerl­as y vehiculiza­rlas saludablem­ente. De esta forma, será posible lo siguiente:

–Promover en los niños la elección de una manera saludable de valorar las situacione­s.

–Enseñar a no pensar los acontecimi­entos de una manera “catastrófi­ca”.

–No huir ante el temor, sino enfrentarl­o.

–Tolerar frustracio­nes y pérdidas, para fortalecer­se internamen­te.

–Enfrentar duelos por pérdidas y no negarlos.

–Elegir perdonar, antes que vengarse y explotar en ira.

–Empatizar con los semejantes ante situacione­s difíciles.

Siempre la salud o la disfuncion­alidad de los adultos impacta y es impartida a los niños directamen­te.

Educar en las emociones es, primero, reconocers­e como adulto en la tarea de aprender cada día maneras saludables de expresar las emociones y tener presente que la salud mental de un adulto se define en la niñez.

Eduquemos con el ejemplo.

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Empatía. Ponerse en el lugar del otro contribuye a expresar las emociones de la manera más saludable.

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