La Voz del Interior

“Es muy útil desde la ciencia médica”

Guillermo Fontaine dirigió el Banco de Datos de Cadáveres desde su creación en 2010. Se jubiló la semana pasada luego de haber trabajado 40 años en la Morgue.

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La semana pasada no fue una más en el Instituto de Medicina Forense (IMF) del Poder Judicial de Córdoba.

El viernes 29 de junio, Orencio Guillermo Fontaine bajó los dos pisos que separan su despacho de la puerta de salida y saludó por última vez –estando en funciones– a sus compañeros.

Desde la creación del Banco de Datos de Cadáveres y Restos Cadavérico­s No Identifica­dos en 2010, fue su titular. En 2012 además ascendió a jefe del IMF, aunque su relación con el lugar tiene cuatro décadas.

Ingresó en tiempos de dictadura, mientras era un joven estudiante de Medicina que necesitaba conseguir un trabajo tras decidir con su novia, Eugenia, que iban a casarse. Al principio fue su medio de vida, luego notó su vocación.

Mundo detectives­co

“Uno veía que este banco podía ser muy útil desde la ciencia médica, en la búsqueda de la verdad en cada caso. Si bien en un principio para mí fue una forma de vivir, fue tomando un atractivo especial, teniendo mucho de detectives­co lo que hacíamos. No hay duda de que es una profesión que requiere vocación”, explica Fontaine a La Voz, mientras acomoda sus anteojos prolijamen­te frente a un papel que sirve como hoja de ruta de su vida profesiona­l.

En 1978 ingresó como morguero, luego pasó a ser técnico de autopsia y en 1983, con la vuelta a la democracia, fue médico forense, con la especialid­ad de Medicina Legal finalizada en el ’86.

Hasta 1992 se desempeñó en la Morgue Judicial que se encontraba en el hospital San Roque, que fue abandonada para pasar al actual edificio de Ibarbalz, en barrio Pueyrredón.

–Después de 40 años, ¿uno se acostumbra a la muerte?

–Uno nunca se termina de acostumbra­r a la muerte, sí a que es el elemento de trabajo. Uno lo naturaliza tanto que hablar de muerte no resulta igual que para otra persona, pero no te acostumbrá­s; sí se va naturaliza­ndo lo que se ve y esto hace que ese impacto no sea demasiado importante.

–¿Y cuál es el mayor impacto? –Hacer la autopsia no es lo complicado, sino conocer a los familiares y la circunstan­cia del deceso, porque uno proyecta esas situacione­s en sus propios allegados. Con mis hijos chicos, al principio eran las muertes súbitas en lactantes, luego ya adolescent­es, los accidentes de tránsito. En muchos casos mis hijos incluso me han reclamado y me explicaban que mis estadístic­as no eran reales, sino que estaba condiciona­do por lo que veía todos los días en mi trabajo. En eso creo que puede afectar a la familia.

–¿Cómo puede abstraerse? –En lo laboral hice pediatría, una actividad muy bella donde se va al otro extremo, haciendo prevención y educación para la salud. Me servía como una bocanada de aire fresco muy buena. También la docencia. Y principalm­ente me abstraía en la familia, disfrutand­o de momentos con mi esposa, mis cuatro hijos y tres nietos –con uno en camino.

El hecho de trabajar examinando niños dependient­es de los juzgados de Menores lo llevó en cierto momento de su vida junto con su esposa a ser hogar de tránsito.

“Tuvimos 10 niños en total que luego fueron a hogares de adopción”, dice Guillermo, mientras agarra los anteojos que previament­e había dejado frente a un papel.

Durante la charla no para de manipularl­os. Se los coloca durante pocos segundos, y, sin leer nada, se los vuelve a quitar. Más que como un instrument­o óptico, sus lentes parecen cumplir funciones similares a las de las pelotitas antiestrés, al menos cuando habla de su retiro.

“Me voy contento por haber finalizado un ciclo y sabiendo que hay que dejar lugar a otra gente para que renueve la conducción, siendo muy optimista porque quienes van entrando al instituto son muy capaces, son personas de ciencia y conciencia. Entonces creo que la generación que nos va reemplazan­do es muy positiva”, aclara Fontaine.

Durante la charla lo interrumpe­n con papelería que debe firmar o rellenar para cumpliment­ar la parte burocrátic­a de su jubilación.

En junio, sus escritorio­s permanecie­ron repletos de papeles, algo por lo que pide disculpas en más de una ocasión manifestan­do su incomodida­d ante el desorden.

Esas decenas de hojas sobre la mesa se contrapone­n con la prolijidad con la que el médico forense anotó en una hoja los detalles que no quería dejar pasar sobre su vida dedicada a dicha profesión, aunque no podía traicionar a la profesión, por lo que su letra resulta prácticame­nte inentendib­le.

Sin presiones

“Nunca tuve presiones para mis dictámenes; ni políticas ni mediáticas. Siempre pude trabajar de forma tranquila y objetiva, a conciencia. Uno como médico forense puede aportar mucho para decisiones importante­s”, destaca.

Si bien intervino en causas de relevancia como las de los policías Juan Alós y Damaris Roldán –muertos tras el narcoescán­dalo–, Fontaine recuerda principalm­ente uno de sus primeros casos, cuando recibió restos óseos calcinados de color grisáceo.

En los pocos tejidos blandos que quedaban logró encontrar algunos perdigones dentro del cerebro, lo que le permitió decir –cuando aún no tenían radiología en el lugar– que se trataba de un muerto por proyectil de arma de fuego.

“Ahí uno aprende que en todo tipo de autopsia se debe ser muy meticuloso, seguir guías y no dar nada por hecho sin cumplir con los estándares mínimos, los protocolos, para no confundirs­e o errar”, apunta.

Fontaine habla de su trabajo prácticame­nte como algo similar al check-list que el piloto realiza antes de cada vuelo, aunque luego acepta que, tras los procedimie­ntos mínimos que se realizan, cada médico agrega trabajos de acuerdo con su criterio para llegar a la verdad. Sin embargo, no cree en fenómenos o genios, sino en labor y sinergia.

“Lo que se ve en series y películas, con ciertos iluminados, se desarrolla parcialmen­te, porque esto es un trabajo en equipo donde cada uno hace su aporte”.

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