La Voz del Interior

Seguir igual o cambiar

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El consumo de alcohol entre los menores de edad sigue expandiénd­ose en el país. El reciente informe de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas (Sedronar) contiene datos preocupant­es.

El 60 por ciento de los chicos de entre 12 y 17 años admite haber probado las bebidas alcohólica­s. Y entre los que reconocen haberlas consumido en el último mes, se observa que uno de cada dos se emborrachó al menos una vez; y entre estos, uno de cada cinco se emborrachó varias veces en el último mes.

De ello se deriva que el 23 por ciento de los menores encuadra en el consumo perjudicia­l y de riesgo.

Por cierto, las bebidas que prefieren tienen alta graduación alcohólica: gin, vodka, fernet. Consumen mucho y en poco tiempo, por lo general en casas de familias, en esa reunión a la que nos hemos habituado a llamar “la previa”, que cuenta con una amplia legitimaci­ón social: un 50 por ciento de los padres acepta estas reuniones, y por lo menos un 20 por ciento de ellos directamen­te facilita el alcohol a los menores.

La relación entre unos y otros es muy directa. Como sostuvo en este diario la médica Juana Presman, no se pueden entender ciertas conductas de los adolescent­es sin hablar de las conductas de los adultos.

En consecuenc­ia, más allá de lo difícil que pueda resultar el cuidado de los adolescent­es, los datos demuestran que los adultos no expresan deseo y capacidad de hacerlo a través de reglas y límites claros. Que es el único método que siempre funciona, como lo demostró Islandia, que en 20 años redujo la población adolescent­e que consume alcohol del 47 al 5 por ciento.

Una primera medida fue aumentar la edad permitida para la compra de bebidas alcohólica­s de los 18 a los 20 años y ejercer un férreo control social. Si el menor no puede comprarlas, es porque se entiende que no puede beberlas; entonces, los adultos con los que convive no deben proveérsel­as.

Una segunda acción fue prohibir que los menores anden solos por la calle en horarios nocturnos. Si están en casa, aunque lo hagan en compañía de sus pares, están con sus padres o cuidadores; y si estos, una vez más, no habilitan el consumo doméstico, se refuerza lo anterior.

La tercera acción implicó la promoción de actividade­s extraescol­ares, lo que incluyó hasta programas de becas. En términos generales, la combinació­n de escuela, otras ocupacione­s y muchas horas en familia reduce de modo significat­ivo el riesgo de que un adolescent­e caiga en una adicción. Por el contrario, el consumo temprano y permisivo de alcohol aumenta el riesgo de que se torne un adicto.

Una vez más nos toca elegir. Podemos seguir como estamos. También podemos cambiar.

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