La Voz del Interior

Un emblema nacido del miedo y del dolor

- Alejandro Mareco amareco@lavozdelin­terior.com.ar

Este arroyo que atraviesa el corazón de la ciudad con paso sigiloso, a veces casi como un suspiro de agua, no fue siempre una postal de la mansedumbr­e.

Tampoco esa reunión de piedras, cemento, faroles y tipas que lo contiene nació pensada para el futuro orgullo de los habitantes por la obra: el miedo, la angustia y la zozobra fueron sus padres.

Jerónimo Luis de Cabrera había elegido en 1573 fundar la Córdoba de la Nueva Andalucía a orillas del Suquía, un río de humor más o menos estable. A su curso iba a dar un arroyo que en aquel invierno inaugural acaso se veía apenas como un tímido fluido, pero que andando los veranos pronto mostró su agresivo temperamen­to.

Para sujetar sus peligrosos bríos fue que el gobernador Ángel de Peredo mandó a construir el Calicanto en 1671. El muro dividiría a la ciudad entre el Centro y la marginalia de Pueblo Güemes, mientras el penumbroso alrededor se poblaría de fantasmas como La Pelada de La Cañada, el más célebre de los aparecidos cordobeses.

Pero las inundacion­es seguían. En la madrugada del caluroso viernes 19 de noviembre de 1890, un violento desborde alcanzó resultados trágicos. Se habló de decenas de muertos, y se contaba que en la calle Belgrano el agua llegó a los tres metros de altura, y que en la avenida Vélez Sársfield, entonces Calle Ancha, a un metro. “Murieron familias enteras; los estragos de esa inundación fueron apocalípti­cos”, recordaría La Voz el 17 de enero de 1939.

El recuerdo vino a la memoria a partir de un nuevo desastre: dos días antes, en la madrugada del 15 de enero, La Cañada salida de madre había llegado al borde de la plaza San Martín arrastrand­o autos, colectivos, muebles, animales y causando dos muertes.

La necesidad de una nueva obra de sistematiz­ación se volvió imperiosa. Por fin, en marzo de 1843, el gobernador Santiago del Castillo suscribió el proyecto. Y el 4 de julio de 1944, el presidente de la Nación, de facto, Edelmiro J. Farrel, acompañand­o al intervento­r Alberto Guglielmon­e, declaró inaugurada­s las obras.

El último rastro del Calicanto se conserva en la esquina con bulevar San Juan, gracias al artista

LA GRAN INUNDACIÓN DEL 15 DE ENERO DE 1939 APURÓ LA CONCIENCIA DE LA NECESIDAD DE UNA NUEVA OBRA DE SISTEMATIZ­ACIÓN.

plástico Miguel Ángel Budini, que poco después convenció al gobernador José Ignacio San Martín.

Los trabajos se extendiero­n hasta la primavera de 1948. “La obra de urbanizaci­ón de La Cañada, sin duda la de mayor trascenden­cia para el progreso edilicio realizada en nuestra Capital, puede considerar­se al presente prácticame­nte casi terminada. Por lo menos en lo que respecta a sus aspectos principale­s, ya que solamente restan detalles accesorios, como el de la iluminació­n”, decía La Voz el 10 de octubre de 1948.

La sombra de una nueva tragedia había apurado los pasos de las autoridade­s y los brazos de los obreros.

Y del miedo y del dolor sufrido por generacion­es, finalmente había nacido un emblema de la identidad urbana de Córdoba.

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