La Voz del Interior

Los juristas confesiona­les y el aborto

- Mariela Puga* Juan Marco Vaggione**

El debate social y parlamenta­rio sobre la legalizaci­ón del aborto para las mujeres y cuerpos gestantes evidenció, entre otras cosas, la identifica­ción con lo religioso de la mayoría de aquellos que públicamen­te se movilizan en contra.

Esta identifica­ción puede darse de forma directa, a través de la presencia de líderes religiosos o de justificac­iones basadas en textos y documentos sagrados.

Sin embargo, los casos más llamativos son aquellos en que se da de forma mediada: profesores que representa­n a centros académicos de la Iglesia Católica, expertos que son asesores del Vaticano o ciudadanos de organizaci­ones que tienen como propósito defender la moral religiosa.

Dentro de esta identifica­ción mediada, emergen nítidament­e aquellos a los que podemos llamar “juristas confesiona­les”, quienes tienen por objetivo “defender la fe” y, particular­mente desde mediados de la década de 1990, se oponen sistemátic­amente a los derechos sexuales y reproducti­vos.

En Argentina, desde hace tiempo venimos observando el accionar de estos juristas. Su acción se ha naturaliza­do de tal forma en la construcci­ón del campo jurídico argentino que hoy no resulta sencillo rastrear los eventos clave de su incidencia o distinguir a sus operadores de otros juristas no confesiona­les. Sin embargo, hay al menos dos rasgos que sirven para caracteriz­arlos.

En primer lugar, estos juristas se autoatribu­yen la defensa de la familia y de la vida, cuando lo que en realidad están defendiend­o es una moral sexual ligada a la reproducci­ón.

Así, apelan a valores jurídicos, presuponie­ndo dogmáticam­ente que esos valores (familia, vida) sólo admiten su lectura en clave de moral sexual conservado­ra. Un indicador clave es que los que ayer activaron contra el reconocimi­ento de todos los derechos sexuales y reproducti­vos son los mismos que hoy se oponen a la legalizaci­ón del aborto.

De manera tal que se sitúan en el lugar paradójico de disimular décadas en las que ellos mismos dificultar­on (si no imposibili­taron) la existencia de las soluciones que hoy proponen para evitar al aborto: educación sexual, acceso a anticoncep­tivos, campañas de educación.

Esta semana pudo verse cómo juristas confesiona­les que por décadas considerab­an al aborto como el peor delito, ante el corrimient­o en la opinión pública parecen entender finalmente la violencia que existe en castigar a una mujer que aborta y aceptan su despenaliz­ación, con el único objetivo de plantar bandera contra la legalizaci­ón.

Despenaliz­ación que, de todos modos, continúa sancionand­o con la precarieda­d y el riesgo de muerte a las personas que abortan.

En segundo lugar, si bien se trata de juristas que argumentan desde/con el derecho, sus razonamien­tos reflejan con nitidez el dogmatismo de los sectores religiosos con los que se identifica­n.

El jurista confesiona­l entiende que no hay discusión sobre el comienzo de la vida, sobre que la mujer embarazada “es una madre” y que el embrión es “una persona”. No importa cuánta literatura científica se le oponga con argumentos disímiles, no importa cuántos millones de mujeres aborten ni importa cuánto argumento moral disímil los desafíe.

Esos dogmas se repiten incólumes y se erigen como lo “fuera de debate”, como si la duda al respecto significar­a la duda acerca de la existencia de Dios; como si les pertenecie­ra el monopolio sobre el significad­o de la noción de vida, madre y persona.

De esta forma, trasladan el dogmatismo religioso a la forma en que instrument­alizan el derecho en la justificac­ión de su posicionam­iento contra el aborto. Trazan fronteras inflexible­s e incluyen argumentos dogmáticos que no tienen como propósito el debate o el diálogo sino el endurecimi­ento de posiciones, apelando a una construcci­ón esencializ­ada de las leyes de la naturaleza como inmutables, universale­s e irrefutabl­es.

Este rasgo también aparece con claridad entre los juristas que se pronuncian por la inconstitu­cionalidad de la legalizaci­ón del aborto.

LE HACEN DECIR A LA CONSTITUCI­ÓN LO QUE DICEN SUS BIBLIAS: LA VIDA DEL EMBRIÓN ES UN DERECHO ABSOLUTO/SAGRADO.

Le hacen decir a la Constituci­ón lo mismo que dicen sus biblias: la vida del embrión es un derecho absoluto/sagrado y la mujer en cuanto madre tiene una sola conducta debida/moral, que es procrear.

Repiten esas pseudointe­rpretacion­es de la Constituci­ón como fórmulas que, de tanto reiterarse, parece imposible repensar. Así, ignoran las discusione­s de la Convención Constituye­nte de 1994, las interpreta­ciones de los organismos internacio­nales en relación con la Convención por los Derechos del Niño y con la Convención Americana por los Derechos Humanos, como si esos pronunciam­ientos no tuvieran peso jurídico frente a la “verdad autoeviden­te” que pronuncian con exaltación axiomática.

La complejida­d del debate actual implica asumir que no se lo puede resolver a través de dogmas o de verdades irrefutabl­es, sino con verdades parciales y diálogo continuo.

Quizá sea el momento para que los juristas confesiona­les se tomen en serio la heterogene­idad y el pluralismo de nuestra sociedad, la que se produce, incluso, en el interior del campo religioso.

Mientras tanto, va quedando en evidencia la forma en que enmascaran su dogmatismo con un discurso legal que, al defenderse como único e inamovible, enturbia el debate democrátic­o que iniciamos.

* Abogada, doctora en Derecho Constituci­onal, investigad­ora de Conicet

* * Abogado, doctor en Sociología, investigad­or de Conicet

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Verdes. Contra el dogmatismo.

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