Algún gatillo que se apura por hablar Edgardo Moreno
Dos definiciones de Miguel Pichetto, como baldes de agua helada para actualizar el navegador político. La primera: el plazo es antes de fin de año. Más allá sería otorgar ventaja. El peronismo debe tener resuelto en diciembre el trazo grueso de su próximo liderazgo para la carrera presidencial.
La segunda: no hay ninguna posibilidad de que Cristina no se anote. Que se anoticien los ilusos. Será candidata por Unidad Ciudadana.
Agustín Rossi, el postulante que el kirchnerismo agita como muñeco de paja, le respondió a Pichetto. Le recomendó que no se meta en internas ajenas. Con lo que confirmó el detalle de la distancia y la autonomía de su sector frente al peronismo.
No es lo peor. Lo más grave para él es que no pudo refutar lo de Cristina. Habita en una comarca política donde la disciplina no admite ni las fintas. Y sin amague, no hay gambeta.
La lógica de Pichetto es irrefutable. Incluso en la derrota, la expresidenta consiguió en la última elección dos recursos significativos. Fueros para no ir detenida. Y el primer lugar opositor en el distrito más poblado. Con bastante menos, todavía tras las rejas, Lula da Silva aún está en carrera para la próxima elección presidencial brasileña.
La convicción de Pichetto para afirmar sin duda alguna que Cristina será candidata nace de un razonamiento indecible. Todas las encuestas indican que la crisis económica ha provocado un fenómeno inusual: ningún político tiene diferencial de imagen positivo. María Eugenia Vidal es la única que todavía hace algún equilibrio. Y no siempre con éxito. Todo el resto de la corporación política tiene imagen negativa superior a la positiva.
Vista a trasluz, la radiografía de Pichetto está diciendo que Cristina se favorece con la ola general de escepticismo. Sigue con el techo bajo, pero atrajo a sus competidores. La crisis niveló para abajo. El consuelo es lo de menos. No declinará la candidatura del mal de muchos.
Sólo alguna patrulla extraviada de Marcos Peña puede sostener que ese escenario es igual a la polarización que le permitió ganar al oficialismo en octubre. Ningún referente de Cambiemos cruza en los sondeos el punto de equilibrio entre la aprobación y el rechazo. Atizar la grieta con Cristina le servía a Cambiemos mientras miraba desde el mangrullo del respaldo mayoritario. Reiterar esa estrategia en la nueva cancha barrosa equivale a una apuesta temeraria.
De modo que tanto el macrismo como el peronismo no kirchnerista están descubriendo ahora que los une la misma necesidad. Sus chances competitivas dependen de la sensatez y la habilidad que exhiban para superar la crisis.
El ajuste ya eligió destinatarios para su costo político. Les toca el hombro a todos los que gobiernan. El Presidente, los gobernadores, los intendentes. Cristina no paga esa factura. No gobierna: sólo conspira. El ajuste devenga costos, la conjura es un modo de la ilusión. Pero también para Cristina el escenario tiene matices imprevistos. Daniel Salzano lo describió con maestría. El golpe mejor planeado puede terminar en chapuza. Siempre hay detalles que se escapan del libreto. Algún empleado que se apoya en una alarma, algún gatillo que se apura por hablar.
La cláusula eficiente contra el discurso silencioso y restaurador de Cristina es que –obligados por la realidad– macristas y peronistas reaccionen ambos con sensatez. Que asuman sus porcentuales de la crisis, naveguen juntos los meses duros del ajuste, acuerden lo inevitable y desacuerden lo previsible. Y lancen luego sus candidatos a la carrera del nuevo poder.
EL AJUSTE YA ELIGIÓ DESTINATARIOS PARA SU COSTO POLÍTICO. LES TOCA EL HOMBRO A TODOS LOS QUE GOBIERNAN.