Lo que aprendí en una semana
Es notable todo lo que se puede aprender en una semana. Hoy cumplo siete días de vida y estoy admirado. Apenas nací, escuché una conversación en sala de partos: varias personas discutían sobre sus preferencias políticas. En realidad, no llegaban a dialogar; sólo esperaban su turno para convencer a los otros usando argumentos agresivos; al final, todos estaban molestos.
Así de temprano descubrí cómo pueden relacionarse algunas personas: no tienen paciencia, no buscan acuerdos y se comunican sólo con provocaciones.
Como era mi primer aprendizaje sobre los vínculos entre adultos, decidí buscar refugio en el pecho de mamá, y eso logró tranquilizarme.
Alosdosdíasdenacido–yaen casa–, las sorpresas siguieron. Llegaban en tropel personas que querían saludarme (parientes, les dicen); entre ellos, una mujer que asegura ser mi tía y que lucía orgullosa un pañuelo de color verde atado al cuello.
Antes de pronunciar palabra, otra mujer de la familia –que parece no estar de acuerdo con algo– se levantó de su asiento agitando su propio pañuelo, pero de color celeste. Las dos comenzaron a gritar, cada una atrincherada en una postura que nadie explicaba.
El ambiente se fue tensando con frases ofensivas y caras desencajadas hasta que papá pidió calma porque mamá estaba nerviosa y lloraba (en realidad, estos días llora seguido). Yo aproveché para gritar con todas las ganas; rápidamente había comprendido que me esperaban más desacuerdos por conocer.
Pasó el tiempo y cuando cumplí cuatro días mi viejo me vistió con una camiseta de Belgrano, su equipo preferido. Justo esa tarde nos visitaban unos amigos, hinchas fanáticos de Talleres. Apenas me vieron de celeste, enfurecieron; hasta yo entendí su reacción por el silencio que se produjo, las caras de incomodidadyporlarapidezconla que se marcharon sin despedirse. ¿El deporte también divide tanto a la gente?
Yo recién comenzaba a ponerme amarillo (“Pidamos análisis”, opinó el médico) y ya estaba al tanto de tres maneras distintas de enemistarse con otros.
Al quinto día, lloré cuando me sacaron sangre, y con los resultados en la mano tuvimos que volver al hospital: los valores de bilirrubina eran altos y debían tratarme. Toda la familia estaba conmovida y el WhatsApp grupal no dejaba de sonar.
Mis abuelos –los cuatro– llegaron en tropel e igual de preocupados. Nos abrazaron con cariño, pero, para nuestra sorpresa, vimos que evitaban hablar entre ellos; ni se saludaron. Escuché a alguien comentar que habían discutido sobre un tema muy raro: la “despenalización del consumo de drogas” o algo parecido a eso, y ahora estaban enfrentados. Los papás de mamá opinan a favor; los otros están escandalizados. Sin comprender bien el asunto, adiviné que hasta los abuelos pueden enojarse entre ellos.
El lugar donde me internaron era muy luminoso. Encontré varios recién nacidos como yo, con diferentes problemas. Enseguida pude comunicarme con mi vecino de cuna y nos contamos nuestras breves vidas. Aclaró que también había nacido de parto natural y, frunciendo el ceño, murmuró que prefería “no juntarse con aquellos, los que nacieron por cesárea”. Me pareció una idea acertada, considerando todo lo aprendido hasta entonces.
Durante los pocos días de internación, consolidamos una alianza entre iguales estableciendo una prudente distancia con los que piensan distinto. Porque los NPN (Nacidos de Parto Natural) valoramos lo que significa el trabajo (de parto), a diferencia de los NPC (Nacidos Por Cesárea), que desconocen el esfuerzo.
Las discrepancias están planteadas; son fuertes e irreconciliables. Es más, hemos decidido llorar hasta que nos trasladen a otra sala. Antes del alta, intentamos negociar con una agrupación separatista a fin de captar su apoyo: son los NCF (Nacidos Con Fórceps), que, aunque minoritarios, aportan votos.
Es notable todo lo que se puede aprender en una semana.
* Pediatra