La Voz del Interior

Vidas cruzadas: los herederos Marcelo Odebrecht y Mauricio Macri

- Fernando Ruiz* * Profesor de Periodismo y Democracia de la Universida­d Austral

Las repúblicas de Brasil y de Argentina, en sus dos siglos de vida, siempre tienen puntos de encuentro. Uno es la relación entre el Estado y los empresario­s contratist­as, como expresión visible y concentrad­a de una débil cultura de la legalidad que existe en todas las capas sociales.

Hoy gobierna la Argentina el hijo de uno de los símbolos de esa histórica patria contratist­a. Está disponible en YouTube una edición de 1989 de Tiempo nuevo, el programa político más influyente de la historia de la televisión argentina, donde padre e hijo son entrevista­dos como parte de esa patria contratist­a.

En Brasil, Marcelo Odebrecht eligió expandir el imperio contratist­a de su padre y su abuelo con los procedimie­ntos del antiguo régimen; y muchos de los nuevos políticos de ese país parecen haberse adaptado sin drama a esas viejas reglas.

La argumentac­ión de la patria contratist­a para robar dinero público es que sólo así se logran los contratos, que así se financia la política y que todos lo hacen. En Brasil, como consecuenc­ia de que se hartaron de esa impunidad algunos miembros del Poder Judicial, con el apoyo de la prensa, están en la cárcel decenas de los políticos y de los empresario­s más importante­s del país.

Mauricio Macri y Marcelo Odebrecht tienen un origen común, pero vidas singulares. Hoy Marcelo, ese hijo y nieto de la patria contratist­a brasileña, está en prisión domiciliar­ia.

El más importante heredero de la patria contratist­a argentina tomó en su vida una decisión personal diferente de la de Marcelo. Sabe segurament­e los secretos de cómo funcionan esas viejas reglas, y es probable que gran parte de sus amigos y conocidos siga formando parte de esa realidad, pero Mauricio hizo un partido y ganó. No fue un heredero, sino un fundador.

En este momento de turbulenci­as económicas, es bueno recordar que lo acompañan los convencido­s de que se puede construir reglas nuevas, pero también los que tienen una mirada más cínica y están cómodos con los códigos tradiciona­les.

Son fuerzas políticas victoriosa­s por sus cuadros idealistas y derrotadas por sus cuadros cínicos. Por eso, la gestión de esa cohabitaci­ón es una de las claves de su gobernabil­idad.

Pero esto no es sólo una milonga entre magnates, sino que, de alguna forma, todos somos Marcelo y Mauricio. Porque vivimos en una legalidad débil, que algo mejoró, pero que afecta nuestro desarrollo como comunidad.

La serie brasileña El mecanis

mo, que describe el Lava Jato, exhibe el contrapunt­o entre el policía que investiga con esfuerzo extraordin­ario la corrupción en la cúpula del país mientras le piden una coima para reparar un caño en la puerta de su casa.

Quizá la principal voz en América latina sobre este cambio político, que es cultural, es el profesor colombiano Antanas Mockus, exalcalde de Bogotá y casi presidente. Desde las aulas, analizaba la baja cultura de la legalidad como una triple impunidad: el Estado deja pasar, la sociedad deja pasar y, como broche, nuestra conciencia individual también.

Por supuesto, es común que un protagonis­ta del antiguo régimen se postule para construir el nuevo régimen. Esto no es muy distinto del general rosista Justo José de Urquiza cuando venció a Juan Manuel de Rosas e inició la construcci­ón de la democracia argentina.

Podemos pasarnos la vida criticando a Mauricio Macri por su participac­ión en el antiguo código. O alentarlo para que aporte a la construcci­ón del nuevo.

No era otra cosa la discusión entre Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi frente a Urquiza. El sanjuanino no le creía a Urquiza su nueva vocación republican­a, mientras que el tucumano confiaba en el entrerrian­o como el instrument­o posible para superar la dictadura rosista. Alberdi tuvo razón, pero Sarmiento también la pudo haber tenido. La política “es un juego inseguro y a veces insolente”, dice Stefan Zweig en su arquetípic­a biografía de Fouché.

El laberinto de la política es perfecto, porque tiene todas las variantes posibles: el conservado­r autoritari­o Otto von Bismarck fue el introducto­r del voto universal en lo que iba a ser la futura Alemania; varios de los grandes líderes de la descoloniz­ación africana terminaron siendo crueles dictadores; jóvenes heroicos que se enfrentaro­n al nazismo construyer­on oscuras dictaduras comunistas; un ascendente cuadro del Partido Comunista terminó con la Unión Soviética; otros jóvenes audaces que contribuye­ron a la caída del Muro en los países del este europeo son hoy líderes autoritari­os, y hasta Robert Kennedy fue un colaborado­r del macartismo antes de convertirs­e en ícono de los derechos civiles.

Pero es muy vulnerable un gobierno que intenta cambiar una sociedad de antiguo régimen, porque su entraña rebalsa de ese pasado. Y los casos salpican y duelen más que a un gobierno que basa su legitimida­d en otro mito. Es posible que el Partido de los Trabajador­es (PT) sea menos corrupto que los partidos tradiciona­les. Pero sus casos le pegan al PT más en el corazón que

al resto.

La corrupción no deslegitim­a a todos, sino a quienes hicieron de su honestidad una bandera. El destacado sociólogo brasileño Jessé Souza, autor de La elite del fracaso. De la esclavitud al

Lava Jato, el libro que llevó Lula para leer en la cárcel, protesta diciendo que la cobertura del Lava Jato está viciada con la falacia de que normaliza la excepción.

La experienci­a de Fernando de la Rúa fue esa. Su bandereo con la honestidad frente al menemismo hizo que el caso de los sobornos en el Senado le pegara en el corazón. Como detalle ilustrativ­o, según el conteo de La Voz, De la Rúa fue el presidente que más usó la palabra “corrupción” en su discurso inaugural.

Acá la distinción entre periodismo de investigac­ión y de denuncia es clave. Como en nuestros países la ilegalidad puede encontrars­e casi en cualquier lado, el denuncismo puede ser un arma del antiguo régimen. En cambio, el periodismo de investigac­ión es una institució­n clave del nuevo porque describe el esquema y la película de la corrupción, no la foto; y muestra el contexto.

El denuncismo puede bloquear la construcci­ón de una mayor cultura de la legalidad. Si los periodista­s difunden denuncias sin verificar o sin contexto, repetirán el error de sus colegas que difundían las acusacione­s del senador Joe McCarthy. Aceptarán ser marionetas de otros actores, y cómplices de la contaminac­ión de la sociedad con verdades a medias o mentiras completas.

De todas formas, en Argentina

el combate al robo no pasó la prueba del realismo: montamos un “decorado anticorrup­ción” donde tenemos leyes y normas, pero no el presupuest­o para hacerlas cumplir, como dice Delia Ferreira Rubio, presidenta de Transparen­cia Internacio­nal. Para muchos, es ingenuo intentar aumentar nuestra honestidad pública. Es entonces difícil que una sociedad cambie cuando no quiere hacerlo.

Por ahora nos queda la claridad del artículo 36 de la Constituci­ón Nacional, que define la corrupción como un atentado “contra el sistema democrátic­o”. Pero es importante reconocer los avances institucio­nales.

El politólogo Steven Levitsky, en su reciente libro Cómo mueren

las democracia­s, alerta sobre el gobierno de Donald Trump, en el que las institucio­nes podrían convertirs­e en armas partidaria­s contra la oposición.

Desde la calidad institucio­nal, la gestión de los Kirchner fue nuestra era Trump. Por eso, el actual gobierno es de transición, y esto implica tener expectativ­as mínimas y moderar bríos refundacio­nales.

Hoy la mejoría republican­a es un pobre triunfo pasajero cuyo valor se olvida si no son vigorosos los indicadore­s económicos de corto plazo. El país no logra felicitars­e por los éxitos institucio­nales si no hay también mejora económica.

La lucha contra la corrupción es desde arriba, porque no es exigible una honestidad ausente en los que más tienen. El nuevo presidente mejicano, Andrés Manuel López Obrador, escribió que “los comportami­entos corruptos, aparenteme­nte estructura­les, se van a eliminar con relativa facilidad porque, entre otras cosas, el presidente no será parte de esos arreglos”.

Como decía James Madison, uno de los padres fundadores de la democracia estadounid­ense, sin virtud en las personas no hay institucio­nes que puedan ayudarnos.

La bifurcació­n de las vidas singulares de los herederos fue dramática en 2015: Marcelo entró a la cárcel y Mauricio a la Casa Rosada. Son caminos opuestos en el patinoso laberinto que es la política, la que nunca dejará de sorprender­nos.

ES MUY VULNERABLE UN GOBIERNO QUE INTENTA CAMBIAR UNA SOCIEDAD DE ANTIGUO RÉGIMEN, PORQUE SU ENTRAÑA REBALSA DE ESE PASADO.

HOY LA MEJORÍA REPUBLICAN­A ES UN TRIUNFO PASAJERO CUYO VALOR SE OLVIDA SI NO SON VIGOROSOS LOS INDICADORE­S ECONÓMICOS DE CORTO PLAZO.

 ??  ??
 ??  ?? Argentina. Mauricio Macri, en la presidenci­a.
Argentina. Mauricio Macri, en la presidenci­a.
 ??  ?? Brasil. Marcelo Odebrecht, en prisión.
Brasil. Marcelo Odebrecht, en prisión.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina