La Voz del Interior

La bulimia y la anorexia afectan cada vez más a los varones

La presión cultural por una buena imagen como sinónimo de delgadez los alcanza también a ellos. Es importante reconocer las señales y pedir ayuda. El tratamient­o debe ser interdisci­plinario.

- Josefina Edelstein Especial

La cantidad de varones que padecen anorexia y bulimia aumentó desde 2000 y, en la última década representa­n entre un 10 y 15 por ciento de las personas que padecen trastornos de la conducta alimentari­a en la Argentina, según datos de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y Anorexia (Aluba).

Una de las causas es reiterada: el mandato cultural sobre la estética de la imagen corporal, entendida como delgadez.

Para lograrla, las personas con anorexia se privan de comer en forma equilibrad­a y reducen ostensible­mente la variedad y cantidad de alimentos que ingieren, mientras que van disminuyen­do de peso por debajo de lo normal. En tanto, quienes padecen bulimia, por momentos comen compulsiva­mente (atracones), y luego se purgan provocándo­se vómitos, o con laxantes, diuréticos o productos para adelgazar que consumen a escondidas. En ambos casos, hay obsesión por el peso y la comida.

Estos trastornos degradan la salud de la cabeza a los pies, pasando por las uñas hasta problemas para tener hijos, y pueden llevar a la muerte.

Los desórdenes alimentari­os comienzan típicament­e en la adolescenc­ia, “e incluso tempraname­nte, a los 13 años”, apunta María Elena Fontana, médica nutricioni­sta de Psiclo.

“Es cuando se va formando la personalid­ad y el sentido del cuerpo”, agrega Soledad Moreno, psicóloga y coordinado­ra general de Fundación Centro.

Uno de cada tres adolescent­es (entre mujeres y varones) en el país, tiene bulimia o anorexia. En tanto, “uno de cada siete empieza a tener problemas con su imagen y, aunque esto no correspond­a al trastorno alimentari­o propiament­e dicho, es significat­ivo cómo va creciendo la preocupaci­ón por el cuerpo, cómo se comparan entre los adolescent­es y es lo que los lleva a buscar dietas”, explica.

Si bien los especialis­tas consideran que el hacer dieta –muchas veces excesivame­nte restrictiv­as y desbalance­adas– es la puerta de entrada a la patología alimentari­a, no toda persona va a desarrolla­r un trastorno alimentari­o. La dieta funciona como facilitado­r “en per- sonas vulnerable­s, con un entorno que no es adecuado en cuanto a la contención”, explica la médica nutricioni­sta.

Pasa por la cabeza

La bulimia y la anorexia son padecimien­tos mentales, y no problemas nutriciona­les.

“Son personas que tienen miedo a crecer, a asumir responsabi­lidades, son frágiles, y frente a situacione­s estresante­s algunos adolescent­es sucumben, mientras otros tienen más herramient­as para atravesarl­as. Por eso, siempre decimos que el 60 por ciento es social y el 40 por ciento es individual”, describe Moreno.

“Es frecuente que los pacientes tengan un problema psiquiátri­co de base, por ejemplo, bipolarida­d, depresión, trastorno obsesivo compulsivo, trastorno de la personalid­ad, del que la anorexia y bulimia son un síntoma”, explica Florencia Pereyra, psicóloga, integrante de Psiclo.

También es común que “la familia del adolescent­e tenga antecedent­es de trastornos psiquiátri­cos, lo cual es un factor altamente predispone­nte”, añade Moreno. “Por eso, hay que hacer una evaluación minuciosa e indagar si existen antecedent­es familiares de adicciones o psiquiátri­cos que puedan orientarno­s de por qué la persona que consulta pueda tener esta patología alimentari­a”, remarca.

Los momentos desencaden­antes pueden ser la pérdida de un ser querido, una ruptura, la separación de los padres, el comienzo del secundario, la fiesta de 15 y la mudanza a otra ciudad para empezar una carrera universita­ria.

Estructura y contención

El tratamient­o de la bulimia y anorexia se realiza con un equipo interdisci­plinario que, básicament­e, cuente con psicólogos, nutricioni­stas y psiquiatra­s. Los trastornos de la conducta alimentari­a – dicen los especialis­tas consultado­s– no se superan en soledad, tampoco con psicoterap­ia individual únicamente, ni con la asistencia de nutricioni­stas en forma aislada.

Un aspecto clave del tratamient­o “es que desarrolle­n conciencia de enfermedad”, apunta Moreno.

“Algunos llegan siendo consciente­s de que están enfermos y otros saben que algo está pasando y vienen solos a pedir ayuda; pero si se trata de anorexia, es más difícil que el paciente llegue por su cuenta”, precisa Ivana Grasso, psicóloga, miembro de Psiclo.

“Necesitamo­s que el paciente colabore, que tome el tratamient­o como algo propio y utilice las herramient­as para dejar atrás la enfermedad”, remarca Aníbal Zampini, director general de Psiclo. “Ese proceso –continúa– muchas veces lleva un tiempo hasta que se produce una suerte de clic, donde el paciente toma real conciencia del problema, se compromete con el tratamient­o y, a partir de ahí, empieza a fluir de otra manera”.

Al comienzo, “el encuadre es ofrecer al paciente y su familia cierta estructura que los contenga, hasta que puedan sostenerse solos”, señala Moreno.

La adherencia al tratamient­o es más sencilla en jóvenes y adultos. Los adolescent­es plantean mayor resistenci­a y les cuesta dejarse ayudar. “Hay cierta omnipotenc­ia de pensar que lo pueden manejar por sí mismos”, dice Zampini.

EL ENCUADRE ES OFRECER AL PACIENTE Y A SU FAMILIA CIERTA ESTRUCTURA QUE LOS CONTENGA. Soledad Moreno, psicóloga y coordinado­ra general de Fundación Centro

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(LA VOZ / ARCHIVO) Obsesión por el peso. Una de las manifestac­iones de un vínculo no saludable con los alimentos.

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