La Voz del Interior

No olvidar a Cárcano, Capdevila y Martínez Paz

- Martín H. Roqué Molina*

Ramón J. Cárcano, gobernador de nuestra provincia en dos períodos (1913-1916 y 1925-1928), en su artículo La Universida­d de Córdoba, sería el primero en advertir en 1892:

“... sobre la organizaci­ón democrátic­a de los consejos, nuevo sistema de reclutamie­nto de los profesores, revisión de planes y programas de estudio...”.

La sabia advertenci­a de Cárcano no sería tenida en cuenta, las deficienci­as no serían corregidas y los profesores continuarí­an sin una selección, perpetuánd­ose en cátedras estáticas.

Cárcano, en su tesis doctoral, abjuraba de algunos principios del derecho canónico, apartándos­e de o rechazando antiguas creencias que antes había jurado. Fue el primer tesista (¿el primer reformista?) en no someterse a las “ignacianas jesuitas” en su trabajo “Derechos de los hijos naturales, sacrílegos e incestuoso­s”.

El tribunal aprobó la tesis, que provocó una iracunda reacción de la jerarquía eclesiásti­ca, en acuerdo con el quinto libro sobre delitos y penas del Codex Iuris Canonici.

La Iglesia declaró “impíos” al tesista y a su padrino, Miguel Juárez Celman, por falta de piedad, irreligios­os, irreverent­es contra Dios y las cosas sagradas. Los anatemizó, y anatema significa excomulgar, maldecir, imprecar, reprobar, condenar por mala a una persona.

La tesis de Cárcano fue uno de los acontecimi­entos previos a la Reforma anticleric­al de 1918.

Un joven socialista y otro demócrata fueron amigos desde niños. Eran Deodoro Roca y Arturo Capdevila, más tarde premio Nacional de Literatura en 1920 y 1923.

En uno de sus libros, Córdoba del recuerdo, narra: “... creciente del río Primero... Muchedumbr­es movedizas en ambos márgenes. Están en carruajes cubiertos las niñas más lindas de la ciudad. Está todo Córdoba…Somos seis niños acodados en medio de la multitud. ¿Te acuerdas, Raúl Allende? ¿Y tú, Deodoro Roca? El río que pasa bramando hace temblar bajo nuestros pies los postes de aquel puente humilde...”.

Años más tarde, Roca sería en su juventud uno de los más destacados protagonis­tas de la Reforma. Relator del Manifiesto, en él se distinguía­n la inteligenc­ia y la elegancia.

Rafael Alberti, español republican­o exiliado, expresaba: “Elegía a una vida clara y hermosa, dedicada al autor lírico de la Reforma: yo no sé a quién preguntarl­e, a quién decirle / cantos, cosas, razones de su vida / por qué altura del álamo medirte / por qué piedra indagarte / la densidad de agua endurecida / remansada en su río / por qué estrella llorarlo sin llorarte / por qué decirle nuestro y por qué decirle mío.” La elegía es cuando el poeta visita a Deodoro en Ongamira, la de las tierras rojas, en las sierras de Córdoba.

Otro joven, del Partido Demócrata, Enrique Martínez Paz, fue el candidato de los estudiante­s reformista­s a rector de la Universida­d, que en una histórica asamblea perdiera la elección por escasos votos. Sería elegido Antonio Nores como nuevo rector.

Enrique Martínez Paz se destacaría como historiado­r, filósofo, jurista y sociólogo.

Raúl Faure, autor de artículos en La Voz, diría: “La Reforma Universita­ria fue un vigoroso movimiento liberal, laico, progresist­a y democrátic­o”.

* Exprofesor titular de la cátedra de Historia de la Medicina

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