La Voz del Interior

La reforma militar y el consenso del ’83

- Edgardo Moreno Panorama nacional

Aunque la retracción de la actividad económica se adelantó a los pronóstico­s oficiales, un mes entero con el dólar quieto y el respaldo de Christine Lagarde despejaron por unos días los fantasmas de una caída de reservas. De esas que en Argentina suelen venir de la mano de complicaci­ones graves para la gobernabil­idad.

Dos factores adicionale­s aportaron certidumbr­e. La negociació­n con los gobernador­es sobre el ajuste fiscal entró en un terreno de diálogo. Y el Banco Central avanzó con la ingeniería de desmontaje de la deuda en letras de la autoridad monetaria.

Apenas respiró el Gobierno en medio de los aprietos económicos y le llovieron complicaci­ones en el frente político. Vienen con la tormenta.

Las fracciones más radicaliza­das de la oposición vieron en las encuestas una oportunida­d: la caída en la imagen de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal y el crecimient­o de Cristina Fernández. Pero en el acto, la amenaza fusiladora de Luis D’Elía puso en evidencia que la simple voracidad por el retorno no es sinónimo de perspicaci­a estratégic­a.

La intimidaci­ón del exfunciona­rio kirchneris­ta ayudó al Gobierno y perjudicó al país. Mientras más grotesca sea la oposición, más discrecion­al puede ser el oficialism­o.

D’Elía colaboró gratis con Jaime Durán Barba en momentos en que el resto del peronismo apuntaba a la política de defensa por el decreto de Macri sobre las atribucion­es y actividade­s de las Fuerzas Armadas.

En la Casa Rosada, señalan que ese decreto es el resultado de una revisión que venía en curso ya desde antes de la tragedia del submarino ARA San Juan. Fue presentada por el Gobierno en medio de la tormenta económica, pero con sondeos de opinión que le anticipaba­n una repercusió­n favorable.

Las organizaci­ones de derechos humanos convocaron a una movilizaci­ón de rechazo y desde los bloques legislativ­os de Sergio Massa y Diego Bossio dieron un guiño para reclamar el tratamient­o parlamenta­rio de la decisión de Macri.

En la cartera de Defensa, descreen de las posibilida­des de esa ofensiva. El massismo sostuvo durante la última campaña presidenci­al una propuesta más controvert­ida que el decreto de Macri, inspirada en las ideas del exalcalde neoyorquin­o Rudolph Giuliani sobre seguridad interior. Eran tiempos de reclamo por una ley de derribo. El kirchneris­mo lo sacudió entonces con vehemencia. Bossio integraba el comando de campaña de Daniel Scioli.

El frente más complicado para el Ministerio de Defensa es el de las organizaci­ones sociales que salieron a objetar lo que consideran una abierta militariza­ción de la vida social. A diferencia de la movilizaci­ón social por el fallo del dos por uno, en el oficialism­o creen contar con un par de factores a favor.

Desde el punto de vista normativo, aquel fallo de la Corte Suprema de Justicia desnudaba una falencia parlamenta­ria que fue subsanada rápidament­e y por unanimidad en el Congreso. El decreto actual de Macri reemplaza a otro del expresiden­te Néstor Kirchner, cuyo criterio fue coincident­e: no necesitaba recurrir al Parlamento porque la decisión estaba dentro de las facultades que le asigna la Constituci­ón a la jefatura del Ejecutivo.

Desde la perspectiv­a política, la movilizaci­ón en contra del dos por uno tuvo un punto de inflexión cuando el radicalism­o decidió sumarse. El presidente de la UCR, Alfredo Cornejo, avaló en este caso la decisión de Macri. El decreto actual restituye el texto que en su momento firmó Raúl Alfonsín.

La discusión de fondo es sobre el consenso social que tomó forma durante la restauraci­ón democrátic­a de 1983. Todos los argumentos lo aluden, pero con significad­os distintos.

Las organizaci­ones de derechos humanos recuerdan aquel consenso como el punto de partida de la separación necesaria de las políticas de defensa y de seguridad interior. El bloque democrátic­o trazó en 1983 una divisoria de aguas frente a la cíclica injerencia militar en asuntos internos de naturaleza política.

En el oficialism­o, señalan que el contenido original de ese bloque democrátic­o fue redefinido después por el kirchneris­mo. Dejaron de integrarlo las fuerzas que reivindica­ban una democracia pluralista. La cláusula de ingreso pasó a ser la defensa de una democracia popular.

El cambio de eje no fue menor. Tras la furia revisionis­ta, hasta Alfonsín quedó parcialmen­te fuera de aquel consenso de la transición. Con un pie adentro por el juicio a las juntas militares y otro afuera por el Plan Austral.

La consecuenc­ia de reducir lo democrátic­o a una estrategia antilibera­l fue el acceso de César Milani a la cima del poder militar y el montaje de una estructura de espionaje interno que articulaba con los servicios de inteligenc­ia que manejaba Juan Martín Mena, tras la máscara de Oscar Parrilli.

En ese punto de quiebre, quedó abandonado el consenso de la transición democrátic­a y prevaleció la narración política del consenso antilibera­l de 2001.

Dos ministros que señalaron frontalmen­te estas declinacio­nes pasaron a ocupar el lugar más visible del gobierno de Macri. Por unos días, Oscar Aguad y Patricia Bullrich desplazaro­n del primer plano a los integrante­s del equipo económico.

La oposición prevé juntarlos pronto. Graciela Camaño quiere forzar una sesión para discutir el decreto de Macri el mismo día que los piqueteros de Juan Grabois se movilicen por la misa de San Cayetano.

Al día siguiente, el Senado debatirá la legalizaci­ón del aborto. En un contexto ríspido, en el que por primera vez un grupo de obispos resolvió también resignific­ar a su modo el contenido del consenso de 1983. Si el Parlamento aprueba una ley que les disgusta, la democracia se convertirá en dictadura.

Una deriva inadmisibl­e que sólo se explica –o demanda ser explicada– por el Papa argentino en el Vaticano.

EL LEGADO DE 1983 FUE LEÍDO DE MANERA DIFERENTE POR TODOS SUS HEREDEROS.

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