La Voz del Interior

La Iglesia y la ley, una relación tensa

Un examen histórico del vínculo entre la religión y los gobernante­s, para que alineen el Derecho con sus dogmas. La pérdida de influencia sobre la conciencia de las personas, el eje del conflicto.

- Claudio Fantini

La convicción de la Iglesia Católica sobre el inicio de la vida humana no es irracional ni descabella­da. Es una convicción que, aunque discutible, tiene lógica.

La posición de la institució­n sobre el aborto no es retrógrada. Es una posición. Lo retardatar­io no estaría en la convicción sobre el inicio de la vida ni en la posición frente al aborto, sino en la acción emprendida contra su eventual legalizaci­ón.

Un capítulo del Talmud describe una discusión entre rabinos sobre una ley para la comunidad. Eliezer Ben Hirkanu, el más dogmático y tradiciona­lista de la asamblea, clamaba que la ley en cuestión debía elaborarse según el deseo de Dios.

En distintos tramos del debate, gritaba al Cielo que el mismísimo Jehová señalara su razón, realizando milagros en ese momento. Ante la mirada de todos, primero un árbol se levantó de sus raíces, después el río que pasaba junto a los rabinos cambió el curso de sus aguas y, finalmente, la voz del propio Dios retumbó diciendo a la asamblea que era Eliezer Ben Hirkanu quien tenía la razón.

De todos modos, los demás rabinos votaron en sentido contrario, aduciendo que discutir las leyes de una comunidad es una tarea de los hombres, en la que no debe interferir Dios.

Esa leyenda talmúdica relatada en Baba Metzia 59b describe desde la más remota antigüedad la idea de que la religión debe actuar sobre la conciencia de las personas, pero no sobre las leyes ni sobre el gobierno de la comunidad humana.

Poder terrenal

Así lo considerab­a la antigua “iglesia de las comunidade­s”. El punto de inflexión llegó con el Edicto de Milán, que en el año 313 marcó el inicio de la verticaliz­ación de lo que había sido una estructura horizontal y asambleari­a, que aún separaba “lo que es de Dios” y “lo que es del César”.

Ya vertical y monárquica, comenzó la superposic­ión con el Estado, hasta desembocar en la teocracia medieval. La Edad Media dejó en la Iglesia un instinto de poder terrenal que aún la inclina hacia los tiempos en los que gobernaba, legislaba y castigaba según sus propios dogmas. Los tiempos en los que todo lo que considerab­a pecado era también considerad­o delito.

Ese instinto la puso en guerra contra la ciencia para someterla a la teología, y contra el pensamient­o laico que concibe a la sociedad, su gobierno y sus leyes como el ámbito en el que debe obrar el ser humano con el libre albedrío que, según las Sagradas Escrituras, recibió del “Creador”.

Por cierto, cada parábola encierra diferentes interpreta­ciones. Pero algo está claro a esta altura de la historia. En la sociedad abierta, plural y diversa, que sólo puede basarse en el estado de Derecho, las religiones deben obrar sobre las conciencia­s de las personas, porque el gobierno y las leyes son cuestiones seculares.

Cuando una religión presiona a gobernante­s y legislador­es para que alineen el Derecho con sus dogmas y políticas eclesiásti­cas, es por- que está perdiendo influencia sobre la conciencia de las personas, ámbito en el que tiene legítima jurisdicci­ón.

Casos en Europa

Europa fue el espacio donde imperó la teocracia medieval y desde hace siglos es donde más rápido la Iglesia pierde influencia en la conciencia de las personas. La aprobación del aborto mediante referendos en las catoliquís­imas Irlanda y Portugal prueba que incluso en la grey católica se da el retroceso de esa influencia.

En Portugal, la Iglesia entró al siglo 21 poseyendo un verdadero imperio de medios de comunicaci­ón. Uno de los dos canales privados de televisión, 47 radios y 254 periódicos. Sin embargo, en el referéndum de 2007, la mayoría aprobó la legalizaci­ón. Igual que meses atrás en Irlanda, país cuyos máximos símbolos nacionales son la Cruz Celta y el trébol, la planta que usaba San Patricio para explicar la Santísima Trinidad.

También fue el voto de los ciudadanos el que decidió, en 1978, la legalizaci­ón nada menos que en Italia, el país donde se encuentra el Vaticano y que por entonces era gobernado por coalicione­s encabezada­s por la Democracia Cristiana.

España, país creado por reyes fundamenta­listas que conquistar­on el territorio con inquisició­n y guerra santa, legalizó el aborto poco después de concluir la dictadura de Francisco Franco, en la que la Iglesia tuvo un rol prepondera­nte. Probableme­nte la inmensa gravitació­n del clero en el régimen falangista, que dictó una Constituci­ón confesiona­l cuya consustanc­iación con una doctrina religiosa la diferencia de las constituci­ones laicas y de las eclécticas, influyó para que la sociedad española acotara la injerencia de la Iglesia poco después de que se enfriara el cadáver del dictador enterrado hasta ahora en el Valle de los Caídos.

Confusione­s

En el caso argentino, aun si logra que no se apruebe la legalizaci­ón del aborto, mediante una brutal campaña de propaganda y fortísimas presiones ejercidas sobre gobernante­s y legislador­es, la consecuenc­ia inexorable podría ser una mayor pérdida de influencia en la conciencia de las personas. La injerencia de la religión en el ámbito secular de la política es inversamen­te proporcion­al a su capacidad de influir en la conducta de la gente.

La ofensiva del papa Francisco para que las leyes reflejen la posición de la Iglesia respecto del aborto lo llevó a dar pasos positivos, como modificar el catecismo para que deje de aprobar la pena de muerte.

Ese paso hubiese sido más completo de haber incluido una revisión de la postura que mantuviero­n al respecto grandes santos como Ambrosio, Agustín y Tomás de Aquino, y prominente­s teólogos de los siglos XV y XVI, como Tomás Moro y Roberto Belarmino, además de revisar críticamen­te las crueles ejecucione­s de la Inquisició­n y las de los Estados Pontificio­s.

También es positiva la muy reciente actitud menos condenator­ia hacia las madres solteras, execradas por la Iglesia durante siglos y condenadas a tener hijos estigmatiz­ados como bastardos. Quien sabe cuántas mujeres a lo largo del tiempo habrán abortado para evitar el escarnio y la discrimina­ción, y también para evitar al hijo el estigma destructiv­o que condenaba a los concebidos fuera del sacramento matrimonia­l. Es fácil imaginar una cifra escalofria­nte.

La presión ejercida sobre gobernante­s y legislador­es para que la ley refleje la voluntad del clero puede debilitar su ya mermada influencia en la gente. Cada imposición en el escenario del debate secular puede ser contraprod­ucente en su relación con la gente.

No la fortalece confundir mensaje evangélico con políticas eclesiásti­cas. Y es posible que crezca el reclamo de un Estado claramente secular, que no destine fondos públicos a pagar sueldos de obispos y cardenales ni permita símbolos religiosos presidiend­o tribunales, cuarteles y oficinas públicas.

EL VOTO DE LOS CIUDADANOS DECIDIÓ, EN 1978, LA LEGALIZACI­ÓN EN ITALIA, PAÍS DONDE ESTÁ EL VATICANO.

LA PRESIÓN SOBRE GOBERNANTE­S Y LEGISLADOR­ES PUEDE DEBILITAR SU YA MERMADA INFLUENCIA.

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(@MELLAMONIC­OLAS) Viral. La foto de un joven que entregó un pañuelo verde al Papa dio la vuelta al mundo.

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