La Voz del Interior

Batería de a dos

Pablo Sousa le da vida en la peatonal a una marioneta “baterista”, para el asombro de chicos y grandes.

- Juan Pablo Carranza jpcarranza@lavozdelin­terior.com.ar

La batería se escucha nítida entre el bullicio de la peatonal. Los acordes de “Funky” de Charly García son como un imán. “No voy a parar”, dice la letra y, contrarián­dola, los peatones paran.

Entre compras y apuros, la gente que pasa por la 9 de Julio se toma un recreo de entre 5 y 10 minutos, una o dos canciones, para escuchar a un baterista diminuto que le pega al bombo, a los platillos y al charlestón con una gracia extraordin­aria.

Pablo Sebastian Sousa nació en Mendoza hace casi 40 años. Baterista de profesión y viajero de ocasión. Recorrió varios lugares de América latina acompañado por su música y su creación, hasta que arribó a Córdoba.

Un día, no recuerda por qué, llegó a esta ciudad –fue hace muchos años– y se quedó aquí. Detrás de una tela negra, se encarga de darle vida todos los días a Sebastian, su doble artístico y compañero.

“Me tuve que desdoblar con el amigo”, dice Pablo señalando la marioneta.

“Yo quedé Pablo Sousa y él, Sebastian. Tocamos la batería a través de una pista musical y nos divertimos hace 13 años, más o menos”, cuenta este baterista que lleva más de dos décadas en Córdoba y ahora tiene una familia cordobesa.

Sebastian –sin tilde, aclara– es el nombre de su marioneta. Así, acentuada en la primera “a”. Son como Chasman y Chirolita, sólo que el crédito se lo lleva el muñeco y no su creador. Pablo está oculto. Es un ventrílocu­o musical que, en vez de hacer hablar a su muñeco, lo hace tocar.

–¿Quién de los dos toca?

– Tocamos los dos. Le puse dispositiv­os a toda la batería de Sebastian para que podamos tocar en vivo. Y hacemos lo que nos gusta a los dos.

Mirándolo bien, la marioneta es un clon en miniatura de Pablo. Una réplica a escala que mide cuarenta y pico de centímetro­s, hecha con sus propias manos. Sebastian tiene barba, es flaco, brazos largos y lleva el pelo negro atado con una cola de caballo, igual que él, aunque sin ninguna cana. Está claro: los muñecos no envejecen.

El parecido es asombroso. Si hasta se visten parecido.

Orgulloso, dice que es el único en el mundo que ha logrado que una marioneta haga música. Puede ser cierto. Sebastian toca de verdad. Pam, pam, tishhhh.

El repertorio de Pablo y de Sebastian es nutrido. Temas inter- nacionales y nacionales suenan en esa minibaterí­a. Rock, reggae y jazz en cuotas similares.

Pink Floyd, Bob Marley, Soda Stereo y Charly García. Posiblemen­te, las canciones de uno de los padres del rock sean las más convocante­s y, también, redituable­s. Cuando suena “Funky” o “Rezo por vos”, la gente frena automática­mente.

“Es fin de mes y se nota”, dice Sebastian, aunque reconoce la generosida­d de los cordobeses.

Los artistas callejeros son una suerte de oasis en medio del caos. Hacen que la gente se detenga en medio de la rutina. Hombres de traje y mujeres de oficina se toman unos minutos para escuchar su tema favorito bajo la interpreta­ción de Sebastian. Otros pasan unos segundos y se van tarareando un clásico del rock nacional.

Segurament­e, si Pablo y Sebastian estuvieran en Las Vegas, la gente dejaría sus tarjetas de crédito por verlos. Pero afortunada­mente están muy cerca, en la peatonal, y trabajan a la gorra.

La función de Sebastian tiene una cuota de magia. Esa magia que hipnotiza a los niños cuando ven una función de títeres. Se mueve con destreza, sigue el ritmo y hasta hace reverencia­s cuando termina el show. Es un rockstar pigmeo.

Pero como la magia no existe, aunque sí el ingenio de las personas, vale subrayar el mecanismo que utiliza Pablo para que se luzca Sebastian. Desde su escondite, comanda el movimiento de los brazos de Pablo con dos baquetas de alambre. Con ellas, controla cada golpe a los parches. El dispositiv­o se completa con un bombo de batería y un pedal debajo del escenario.

“No es lo mismo vivir de la música que la música te haga vivir”, se lee en el bombo de la batería de Sebastian. Así se toman la vida los dos.

“NO ES LO MISMO VIVIR DE LA MÚSICA QUE LA MÚSICA TE HAGA VIVIR”, ASEGURAN, A CORO, PABLO Y SEBASTIAN.

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(JOSÉ HERNÁNDEZ) En la peatonal. Cada mañana, Pablo y Sebastian ofrecen su magia. “Hacemos lo que nos gusta a los dos”, afirma, cómplice, el marionetis­ta.
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(JOSÉ HERNÁNDEZ)
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Al paso. Es imposible no sentirse atraído por la música de Pablo y de Sebastian.

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