Damas y caballeros, presentamos para “todes”: ¡el lenguaje inclusivo!
El lenguaje inclusivo viene tomando envión mediático en este último tiempo y genera otro frente de colisión entre diversas posturas, con muchos desencuentros y rivalidades, tanto en Argentina como en el resto del mundo.
Como seres humanos, nos arrojamos al conocimiento a través de la comunicación; inventamos sistemas de sonidos que se llamaron palabras para conectarnos (y para desconectarnos).
La construcción de nuestro mundo son las palabras, y en esta construcción aquello que no fue nombrado no existe.
¿Necesidad o capricho?
La aparición y la necesidad de darles entidad lingüística e incluir a los géneros que estaban en el mejor de los casos “tácitos” en el lenguaje y en la construcción general de la vida responde al avance y a la experimentación de los movimientos feministas y antipatriarcales que vienen sosteniendo la deconstrucción de todos los mandatos y de todas las organizaciones expulsivas en las instituciones humanas, lo que, por cierto, incluye al lenguaje.
Si pensamos y evaluamos cómo a lo largo de la historia hemos moldeado el habla y las formas de referencia, cómo hemos creado palabras y cómo hemos elegido también a quién no nombrar, vemos que la ausencia en el lenguaje es más que una mera coincidencia con la ausencia en el resto de los órdenes de la vida.
Siempre hago mención a mi identidad de género, a mi realidad de mujer trans, para ejemplificar cómo se expulsa desde lo que se da por cierto y hegemónico.
Digo esto porque no fue hasta que avanzó la Ley de Identidad de Género que aprendí que existía. Mi identidad era una incógnita hasta para mí misma, porque el “de esto no se habla” no es sólo pudor: es una necesidad de invisibilizar y de borrar todo aquello que no nos interesa.
Me imagino lo inmensamente reparador que es para una identidad diversa como la mía, o incluso para otras múltiples realidades –como las de las personas intersexuales–, ingresar a un lugar donde los reciben con un “bienvenides¹”, autorizándolos a expresar su género sin condicionantes y estándares que no fueron pensados para todes¹. Y lo liberador que es no tener que dar explicaciones sobre la propia presencia, porque en definitiva todes¹ buscamos lo mismo: existir.
Entre los argumentos en contra, escucho la cita de la Real Academia de la Lengua Española como autoridad, como una especie de
TOMARME EL TIEMPO PARA REPENSAR UNA FRASE QUE NO EXPULSE A NINGUNA IDENTIDAD ES TOMARME EL TIEMPO PARA CONSTRUIR UNA SOCIEDAD MENOS VIOLENTA.
ente regulador. Pero ese argumento carece de sustento porque el lenguaje siempre vino a responder a una necesidad de la humanidad.
Existe una nueva época, un cambio visible y concreto. Se trata, incluso, de una necesidad que sobrepasa lo reivindicatorio de la propuesta, ya que la modificación y la adaptación son propiedades del lenguaje en sí mismo.
Es un ejercicio positivo empezar a incorporar el lenguaje inclusivo, es decir, remplazar el artículo masculino/femenino por “e, x, @” para todes¹ aquelles¹ que busquen la deconstrucción de los patrones heredados y que repetimos de forma automática.
Tomarme el tiempo para repensar una frase que no expulse a ninguna identidad es tomarme el tiempo para construir una sociedad menos violenta y empatizar con el resto de las realidades que se extienden más allá de los confines de mi ego.
NO FUE HASTA QUE AVANZÓ LA LEY DE IDENTIDAD DE GÉNERO QUE APRENDÍ QUE EXISTÍA. MI IDENTIDAD ERA UNA INCÓGNITA HASTA PARA MÍ MISMA.
¹ Respetamos la grafía de la autora
* Secretaria de Género del Observatorio de Participación Ciudadana