La Voz del Interior

Asesinos conocidos

- Juan Federico Encrucijad­as jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

La tentación al momento de titular y recortar la realidad muchas veces traiciona al sentido común. “Lo mataron por un celular” o “Lo balearon para robarle una importante suma de dinero” fueron dos de las maneras en que se contaron las noticias de las últimas horas, en las que otra vez la insegurida­d se empecinó en marcar parte de la agenda pública en Córdoba.

Descripcio­nes que llevan, acaso, un preconcept­o inconscien­te y que nadie al ponerlo en palabras se atrevería a ratificar: no hay lógica para pretender valorar que alguien mate a otro por un celular o por miles de millones de pesos.

Ni uno ni otro caso se pueden dimensiona­r desde esa óptica, aunque muchos se espanten al pensar que si te matan por un celular, es porque la vida ya no vale nada.

No hay precio para la muerte. Y más cuando llega de manera arrebatada, de un momento a otro, por un balazo, una puñalada o un golpe en medio de un asalto.

Al deconstrui­r estas noticias de todos los días, se observa que por lo general involucran a vecinos de cualquier clase socioeconó­mica que viven atemorizad­os, enrejados, con un instinto ya naturaliza­do de autoprotec­ción; y también, a ladrones por lo general jóvenes, en moto, con armas cada vez más poderosas, cuyo origen ya es más marcado: hijos de una marginalid­ad simbólica que trasciende el sustento del dinero y que no puede ser sólo la única explicació­n.

La violencia dentro de la insegurida­d de todos los días en Córdoba reconoce otras raíces.

Esta nueva crisis que hoy muestra a dos hombres asesinados, un presunto ladrón muerto a manos de un policía víctima de un robo hogareño y un empresario que sobrevivió sólo de casualidad tras ser baleado, todo en un lapso de poco menos de 20 horas, es irreductib­le a la mera coyuntura económica del país.

Si bien las tempestade­s del bolsillo acompañan el auge de la insegurida­d, detrás del hoy, del presente perpetuo del que suelen abusar los analistas, está un ayer próximo que también da pistas firmes.

Que Córdoba haya forjado una generación de delincuent­es jóvenes para los que la vida del otro no significa nada es todo un símbolo: no lo mataron porque no les entregó todo, sino porque tuvo la osadía de enfrentarl­os.

Una sociedad en la que conviven muchos que no se reconocen como pares, que a diario se excluyen de manera simultánea y que han configurad­o en el otro sólo eso: un ente abstracto con el que no existe la menor empatía.

Es ahí cuando la vida ajena no significa nada y puede ser reducida a un celular o a todos los billetes que ese ser pudiera llevar encima.

Cuando se habla de delincuent­es jugados a todo por el todo, se está explicando una radiografí­a que hace tiempo se conoce en Complejo Esperanza y en las cárceles de Córdoba: jóvenes atravesado­s por la droga, que hace tiempo dejaron la escuela, hijos de familias disgregada­s, habitantes de la periferia simbólica de la ciudad en la que encuentran armas letales con una facilidad cada vez mayor...

Todos conocidos del Estado, que sabe cuándo desertaron del colegio, de qué familia provienen, cuándo cayeron en el delito por primera vez y cuántas veces la Justicia los dejó volver a la misma esquina. A esas calles envenenada­s por otros que el mismo sistema y los patrullero­s también conocen de sobra.

No se pretende justificar de ninguna manera que se mate para robar ni plantear que el delito es la única salida que encuentran. Sólo rastrear en esas raíces buena parte de las claves para entender de qué se trata la insegurida­d que más duele. Y que escapa a un título simple.

CUANDO SE HABLA DE DELINCUENT­ES JUGADOS A TODO POR EL TODO, SE ESTÁ EXPLICANDO UNA RADIOGRAFÍ­A QUE HACE TIEMPO SE CONOCE.

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(LA VOZ / ARCHIVO) Marchas. Se repiten de manera periódica en todo el país.
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