La Voz del Interior

La ciudad imposible, aun con piernas biónicas

- Juan Maggi*

Recorrer la ciudad de Córdoba con los ojos y las piernas de quienes la transitamo­s a diario desde una silla de ruedas, con bastones o muletas –incluso con un carrito para bebé– nos permitiría comprender las tremendas dificultad­es y riesgos que padecemos las personas que necesitamo­s algún tipo de ayuda o soporte para recorrerla.

No me refiero sólo a las personas con discapacid­ad motora o visual, sino también a adultos mayores, a madres con niños pequeños, a alguien que se fracturó una pierna y debe portar muletas. Me refiero a lo que eventualme­nte puede implicar el tránsito por la ciudad para cualquiera de nosotros.

Hagamos ese ejercicio de alteridad por un momento y pongámonos a imaginar cómo salgo de mi casa, llego al trabajo o a la escuela si voy en una silla de ruedas por la ciudad de Córdoba. ¡Imposible!

Las ciudades crecen al ritmo y al criterio de lo que las sociedades que las habitan van establecie­ndo como modo de vida.

Las ciudades nos cobijan, nos aglutinan, nos dinamizan la vida cotidiana, nos contienen o nos expulsan, nos dan una identidad, incluso.

Habitar es también ser. Un singular y común modo de ser.

Si bien el desarrollo urbanístic­o está atravesado por generacion­es de grupos humanos con necesidade­s diversas, que reflejaron a su vez estilos arquitectó­nicos y respuestas tanto sociales como económicas y políticas a las condicione­s vigentes en cada época, debemos hacernos cargo de la realidad actual, sintetizar y trascender esa historia y ese perfil como ciudad y ordenarlo de manera que sea habitable y transitabl­e para todos sin excepción.

¿Hace 20 o 30 años no se hacían rampas o no se tenían en cuenta las necesidade­s de transitar la ciudad con alguna desventaja o vulnerabil­idad? Hagámoslo ahora.

Adaptemos la ciudad. Sus calles, sus ingresos, sus lugares de circulació­n.

¿Se generan nuevos edificios o construcci­ones que modifican las veredas o espacios comunes?

Que las empresas constructo­ras provean de los elementos necesarios para que no tengamos que convivir con veredas destruidas por largos períodos, a veces años, hasta que finalizan una obra. Entablonem­os las superficie­s, instalemos rampas transitori­as, señalicemo­s mejor los itinerario­s de paso, aislemos más a los transeúnte­s de los autos.

Pensemos, por ejemplo, lo que significa hoy cruzar en silla de ruedas o con bastón blanco la zona de plaza España.

¿Por qué ser presos de nuestra inoperanci­a y nuestra falta de responsabi­lidad?

¿Por qué permitimos estas condicione­s para nosotros mismos?

Nuestros propios espacios, la prolongaci­ón común y compartida de lo que somos como ciudadanos, reflejan calles y lugares caóticos, desprolijo­s, incluso sucios al punto de que nos topamos con nuestra basura y las heces de nuestros animales en medio del itinerario cotidiano.

Imaginemos por un instante recorrer ese laberinto irregular y hasta insalubre en una silla de ruedas, o llevado de la mano o auxiliado por un bastón, en cochecito, hasta en los brazos de nuestras madres, tratando de escalar cordones de veredas siempre agresivas en su asimetría y su suciedad.

Hemos acumulado años de indiferenc­ia y de sumisión. Convivimos con nuestros baches y nuestra basura acumulada en contenedor­es o depositada en cualquier umbral sin inmutarnos.

Vamos y venimos sin ver, sin vernos, sin percatarno­s de que muchos de nosotros estamos presos en nuestra indefensió­n, en nuestra vulnerabil­idad, en nuestra desventaja.

Presos en la misma ciudad que nos vio nacer. Cualquiera de nosotros puede estar cautivo en una ciudad imposible. No sólo los que convivimos a diario y de por vida con nuestras desventaja­s.

No es cuestión de mayorías, sino de aceptar y contener la verdadera diversidad: en cuanto a condicione­s físicas, edades, dificultad­es, necesidade­s de seguridad y de traslado.

Sin excusas, pensemos soluciones realistas y justas.

Quienes gobiernan la ciudad deben regular y controlar que se cumplan las condicione­s que ya están reglamenta­das en ese sentido y, si no es suficiente o están obsoletas, generar nuestras reglas.

No se trata sólo del esfuerzo financiero del Estado municipal.

Cada frentista debe tener en las condicione­s necesarias y óptimas su vereda y todas las instalacio­nes que convergen en el frente y son de uso público.

Estimular, promover, controlar y multar son partes de un sano ejercicio de la búsqueda del bien común.

Y todos nuestros funcionari­os municipale­s deben ser parte y asumir su compromiso.

Sucia, intransita­ble, indiferent­e, desregulad­a y descontrol­ada, caótica y negligente. Ciudad imposible. Nuestra ciudad hermosa, tan rica en naturaleza y en historia, tan visitada, tan necesaria para el desarrollo institucio­nal y político de toda la provincia, que concentra tanta gente que la habita para trabajar, estudiar, formar sus familias, existir en ella, se ha vuelto una ciudad imposible... ¿Eso somos? ¿Eso queremos ser?

* Presidente de la Fundación Jean Maggi

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(LA VOZ) Obstáculos. Las veredas son difíciles de transitar en Córdoba.
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