La Voz del Interior

El flan que no quiere (pero extraña) Griselda

- Laura González En primera persona lgonzalez@lavozdelin­terior.com.ar

“Yo no quiero flan, pero no puedo soportar más el aumento de los remedios, las tarifas y el súper. Quiero vivir tranquila con mi sueldo. Entiendo lo que pasó y que el gradualism­o no funcionó, pero para mí esto es aterrador”, dice Griselda. Es docente, votó por Mauricio Macri y sigue la saga de los cuadernos de las coimas con un interés que hace rato no le despertaba la coyuntura política.

Pero le pasan dos cosas: la economía la está “matando” y no cree que haya condenas por los casos de corrupción y, mucho menos, que aparezca el dinero. Mientras tanto, repite que un sueldo de 22 mil pesos no le alcanza y que “no quiere flan”.

La frase se viralizó desde el viernes, cuando el actor y humorista Alfredo Casero participó del programa Animales sueltos, de Alejandro Fantino. “Se te prendió fuego la casa, tenés una familia de 12 y hace frío afuera. Pero vienen los 12 gritando ‘¡queremos flan papá!’ Les tratás de explicar lo que pasó, que se quemó la heladera, y te gritan ‘queremos flan, flan, flan... hijo de puta que no nos das flan’, dijo a los gritos y haciendo mímica.

Casero, confeso seguidor de Mauricio Macri, cuestiona a los que hoy reclaman sin advertir la casa quemada. Querer flan podría parangonar­se con extrañar el gas, la luz o el colectivo barato; con un dólar que cuesta 60 por ciento más que hace un año; con la imposibili­dad de hacer los tours de compras al exterior; con la inflación que no cede o el crecimient­o que no llega. El flan vendría a ser todo lo que se extraña de la gestión anterior.

Para algunos, Casero hace alegoría del ajuste, porque entienden que la gente tiene derecho a comer flan. Que un trabajo tiene que alcanzar para cubrir las necesidade­s mínimas, y algo más, de una familia corriente.

Para otros, Macri siguió con el problema porque no explicó nunca que la casa estaba quemada. Que con el discurso de la alegría y que lo bueno empezaba cambiando, hasta siguió repartiend­o flan: les dio la Reparación Histórica a los jubilados, la Asignación Universal de los hijos de monotribut­istas, demoró bastante en subir la luz y el gas y hasta los colectivos, en 2017, tuvieron aumento cero.

Hay dos cuestiones a resaltar. Una es que a este país le falta el 16 por ciento de sus gastos. Este 2018, y el anterior y el otro al menos, cubrió ese rojo faltante pidiendo plata afuera, apostando a que la brecha se achicaría sola, de la mano de las nuevas inversione­s y el crecimient­o, que haría incre- mentar los recursos por encima de los gastos. Antes de 2016, el rojo se cubría emitiendo dinero, fogoneando la inflación (el promedio de los años kirchneris­tas es del

24 por ciento anual) aunque no tanto porque el cepo cambiario hacía de freno.

La otra es que el 84 por ciento que sí tiene para gastar este Estado no es poca plata. Son 2,783 billones de pesos, algo así como

63 mil pesos por persona por día. Este Estado debiera ser mucho más eficiente a la hora de asignar semejante montaña de plata. Y lo cierto es que no lo ha sido.

Si por cada obra que licitó, cada concesión que renovó, cada subsidio que entregó, cada declaració­n jurada de importacio­nes que autorizó, cada permiso para exportar que concedió cobraba por izquierda, construyó un estado paralelo, ilegal, con recursos robados a la mayoría que fueron a parar a algunas pocas manos. ¿Cómo se financió semejante estructura? Cotizando más alta la obra pública licitada, pidiendo un peaje más alto de la concesión, cobrando más caro aquello importado o recargando lo que no se vende afuera. La gigantesca mayoría de los argentinos que no muerde nada de ese Estado paralelo pagó más caro lo que consumió. Por lo tanto, su salario se achicó. Aunque nunca se haya dado cuenta porque algo de flan había en la mesa.

La Justicia deberá investigar si eso fue del cinco, del 10 o del 20 por ciento, quiénes pagaron, cuánto y a quiénes. El Gobierno deberá ser claro en el diagnóstic­o de la situación: ya no la heredada, sino la que generó con sus medidas imprecisas. Y los argentinos, demandar que los dos cumplan.

Al fin y al cabo, un flan no cuesta lo que salen las trufas negras de Francia. Debería ser posible que todos podamos comer flan. Pero cuando la casa esté reconstrui­da, sin estados paralelos a la sombra.

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(IMAGEN DE VIDEO) Guiño a Casero. Macri se sacó una foto comiendo un flan.
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