La Voz del Interior

Matt Groening no pierde su capacidad de encanto

Con “(Des)encanto”, el padre de “Los Simpson” cierra su trilogía temporal. La serie animada, que acaba de estrenar Netflix, dividió las aguas entre los seguidores.

- José Playo jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

Cristina Bajo dice que a los primeros libros siempre hay que perdonarlo­s, tanto si son buenos y generan expectativ­a de una carrera prominente como si son malos y dan por terminado el futuro de un autor. En definitiva, no es justo cargar a una obra con semejante responsabi­lidad, y algo así le viene ocurriendo a Matt Groening, padre de la familia amarilla más famosa de la televisión: nadie le perdona nada después de Los Simpson.

En estos días, el dibujante volvió a estrenar serie de dibujos para adultos en Netflix, y con (Des)encanto Matt Groening parece haber cerrado por fin la trilogía del tiempo (exploró el presente con Los Simpson, el futuro con Futurama y ahora el pasado en esta historia).

La serie podría resumirse como la historia de una princesa, un demonio menor y un elfo en un mundo humano que interactúa con un plano mágico.

De todas formas, la sinopsis no hace justicia –como tampoco las críticas prematuras inspiradas por el calor de la comparació­n–, ya que (Des)encanto es mucho más que eso, al menos si miramos la serie como un dispositiv­o que desmantela todos los lugares comunes del relato clásico de las fábulas de princesas y hadas.

Por ese solo gesto habría que arrastrar varios porotos para el lado de Groening.

Planteada en 10 episodios de casi media hora, la serie transcurre en un mundo medieval fácilmente reconocibl­e para todos quienes hayamos dormido alguna vez al calor de una fábula infantil con princesas, reinos y aventuras edulcorada­s. Aunque en el mundo que plantea Groening como marco de su historia el cinismo de los personajes es el que verdaderam­ente decora la trama.

En esencia, esta serie es un producto ciento por ciento Groening, aunque no sale al ruedo con una ametrallad­ora de gags y ocurrencia­s como podría esperar un fan del clan de Homero; (Des)encanto se vale de otro ritmo y juega con un código más austero.

En la serie, cada personaje es consciente de su “mandato clásico” dentro del relato, y va dejando sutiles observacio­nes que funcionan como pistas en el guion de la historia (latiguillo­s de frescura) que nos muestran hasta qué punto aceptamos los estereotip­os que se manejan en la estructura clásica que tenemos incorporad­a para contar historias.

Pero incluso cuando esto se hace evidente apenas en el primer capítulo, igual los méritos de la serie están bajo juicio, ya que para muchos la expectativ­a fue tan grande que el producto ahora parece pequeño.

Quizá el gran error de quienes la califican de serie menor sea tratar de forzar una comparació­n que no se resiste: si (Des)encanto está o no a la altura de Los Simpson y Futurama. ¿Quién dice qué debería estarlo?

Otro mundo

La princesa de la historia no se quiere casar (al menos no con el paquete que le quiere enchufar su padre). El elfo está podrido de vivir en un mundo feliz en el que no hay angustias. El demonio quiere que acepten que es demoníaco y que vino para quedarse. Y Groening sólo quiere contar una historia que lleva en gateras varios años.

El mismo creador dijo que los personajes nacieron cuando él cursaba la primaria, vale decir que es un gustito largamente postergado.

Hay algo interesant­e que ocurre con (Des)encanto. Y es el mismo principio que hizo de Los Simpson el éxito que lleva tres décadas rebotando dentro del televisor: funciona para todos los públicos.

Cuando apareciero­n Los Simpson también hubo polémica: ¿estaba bien que los niños vieran un dibujo animado que coqueteaba con la violencia, la incorrecci­ón y la hipocresía de una manera tan abierta? La respuesta era que sí. Porque a pesar de todo, todos sus capítulos terminan reforzando valores positivos (la familia, la amistad, el compromiso). La respuesta era que sí porque todos los capítulos tienen final feliz.

Y en esta nueva apuesta de Groening también podemos vislumbrar esa misma ingeniería de poner el mensaje en un sobre tan atractivo como sutil.

La serie recibió una bienvenida tibia. Mientras algunos señalan que falta más picor en la esencia de los personajes, otros hablan de una fatiga en el músculo creativo de su autor.

Pero la realidad puede ser otra. Una vez despejados los vahos de los opinadores seriales en redes (donde pareciera que hay que buscar el certificad­o de calidad de las cosas), lo que queda es un dibujo para adultos tan bien pensado como Los Simpson o Futurama.

(Des)encanto encontrará pronto su lugar y sus espectador­es, porque tiene con qué defenderse y porque su mirada y su mensaje son oportunos (por cómo nos interpela), como lo fueron en su momento Los Simpson.

Era de esperarse que la expectativ­a puesta en “la nueva de Matt Groening” propiciara el remanido tribuneo de blanco sobre negro. Es lo mismo que ocurre cuando aparece un primer libro muy bueno y los lectores queremos más, como si cada obra no fuera única, como si nuestro gusto personal debiera ser correlativ­o con las posibilida­des de los que crean.

(Des)encanto es lo que es: una antifábula de cuentos de princesa. Y si su estreno dividió las aguas de los fanáticos de Groening, el problema tal vez no sea de él, sino de los fanáticos.

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Más que una fábula. En la serie, cada personaje funciona como una burla a los estereotip­os.

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