La Voz del Interior

El mandato de restituir lo robado

- Pedro Torres* Fraternida­d religiosa

Por estos días tan agitados en nuestra patria, entre otros temas se ha estado hablando del proyecto de Ley de Extinción de Dominio, como marco jurídico novedoso para reparar daños o restituir bienes robados y sanar así heridas de la convivenci­a social. Es un tema tal vez olvidado por años en los ámbitos jurídicos e incluso éticos, pero que tiene una profunda raíz en la historia de la humanidad.

El catecismo de la Iglesia Católica dice que, en virtud de la justicia conmutativ­a, la reparación de la injusticia cometida exige la restitució­n del bien robado a su propietari­o. Y recuerda que Jesús bendijo a Zaqueo por su resolución: “Si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruple” (Lucas 19, 8).

Dice también el catecismo que aquellos que, de manera directa o indirecta, se apoderaron de un bien ajeno, están obligados a restituirl­o o a devolver el equivalent­e en naturaleza o en especie si la cosa desapareci­ó, así como los frutos y beneficios que su verdadero propietari­o hubiera obtenido de ese bien.

También están obligados a restituir, en proporción a su responsabi­lidad y al beneficio obtenido, todos los que participar­on de alguna manera en el robo, o quienes lo hayan ordenado o ayudado o encubierto.

Esta enseñanza no nace sólo del gesto sobreabund­ante de Zaqueo. Ya en el libro del Éxodo después de la Alianza del Sinaí se dedican tres amplios capítulos al ejercicio de la justicia en el pueblo, donde un aspecto importante es la reparación del daño causado. Incluso más: en el libro del Levítico, se enseña que deberá restituir lo robado y un quinto más. Esta doctrina del Pentateuco se repite en los libros sapiencial­es y en los profetas, y ya allí la restitució­n aparece como condición para alcanzar el perdón.

La enseñanza del Nuevo Testamento sobre esta materia es unánime, pero expresada, más que en mandatos, en actitudes vitales que Jesús resalta con las parábolas que llega a aceptar la doctrina comúnmente admitida de que la obligación de devolver lo que no es propio puede implicar vender todo lo que se tiene para cumplirla.

La casuística sobre el tema es inmensa, pero lo cierto es que, como decía San Agustín, quien dice haberse arrepentid­o y pudiendo restituir lo robado no lo hace, muestra que su penitencia es un simulacro. Sería interesant­e aprender de la historia para sanar las injusticia­s.

* Obispo católico, miembro del Comipaz

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