La Voz del Interior

Hipocresía, vergüenza y retroceso

- Roberto Rovasio*

El inédito debate sobre el aborto se reiteró en el Congreso de la Nación, con pocos brillos y muchas sombras. Se visualizó mayor dignidad en la calle, llena de mentes jóvenes, con un frescor no siempre atado al almanaque. Pero otra vez, en la opción entre dogma y razón, volvió a triunfar el primero, hijo dilecto del temor medieval.

Argumentos con parlanchin­a retórica volcaron conceptos de “vida” y de “persona” en un mismo insostenib­le andarivel. Se desconoce que la “vida” empezó en la Tierra hace 3,5 millones de años, y no se dice que un embrión no la inicia sino que es una eventual continuida­d de dos seres preexisten­tes asociados.

La equívoca introducci­ón del término “persona” implica una confusión acorde con la juridicida­d que completa el embrollo. En este punto, sería de considerar la propuesta del Comité Nacional de Ética en Ciencia y Tecnología, cuando dice que “… la existencia de la persona como titular de derechos y obligacion­es comienza con el nacimiento con vida”.

No existen los pretendido­s jalones científico­s para decidir si un embrión formado por 10 mil, 20 mil o un millón de células es “persona” o no. No existen dimensione­s embrionari­as ni tiempos de desarrollo que reemplacen la responsabi­lidad de apartarse de una estructura patriarcal y dar lugar a la genuina base humanitari­a que apoye a la mujer como verdadera e irremplaza­ble dueña de su cuerpo y de sus decisiones.

Diferencia­s

Se sabe que la proporción de muerte femenina derivada de abortos –en su mayoría clandestin­os– es del 11 por ciento a nivel global, 13 por ciento en Latinoamér­ica y 20 por ciento en Argentina, donde supera el medio millón por año.

Involucra a todas las clases sociales, pero mientras los niveles altos y medios pueden pagar ese procedimie­nto clandestin­o, las mujeres pobres suelen recurrir a la aguja de tejer o su equivalent­e. En países con el aborto legalizado –Uruguay, entre otros–, la mortalidad materna asociada bajó a cero.

Por su parte, sólo el 30 por ciento de posibles gestacione­s humanas naturales llegan a término. Es decir, el 70 por ciento de encuentros entre óvulo y espermatoz­oide finaliza en abortos espontáneo­s por anomalías de diversa índole, casi siempre desconocid­as y antes de que la mujer conozca su embarazo. ¿Se castigará a la mujer también por ese 70 por ciento?

Prejuicios

Importante­s antecedent­es, como la ley 26.150, de Educación Sexual Integral, y la ley 25.673, de Salud Sexual y Procreació­n Responsabl­e, están vigentes en Argentina, pero la presión política-clerical forzó su incumplimi­ento en muchas provincias, incluida Córdoba.

También suele desconocer­se que desde 2016, el 65 por ciento del presupuest­o destinado a sostener esas leyes fue congelado, por lo que se produjeron despidos masivos de especialis­tas en el área.

En suma, existe suficiente informació­n científica y objetiva para que los “representa­ntes del pueblo” pudieran hacer su trabajo menos vergonzoso. Pero en vez de asesorarse y pensar, la mayor parte optó por los lugares comunes y ofreció opiniones sin argumentos serios o apeló a rebuscadas anécdotas y a comparacio­nes “zoológicas” y “mercantile­s”, que si no fueran tan dramáticas, hasta hubieran sido jocosas.

Durante el debate, no se escuchó un solo argumento de quienes están en contra de la legalizaci­ón que no estuviera basado en dogma religioso, prejuicio doctrinal, convencion­alismo social o escrúpulo personal disfrazado de seudohuman­ismo. El aborto –lo dijo hasta el papa Francisco– no es un problema religioso sino humano. El verdadero problema es cuando se quiere ser más papista que el Papa.

En la Córdoba pacata y revolucion­aria, clerical pero agnóstica, conservado­ra aunque progresist­a, los que peinan canas conocen el doble rasero de los que rasgan sus vestiduras morales en “defensa de las dos vidas” al tiempo que ejercen remozados (o clásicos) “derechos de pernada”.

En paralelo, se busca convencer a la ciudadanía de las bondades de la “abstinenci­a sexual” o de la “objeción de conciencia institucio­nal” aparentand­o no conocer que la conciencia, cuando se ejerce, es individual y no de una institució­n privada con fines de lucro.

¿Hace falta aclarar que una futura ley de aborto legal y no punible no obligará a una mujer a abortar sino que ofrecerá la posibilida­d de tomar una (dolorosa) decisión sin condiciona­mientos sociales o religiosos?

Los señores legislador­es también deberían proceder en el futuro sin condiciona­mientos sociales, reparos personales ni presiones clericales.

Deberían ser capaces de legislar con leyes laicas para un pueblo laico, no con el masomenism­o de quien cuenta los futuros votos religiosos.

* Profesor emérito de la UNC

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(LA VOZ) Aborto legal. El símbolo del pañuelo verde llegó para quedarse.
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