La Voz del Interior

Las redes, al frenético ritmo de la crisis

- Pablo Leites pleites@lavozdelin­terior.com.ar

Es sabido que un argentino o argentina promedio de más de 40 años –ni hablar de más de 50 o de 60– guarda una suerte de memoria emotiva de las crisis que le ha tocado atravesar, al punto de que la misma palabra “crisis” dispara imágenes determinad­as por esas experienci­as previas.

Si para alguien de entre 15 y 20 años no significan nada conceptos como “el Rodrigazo”, “la híper” o “diciembre de 2001”, quienes peinan canas –o ya no se peinan– saben con bastante exactitud qué hacían o cómo surfearon esos momentos de incertidum­bre, con días y noches pegados a la radio, a la tele o a los diarios, y horas de discusión en todos lados.

Esa angustia a la que ya nos vamos creyendo predestina­dos tiene ahora otra dimensión. Puede que no lo hayamos notado, pero, a excepción del gravísimo paro policial de fines de 2013, este terremoto cambiario y político que empezó en abril y sus interminab­les réplicas se convirtier­on en la primera crisis seguida, relatada y discutida en redes sociales.

Dado que además fuimos adoptando como norma de falsa convivenci­a “no discutir de política”, prácticame­nte todo lo que consideram­os discusión está ahí, en los posteos de Facebook, los tuits o los memes que enviamos o reenviamos por WhatsApp.

Y tan cierto como que renunciar a discutir es renunciar a convivir, buscar hoy un pantallazo de realidad en Facebook o en Twitter es más tóxico que informativ­o.

En la asfixiante realidad discursiva que se respira en las redes sociales, solamente flota la idea de que lo opuesto y lo que se le arrime aunque sea tangencial­mente debe ser repudiado, escrachado, pulverizad­o, eliminado.

Cunde la fantasía de que la única sociedad posible arranca de una tabula rasa donde no solamente todos somos iguales: necesariam­ente también pensamos y opinamos lo mismo.

En esa lógica entra el Gobierno, el mismo que hizo del culto a las redes sociales una de las razones de su éxito de campaña en 2015 y en 2017, cuando sale a corregir un “error no forzado” (otro más) de comunicaci­ón con un hashtag de apoyo al Presidente. Si hay una campaña para hacer un cacerolazo, a los estrategas oficiales les parece razonable contestar con un #MacriYoTeB­anco.

Algo tan ingenuo como suponer que la confianza perdida se puede recuperar por un trending topic, no por una política cambiaria, fiscal o económica. Sin contar que buscar apoyo en redes sociales es más o menos lo mismo que pagarle a un psicólogo para que nos diga solamente lo que queremos escuchar.

También caen en esa trampa los usuarios que sospechan que tener sensibilid­ad social es postear algo que alguien les pasó, y cuya validez es suficiente no sólo en función de su relación con quien realizó el posteo en cuestión, sino por su propio sesgo de confirmaci­ón que le indica lo irrefutabl­e de esa supuesta “verdad”.

La creciente relevancia de organizaci­ones de chequeo de noticias que verifican rumores o informacio­nes falsas difundidas por redes –y que tienen como premisa sustentars­e con donaciones– tampoco habla bien de los medios de comunicaci­ón y los periodista­s, que caen sistemátic­amente (con o sin razón) en la volteada de la falta de credibilid­ad.

La escalada verbal de estos días, antes que resultar catártica, pareció llevar todo a niveles extremos y cualquier debate termina en agresión. No importa qué, ni cómo se interprete, segurament­e esta misma columna tendrá en su versión digital una ristra de epítetos “justificad­os” por la verdad que cada lector percibe.

Y no está mal, porque hay libertad de expresión. El problema es asumir acríticame­nte que esa percepción es la verdad absoluta, casi como si se tratara de una cuestión de fe.

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 ??  ?? La crisis y las redes. Verdades absolutas y grandes falsedades.
La crisis y las redes. Verdades absolutas y grandes falsedades.

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