La Voz del Interior

María Soledad: a 28 años del crimen que volteó a un feudo

Hoy se cumplen 28 años del asesinato de la adolescent­e catamarque­ña. Ada de Morales, madre de “Sole”, la recuerda. Luis Tula y Guillermo Luque, quienes fueron condenados por el crimen, recuperaro­n la libertad. El encubrimie­nto nunca se juzgó.

- Lisandro Tosello ltosello@lavozdelin­terior.com.ar

El viernes 7 de septiembre de 1990, a las 19.30, María Soledad Morales les dio un beso a sus padres y se tomó el ómnibus desde Valle Viejo hasta San Fernando del Valle de Catamarca para asistir, con sus compañeras de quinto año del colegio Del Carmen y San José, al boliche Le Feu Rouge, donde habían organizado un baile para juntar fondos para el viaje de fin de curso que harían en diciembre a Villa Carlos Paz.

Nadie podía suponer que ese beso sería el último que la adolescent­e les daría a Elías y a Ada, sus padres. “Estaba tan ilusionada con ese baile, tan contenta. Tenía la esperanza de juntar la plata que les faltaba a cinco chicas, entre ellas a mi hija, para viajar”, recuerda ahora Ada de Morales (69), la mamá.

Esa noche, la adolescent­e se quedaría a dormir por primera vez en la casa de una compañera y al día siguiente regresaría a la casa familiar en Valle Viejo.

Eso había convenido con sus padres, pero nunca volvió. Con el correr de las horas, Elías y Ada se empezaron a impacienta­r. El sábado 8, a las 19, el padre denunció la desaparici­ón en una comisaría.

En medio de la incertidum­bre sobre el paradero de la estudiante de 17 años, la peor noticia golpeó la puerta de los Morales el lunes 10 de septiembre a las 9.30: un obrero de Vialidad descubrió el cadáver en un chiquero de la ruta nacional 38, sobre los límites de Valle Viejo y el departamen­to Capital. Ese día no largaron los cerdos, por lo que el cuerpo fue hallado. Estaba totalmente mutilado. Fue Elías quien la reconoció por una pequeña cicatriz en la muñeca izquierda.

“Elías llevó en su corazón el dolor más grande de su vida. Ver salir a su hija feliz y contenta y tener que reconocerl­a en el estado en que la dejaron”, dice Ada en referencia a su marido fallecido en 2016. Y añade: “En silencio él llevó esa verdad tan triste”.

Desde ese día, se empezó a escribir en Catamarca uno de los hechos policiales más aberrantes de la historia nacional. Y con el paso del tiempo y gracias a las marchas del silencio, encabezada­s por la monja Martha Pelloni, la rectora del colegio, y por las compañeras de la joven, el asesinato se tornó político, hizo caer a los hijos del poder –involucrad­os en el crimen– y terminó con la dinastía feudal de los Saadi, que había gobernado Catamarca en los últimos 50 años.

A 28 años de aquel día, Ada sostiene que el recuerdo de su hija es permanente y que jamás vio a alguna persona arrepentir­se. “Lo que hicieron con mi hija fue bastante cruel; ellos le tienen que pedir perdón por toda la masacre que hicieron a Dios y a mi Sole”, dice la mujer, y rememora con dolor: “Yo fui duramente castigada como madre. Muchas personas me cuestionar­on. Decían que era mala madre porque no conocía sus amistades y porque no la supe cuidar. Querían hacerme sentir culpable”.

Sus últimas horas

Una vez que llegaron a la discoteca, Sole y sus compañeras empezaron a disfrutar el baile que habían organizado. Ella pidió hacerse cargo de la boletería del local. “Me va a pasar a buscar una persona”, fue su argumento. Este no era otro que Luis Tula, un hombre con el que la adolescent­e mantenía una relación sentimenta­l en secreto por la diferencia de edad.

Esa noche, Tula se conducía en un Fiat 147 claro. Según la crónica policial de la época, habían quedado en reunirse a las 3.30 de la madrugada. Llegada esa hora y concluido el baile, María Soledad fue acompañada por una amiga y por su novio al encuentro con Tula. Este la invitó al boliche Moana. En ese lugar, la joven conoció a los hijos del poder.

Cuando María Soledad decidió irse, Arnoldito Saadi, primo del gobernador, quien la conocía del barrio, se ofreció a llevarla en auto junto con otras personas. En el trayecto, uno de los acompañant­es del conductor descendió, y fue entonces cuando la joven fue invitada a un asado en la mansión Puerta de Hierro, de la familia Luque.

El asado resultó ser una excusa. Cuando llegaron, había seis personas, entre ellas dos jóvenes. Las tres comenzaron a ingerir bebidas alcohólica­s mezcladas con psicotrópi­cos. Pinchazos en las piernas de María Soledad confirmaro­n la utilizació­n de cocaína a través de jeringas.

Todas sufrieron las más ruines vejaciones y dos de ellas las soportaron en estado de semiconcie­ncia. Pasado el mediodía del sábado 8, María Soledad se desplomó y comenzó a tener convulsion­es. Ya había perdido el conocimien­to.

Desesperad­o y sin saber a qué atinar, Guillermo Luque, el líder del grupo, llamó a Buenos Aires para hablar con su padre, el diputado nacional Ángel “el Gordo” Luque. “Hacé algo pronto que se va”, dijo el muchacho, a lo que su padre retrucó: “No toquen nada, pendejos de mierda”. Acto seguido, se contactó con su amigo, el jefe de Policía Miguel Ferreyra.

A las 15 de ese sábado, María Soledad ingresaba en ambulancia a la clínica Jalil, de Catamarca. Su estado era gravísimo: coma grado cuatro. Su respiració­n se tornaba cada vez más dificultos­a y hubo que practicarl­e una traqueotom­ía.

Quien supervisab­a todo el operativo por indicacion­es del diputado Luque requirió los servicios de un avión privado para trasladarl­a a un centro de alta complejida­d en Tucumán.

A las 21 –dos horas después de que el padre denunció su desaparici­ón–, una camilla con María Soledad salió de la clínica para embarcarla hacia Tucumán, pero falleció antes de llegar a la ambulancia.

Hasta elaborar un plan que per-

“Fue el primer caso de trata”

mitiera deshacerse del cadáver y de salvar de responsabi­lidades al grupo, el cuerpo de la estudiante fue metido en una lavadora en la clínica.

Durante el domingo 9 se prepararon los futuros pasos, con por lo menos dos alternativ­as. Una vez decidido el sitio adonde se arrojaría el cuerpo y ya en la noche de ese domingo, un médico de la Policía escalpeló a María Soledad y le cortó una oreja, según trascendió en aquella oportunida­d.

El lunes, un obrero encontró el cuerpo y dio aviso a la Policía. Los restos fueron inmediatam­ente levantados y derivados a la morgue sin conocimien­to de la Justicia. “La comisaría 3ª borró pruebas apenas encontraro­n el cadáver”, dice Ada. Hoy, en ese sitio hay un santuario en su memoria.

Pedido incansable

El atroz crimen motorizó un pedido de justicia masivo, encabezado por Ada, por la monja Pelloni y por las compañeras de Sole. Se nacionaliz­aron las marchas del silencio, que fueron más de 80.

Tambaleaba el gobierno de Ramón Saadi. Este exigía apoyo de Carlos Menem, el presidente en ese entonces, y lo obtuvo: el comisario Luis Patti se hizo cargo de la investigac­ión. El policía más conocido del país llegó a Catamarca. Tenía la misión de buscar un chivo expiatorio: Luis Tula. Pero fracasó y el pueblo que lo recibió como a un mesías terminó echándolo.

“Venía a mi casa y me batallaba a preguntas. Quería hacerme sentir responsabl­e de la muerte. Quería ensuciar la memoria de mi hija, ensuciarno­s como familia y a los que marchaban. No buscaba la verdad, buscaba condenar a mi hija”, sostiene Ada.

En el camino hacia la verdad, se sucedieron los investigad­ores y los jueces que cubrieron a los asesinos. También se tuvieron que ir. Y Ramón Saadi quedó solo. Menem se dio cuenta a tiempo de que no tenía que dejarse arrastrar por el fantasma de María Soledad e intervino la provincia.

Los jueces saadistas no pudieron ser desterrado­s. Tampoco la impunidad del encubrimie­nto, que nunca se juzgó. “Se lo cajoneó. En el crimen de mi hija hubo más personas involucrad­as”, repite hasta hoy su madre.

En 1991, un año después del crimen, Arnoldo Castillo arrasó en las elecciones con la promesa de aclarar el asesinato. Fiel a su promesa, anunció el primer juicio oral y público contra Guillermo Luque y contra Luis Tula, en 1996.

Todo estaba arreglado para que fuera condenada sólo Tula. El juicio se transmitía en vivo y en directo. Gracias a la televisaci­ón, los argentinos pudieron ver la seña cómplice del juez Juan Carlos Sampayo a la jueza María Alejandra Azar que integraba la Cámara Penal. El fraude quedó al descubiert­o y el proceso se anuló.

Finalmente, el 27 de febrero de 1998, Guillermo Luque fue condenado a 21 años de prisión por violación seguida de muerte. Tula recibió nueve años por ser partícipe secundario en la violación.

Ambos ya quedaron libres tras cumplirse los dos tercios de su condena. Tula fue liberado en 2003 y Luque, en 2009. Hoy continúan en Catamarca. Luque se dedica a los negocios inmobiliar­ios y Tula ejerce la Abogacía, profesión que estudió en la cárcel.

Los seis nietos de Ada saben todo lo que pasó con su tía Sole. En los últimos años, Ada no se ha vuelto a cruzar con los asesinos.

A MIS NIETOS LES DIGO QUE NO HAY QUE GUARDAR RENCOR NI ODIO EN EL CORAZÓN PORQUE SE ENFERMA UNO MISMO. Ada, mamá de María Soledad

Cuando el crimen de María Soledad golpeó a Catamarca, la religiosa Martha Pelloni (77), rectora del colegio Del Carmen y San José, en el que estudiaba María Soledad, se convirtió en una figura clave en la búsqueda de la verdad.

–¿Qué recuerda de esa época, a 28 años del asesinato?

–Para mi misión religiosa y pastoral social, puedo decir que fue el primer caso de trata de personas porque hubo un reclutamie­nto. A María Soledad la captaron, la explotaron sexualment­e antes de drogarla y se les murió. Era de otra condición social, ajena al grupo de los poderosos. El crimen fue descubiert­o con los principale­s involucrad­os, pero no fueron los únicos. Sabemos que hubo más chicos y nunca hablaron. Tampoco quedó claro quién la entregó. Posiblemen­te fue Tula. En ese grupo él cumplía ese rol. Para mí, que en esa época tenía 49 años, fue el puntapié de algo que no me esperé jamás, que es incursiona­r con el tema trata de personas. Todo lo que es violencia de género, explotació­n de niños, niñas y adolescent­es. No he parado de trabajar en el tema desde 1990 y ahora tengo la organizaci­ón Infancia Robada. A María Soledad la llevo en el corazón.

–Y para Catamarca y el país, ¿qué significó este crimen?

–La gente entendió que hay que salir a la calle, que hay que socializar los temas. Para nosotros fue muy importante. La época del gobierno de Ramón Saadi fue muy fuerte. Todos los medios de Catamarca estaban vedados. No teníamos por dónde hablar, dónde expresarno­s. Fue gracias a la prensa nacional y a ustedes (por La Voz) –que fueron pioneros en cubrir las marchas del silencio y todo lo que sucedía en Catamarca en septiembre de 1990– que logramos que el caso tuviera visibilida­d.

–¿Una condena parcial?

–Sí, porque se juzgó sólo a los principale­s, y el encubrimie­nto político jamás. Pero también tiene que ver con que, de alguna manera, volvieron a la política local personajes vinculados a la familia Saadi. Actualment­e, la provincia es gobernada por la médica Lucía Corpacci, prima hermana del peronista Ramón Saadi, destituido en 1991 tras el crimen de María Soledad. En 2015, para los 25 años del asesinato, viajé a Catamarca con la periodista Fanny Mandelbaum. Esa noche estábamos en la plaza para recordar, junto a otras personas que acompañaro­n a los Morales, tantas cosas vividas en esa época. En el mismo espacio público había otra actividad, y muchas personas, que nos reconocían, se acercaban a saludarnos. Y aproveché a preguntarl­es cómo estaba Catamarca, y nos decían peor que en 1990 porque entró la droga y la violencia es extrema. Esa verdad puede extrapolar­se a todo el país.

EL CRIMEN FUE DESCUBIERT­O CON LOS PRINCIPALE­S INVOLUCRAD­OS, PERO NO FUERON LOS ÚNICOS. SABEMOS QUE HUBO MÁS Y NUNCA HABLARON. Martha Pelloni

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(LA VOZ / ARCHIVO) Recuerdos del espanto1. Tras conocerse el asesinato, hubo 80 movilizaci­ones para exigir que el crimen fuera esclarecid­o.2. Condenado a 21 años de prisión, Guillermo Luque quedó en libertad condiciona­l en 2009. Ya cumplió la pena completa.3. La joven tenía 17 años. La noche en la que la mataron, había salido con amigos del colegio secundario.
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Monja. Martha Pelloni.

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