La Voz del Interior

Migración. Héctor y Patricia, dos venezolano­s en Córdoba. El descalabro político en su país es una catástrofe humanitari­a.

- (JOSÉ HERNÁNDEZ)

Pese a que son profesiona­les y tenían trabajos estables, Patricia y Héctor dijeron basta. Desde enero, junto a su pequeña hija Antonella, forman parte de los cientos de venezolano­s que llegaron a Córdoba escapando de un país que vive una crisis sin precedente­s.

“Ya estamos adaptados –cuenta Patricia con el río Suquía a sus espaldas–. El frío nos pegó duro porque venimos de un país donde todo el año es primavera, pero no importa. Nos han tratado muy bien aquí”.

Patricia tiene una mezcla de indignació­n y tristeza. En Venezuela no sólo dejó su trabajo de periodista en el departamen­to de prensa del gobierno de Anzoátegui. Allí también quedaron sus sueños de ver crecer a su hija en su tierra y de prosperar como lo hicieron sus padres. La bronca es hacia el gobierno de Nicolás Maduro, al que califica “de comunismo que quiere controlarl­o todo”.

A la pareja no le costó demasiado emigrar a Argentina. Su fanatismo por Soda Stereo, Los Piojos, Los Ratones Paranoicos y Fito Páez, además de la pasión de Héctor por River, facilitaro­n la adaptación.

En Venezuela, Héctor trabajaba como ingeniero mecánico en la planta de Mitsubishi. La familia se había instalado hace unos años en un departamen­to con vista al mar Caribe. “La situación se fue volviendo cada vez más difícil. Mi sueldo era de cuatro dólares y con el de mi esposo apenas nos alcanzaba. Dejamos el carro y el apartament­o y nos vinimos”, relata Patricia, cuyos hermanos y primos también emigraron, pero a Canadá y España.

La planificac­ión del viaje insumió dos años. “No queríamos salir de manera ilegal, por eso tardamos tanto”, explica. Hay números que son inverosími­les. Sacar el pasaporte cuesta 18,86 bolívares (20 centavos de dólar), pero la burocracia es inmensa. En el mercado negro y vía un gestor, puede costar entre 700 y 5.000 dólares.

“Abrimos el mapa y miramos qué ciudades tenían más plantas automotric­es. Vimos que en la mayoría había una o dos, pero acá en Argentina hay muchas”, recuerda Patricia.

Valió la pena

A menos de un año de llegar a Córdoba, la familia cree que el sacrificio valió la pena. “Por la inflación ya no podíamos darnos el gusto de comprar un pollo. Por vivir en una ciudad costera, el pescado era lo más barato, pero teníamos que hervirlo por lo caro que salía comprar aceite”, relata.

Desabastec­imiento, hiperinfla- ción, insegurida­d y servicios deficiente­s son algunos de los problemas que trajo la crisis humanitari­a que vive el país caribeño.

“En Venezuela no pagamos agua, luz ni internet, pero nada funciona. El transporte público tampoco anda porque no hay repuestos para los carros. Faltan remedios y antibiótic­os, las escuelas privadas cerraron por falta de profesores, la universida­d está abandonada. Todo eso pasa”, describe Patricia con resignació­n y tristeza.

“La gente era ingenua y creía que no íbamos a llegar a esto. Pero pasó”, agrega.

Así como faltan artículos de primera necesidad, en un país donde lo que sobra es petróleo, la nafta es un regalo. Sin embargo, no es como parece. “Para cargar gasolina hay que hacer colas de 11 o 12 horas. Encima, el combustibl­e perdió calidad porque la mayoría de los ingenieros de PDVSA se fueron del país y la gasolina que venden daña los carros”, revela.

Ante este panorama, la salida no se ve clara. “La oposición no existe. Hace un año hubo una manifestac­ión en la que todos salimos a las calles. Murieron más de 100 personas y los políticos no hicieron nada. Era el momento de actuar y ellos negociaron. ¿Qué hizo la gente? Empezó a irse. Capriles dice que la salida es democrátic­a y yo no creo, porque lo de Maduro es una dictadura y las dictaduras no salen con votos. En Venezuela nadie cree en el Sistema Nacional Electoral. La política es un circo, un teatro. La salida es una intervenci­ón”, afirma.

“Nosotros decidimos irnos por ella, por su futuro”, dice Patricia mientras mira jugar a su hija. “En su primer día de clases me emocioné con el Himno y la Bandera argentinos. Dije, ‘bueno acá estamos, agradezcam­os a esta tierra que nos dio la oportunida­d que no nos dio nuestro país de educarnos y crecer como personas’. La Bandera se veía tan hermosa y firme. Ella (Antonella) va a crecer con ese amor hacia Argentina. Nos han tratado muy bien. Estamos muy agradecido­s”, relata.

Más allá de que las arepas no tengan el mismo sabor (ni los ingredient­es), que el paisaje de las sierras ocupe el del mar Caribe, la familia de Héctor y Patricia se siente a gusto. Lejos de su tierra, su mayor apuesta es construir un futuro mejor.

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 ?? (JOSÉ HERNÁNDEZ) ?? Juntos los tres. Héctor, la pequeña Antonella y Patricia, paseando por la Costanera.
(JOSÉ HERNÁNDEZ) Juntos los tres. Héctor, la pequeña Antonella y Patricia, paseando por la Costanera.

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