La Voz del Interior

Facebook, los 26 amigos y la mentira

- Pablo Leites Nativo digital pleites@lavozdelin­terior.com.ar

En los últimos días, volvió a circular una de esas afirmacion­es que, por efecto de posteo repetitivo en Facebook, parecen adquirir estatus de verdad. Muchos recordarán haber leído a principios de año (o hace poco) algo sobre el algoritmo y los 26 amigos.

“Cómo evitar escuchar a los mismos 26 amigos de Facebook y a nadie más. Por qué no vemos todas las publicacio­nes de nuestros amigos. Recienteme­nte, la sección de noticias sólo muestra publicacio­nes de las mismas personas, alrededor de 25, en repetidas ocasiones, porque Facebook tiene un nuevo algoritmo”.

Así empezaba, palabras más o menos, el texto que luego suplicaba comentar allí mismo, a modo de infalible antídoto para revertir el supuesto daño que Zuckerberg pretendía infligirno­s de manera tan algorítmic­a e insensible. Ah, y recomendab­a copiar y pegar.

Que no sea cierto, no es grave; al fin y al cabo, hay bromas más pesadas. Lo que sí resulta alarmante es volver a comprobar el bajo o inexistent­e umbral de saludable crítica y desconfian­za antes de distribuir una noticia cualquiera. Por añadidura, el crédulo copy-paste fue bien transversa­l y obtuvo partidario­s inmediatos, tanto de repetidore­s compulsivo­s de cualquier cosa que se parezca a una cadena como de titulares de perfiles habitualme­nte críticos.

Pero –otra vez, para que quede claro– no es cierto. Al igual que aquel otro difundido hace un par de años sobre la propiedad intelectua­l y los derechos de autor que, supuestame­nte, quedaban salvaguard­ados al copiar y pegar una “declaració­n”, es un dato totalmente falso.

Independie­ntemente de que Facebook haya mandado en su momento a un vocero a negar el rumor, la verdad nadie sabe exactament­e cómo funciona el opaco, enrevesado e imprevisib­le algoritmo de Facebook, secreto sobre el que, precisamen­te, descansa el descomunal éxito que ha probado tener como herramient­a publicitar­ia.

Sin embargo, seis meses después, vuelve a instalarse.

En primer lugar, esto no sucedería si cada uno de los millones que replicaron la “noticia” hubiese reconocido haber caído en un engaño con otro posteo, para así hacer viral la desmentida.

Y si a nadie le gusta ser embaucado, menos gratifican­te aún resulta reconocers­e ingenuo e influencia­ble.

Para colmo, desconfiar no tiene tan buena prensa como confiar y –habida cuenta de la cantidad de informació­n a la que accedemos a diario– ser desconfiad­o requiere de un esfuerzo mental y de una conducta poco habitual.

Imaginemos una vida en la que tuviésemos que poner en crisis y desconfiar con igual intensidad y perseveran­cia literalmen­te de todo, desde la hora de nuestro reloj y el buen día del vecino hasta de las intencione­s de los gobernante­s. Tal vez no pasaría mucho tiempo antes de encontrarn­os con una salud mental disminuida.

Hay, además, algo de comportami­ento gregario, una alusión a cierto espíritu de equipo en la velada idea de que sólo hace falta unirnos y copiar y pegar un texto para torcerle el pulso al gigante (en este caso, Facebook). En ese plano de épica antisistem­a, discutir con el resto del “equipo”, plantear una opinión alternativ­a desde el escepticis­mo, encierra también la amenaza de ser dejado de lado, incluso sabiéndose poseedor de razón.

Ser “social” hoy es conectarse vía redes sociales, y tampoco a nadie le gusta ser un paria.

Estos “engaños” no son una falla de Facebook, sino que son inherentes al modo en que establecem­os nuestras “interaccio­nes” allí. Para llegar a la razón de que se difundan a pesar de ser mentira y resulte casi imposible desmontarl­os ni siquiera cuando se comprueban, habría que desandar el camino hasta el punto en que creímos que la red social era para algo más que compartir fotos familiares y agendar cumpleaños.

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Puesta a prueba. El uso de las redes sociales conlleva algunos desafíos.

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