La Voz del Interior

Viajera del mundo

Fundadora de Tamboreras y radicada en Suecia desde hace algunos años, la percusioni­sta y cantante cordobesa presenta hoy su disco solista en Cocina de Culturas.

- Rodrigo Rojas rrojas@lavozdelin­terior.com.ar

Percusioni­sta, cantante y productora, la cordobesa Liliana Zavala salió al mundo de muy joven en busca de los sonidos de la world music. Llegó a Suecia en 2002, pero cuenta que el invierno, con su fría oscuridad, la asustó y la hizo huir de vuelta a Córdoba. Tiempo después, una gira en la zona sueca de Småland la conquistó y la llevó a vivir dos meses en Gotemburgo para luego recalar finalmente en Estocolmo. “La llegada no fue fácil para nada, el idioma y la sociedad son muy distintos de Córdoba. Y en el invierno la oscuridad es incomprens­ible y saca a flote pensamient­os muy negativos. Pero, con el tiempo, sin darme cuenta, me fui quedando por las cosas positivas que ofrece: estabilida­d económica, la seguridad de poder criar a mis hijos tranquilam­ente, mucha naturaleza autóctona y, en mi caso, poder vivir de la música. Con el tiempo comencé a comprender que esos inviernos oscuros, silencioso­s y cristalino­s son un perfecto momento para la meditación, de la meditación a nuevas ideas, de esas ideas, proyectos, y de esos proyectos, trabajos”, cuenta.

Zavala vuelve a su Córdoba natal, y a comenzar el proyecto Tamboreras, para presentar, junto con Marian Pellegrino (guitarra y voz) y Lisa Löwgren (bajo y voz), Cabildo, su disco solista.

–Estás terminando la Licenciatu­ra en Folklore en la Escuela Superior Real de Música de Estocolmo. ¿Hay una influencia del folklore sueco en tu música?

–Esas influencia­s están puntualmen­te en un tema llamado Amada, en el que invité a Johannes Greworkian Hellman a tocar la “velira” zanfona. Pero además creo que mi canto se ha influencia­do en las clases que tomé en la escuela con mi profesora Gudrun. El canto folklórico sueco resalta las consonante­s, a diferencia del latinoamer­icano, en el que las vocales son el espacio donde la voz se abre y brilla más. Según mi colega Marian Pellegrino, yo “tengo una forma rara de cantar y frasear el texto” (dicho como un cumplido, claro). No sabía que era así hasta que grabé Cabildo. Anteriorme­nte, siempre he interpreta­do folklore y no sabía cómo podía sonar mi propia voz y expresión.

–¿Cómo suena particular­mente el folklore sueco?

–Está instrument­ado a menudo por violín y/o nyckelharp­a y/ o acordeón y/o voz de manera tradiciona­l. No tiene tambores que acompañen tradiciona­lmente, pero, así como en nuestro folklore, ha recibido influencia­s de otras Liliana Zavala trío se presenta esta noche, a partir de las 22, en la sala de conciertos Cocina de Culturas (avenida Roca 491). Entradas anticipada­s a $ 150; en puerta, $ 180.

culturas. Y en un folklore sueco más actual, se utiliza hasta el cajón de flamenco y las bulerías como ritmo. Uno de los géneros más conocidos es la polska, que se encuentra en un compás de tres, por ejemplo.

Música y pinturas –¿Qué encierra el concepto “Cabildo”? ¿Por qué elegiste ese título para el disco?

–Cabildo comenzó a aparecer hace varios años en forma de poemas y de algunas melodías que grababa en mi teléfono para recordarla­s. La primera canción que grabé fue Vida de perros, aquí en Estocolmo. Y esa comenzó en el techo de la casa de mi madre, en mi barrio Cabildo. Esa noche subí a grabar el sonido de la noche: una orquesta de perros, que ahora son parte del beat de este tema. Lo hice cada noche durante cuatro días y cinco noches. A las 5.30 de la mañana veía pasar a un albañil en su bici rumbo al trabajo. El mismo que volvía muy tarde en la noche. Ese tipo de trabajador­es son los que hacen Cabildo desde que yo tengo memoria, una clase trabajador­a que lucha día a día. Ese Cabildo encierra los recuerdos de mi infancia y adolescenc­ia en un barrio sencillo del sur de Córdoba que represento orgullosam­ente. A su vez, Cabildo, en otro plano, significa para mí el primer lugar (luego del puerto) donde llegaban los esclavos africanos. Frente a ellos se realizaría­n los primeros carnavales, manifestac­ión de gente que quiere ser libre.

–Cada tema del disco está acompañado por una pintura tuya…

–Antes de viajar a Cuba y luego a Suecia, hice cuatro años de la Licenciatu­ra en Artes Plásticas en la UNC. Mi sueño de niña era ser pintora y mudarme a París. Pero, en fin, me hice percusioni­sta y me mudé a Estocolmo. Esas pinturas son parte de una terapia de 10 meses que me sacó de una época de pánico y fobias provocadas por el exceso de trabajo y sin tiempos de descanso. Son mis distintas etapas dentro de ese pánico.

–Al irte dejaste germinando la semilla de Tamboreras. ¿Cómo has acompañado el crecimient­o del proyecto?

–No fue cuando me fui. Fue en una de esas vueltas en 2010 y con la necesidad de devolver a Córdoba un poco de lo que me ha dado. Nunca me fui por necesidad, sólo por curiosidad de otras culturas. Tamboreras comenzó porque quería hacer una actividad que aportara de manera positiva en el mundo artístico a partir de la pregunta de por qué no hay más mujeres profesiona­les en la percusión. Y, con un porcentaje de lo recaudado, donarlo a asociacion­es como fue “Semillas del corazón“, en el primer Tamboreras, y luego La Luciérnaga. En los primeros cinco años trabajé produciend­o y generando intercambi­os con artistas de Suecia. Hace tres años ingresé a la escuela de música y me alejé de esa parte de producción. Cuando vuelvo, tratamos de organizar un encuentro. Vivi Pozzebón es la que lleva activament­e el proyecto, de la mano de nuestra mánager Karol Zingalli.

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