La Voz del Interior

El último pirquero de Punilla

Aprendió el oficio de niño, acompañand­o a su padre. Pero la tarea se extinguió: hace ya décadas que los alambrados reemplazar­on a las pircas de piedras. Historias de un trabajo duro y ya inexistent­e, pero con una presencia indeleble en el paisaje serrano.

- Fernando Agüero Correspons­alía

Los pasos de José Altamirano se sienten firmes y tranquilos en el paisaje agreste del cordón serrano del sur del Valle de Punilla. Es como si esa geografía los hiciera suyos. Parado sobre una pirca que separa las comunas de Tala Huasi y Cuesta Blanca, que levantó su padre en la década de 1940, José mira un pequeño vallecito en el que se adivina un caserío. Señala con el dedo y dice: “Ahí nací yo”.

No recuerda cuándo fue la primera vez que acompañó a su padre a “pircar”. Ese duro oficio de separar campos con pircas construida­s con piedras naturales encastrada­s de modo casi perfecto incluía a todo el grupo familiar. “Los más chicos nos encargábam­os de juntar leñita para el mate cocido o de arrimar algunas piedras de menor tamaño”, apunta José, que heredó de su padre el oficio. Pero a José le tocó ya la época en que esa especialid­ad se extinguió: ya nadie hace pircas. Debió entonces adaptarse, pero no se alejó tanto del oficio inicial: se transformó en constructo­r con piedra, pero urbano.

Lo que brota

El pasado aborigen de estas tierras alimenta la creencia de que fueron los pueblos originario­s los inventores de las pircas. Ese mito se cae rápido cuando se explica que entre ellos no existía el concepto de la propiedad privada ni la necesidad de separar nada.

Cuando llegaron los estanciero­s y se repartiero­n las tierras se hizo necesario dividirlas de alguna manera y, antes de los alambrados, en las Sierras se separaban con pircas hechas de la misma piedra que brota de la montaña.

De nacimiento

“Supongo que nací pirquero porque desde que yo recuerdo iba con mi papá a hacer el fuego, el mate cocido, cerca del lugar de su trabajo. De a poco aprendí el ofi- cio”, cuenta José, que sigue dedicándos­e a un trabajo similar, más adecuado a estos tiempos, en la construcci­ón de muros, frentes y verjas... de piedra.

José evoca a su padre a cada momento cuando camina por estos campos que están muy cerca de la vivienda en la que vive, en Tala Huasi. “Soy pirquero y a mi casa la hice de ladrillos vistos”, acota, entre risas.

Jesús María Altamirano, el padre de José, falleció en 1979, con 62 años. Su hijo dice que murió pircando.

“Los dueños de los campos lo contrataba­n y era el trabajo que había, el que tomó como oficio”, comenta José. Explica que se trataba de un trabajo duro, sacrificad­o nunca bien recompensa­do. Lo compara con el del hachero, que conseguía su jornal a partir de una cantidad determinad­a de leña cortada.

“Para conseguir un jornal, un pirquero tenía que hacer unos 10 metros por día para ganar lo que hoy serían unos 500 pesos”, compara. “Pero esa cantidad de metros no está al alcance de una persona normal. En mis tiempos, cuando trabajábam­os entre dos, llegábamos a 15 metros por día entre ambos”, relata.

Monumentos en pie

En distintos rincones de las Sierras se pueden encontrar estas Los incas las hacían. Los comechingo­nes no.

José Altamirano, el pirquero de Punilla, señala que en Córdoba las pircas sobre lugares más llanos llegan a tener 1,20 metros de altura y servían para que los animales no salieran de los campos hacia otras propiedade­s. “Eran lo más seguro que había y eran para siempre”, remarca.

Según la Real Academia Española, pirca es una palabra originaria de América del Sur y significa “pared de piedra en seco”. Otra definición: “Tapia construida con piedras sin tallar que se levanta para dividir propiedade­s en el campo”.

El origen etimológic­o proviene del quechua (que significa “pared”).

Eran usadas por pueblos incaicos, pero no para demarcar propiedade­s o limites, sino como parte de la construcci­ón de caminos ante los desniveles en montaña. obras que han resistido el paso del tiempo y que evidencian la dureza de un oficio que incluía el traslado de las piedras en la caprichosa topografía de montaña.

La pirca forma parte indeleble de la postal serrana, aunque hayan pasado décadas sin que se hicieran nuevas.

Lo que más sorprende en estos días al observar la fortaleza de estas construcci­ones es que no se utilizaba ningún tipo de material para unir piedra con piedra.

Cómo se hacían

“Se buscan piedras más grandes para la base y mientras va subiendo la estructura se ponen las más chicas. No es piedra sobre piedra; se encastran unas con otras para que se sostengan entre sí. Por eso ahora, con el paso de tantos años, se puede ver quién era un buen pirquero y quién no”, advierte José.

Las rocas enormes y las más pequeñas se trasladaba­n con una cincha de cuero que se tiraba a caballo. Jesús, el padre de José, comenzó a usar carretilla­s que facilitaro­n mucho el traslado de las piedras hasta el lugar donde se montaba la pirca.

“Las herramient­as que se usaban eran básicas: una barreta, un pico y una maza grande para partir alguna piedra de mayor tamaño”, cuenta el que quizá sea el último pirquero de estas tierras.

LA LLEGADA DEL ALAMBRADO MARCÓ EL FIN DE LA TRABAJOSA CONSTRUCCI­ÓN DE PIRCAS.

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(LA VOZ)
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